Sergio Aguayo. El debate sobre las armas en Estados Unidos es un buen indicador del estado que guarda el fatalismo mexicano.

Una parte de México sigue atrapada en tesis expuestas por Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Según el poeta arrastramos un "sentimiento de inferioridad" del cual se desprende la resignación y el silencio ante la injusta realidad. Sostengo que tras esas actitudes están las consecuencias de ser vecino de un país expansionista y agresivo. La derrota militar en 1847 y la pérdida de la mitad de nuestro territorio acentuó la depresión mexicana y nos arrastró al aislamiento frente al mundo: dejamos de estudiar sistemáticamente al vecino del norte desde aquel año hasta principios de los setenta del siglo XX.

Ese fatalismo aparece en el debate que se libra en Estados Unidos sobre las armas. Ni Barack Obama ni sus opositores de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) mencionan al nocivo contrabando de armas a México. Nos ignoran. Los muertos con balas estadounidenses no existen. Conocen lo que sucede pero evaden la verdad incómoda. La negación les sale barata por la pasividad de quienes gobiernan a México: cuando se trata de Estados Unidos la mayoría prefiere el silencio.

En un incisivo ensayo César Cansino (El excepcionalismo mexicano. Entre el estoicismo y la esperanza, Océano, 2012) argumenta que al menos una parte de la sociedad mexicana ya maduró en términos políticos y culturales y se salió del laberinto de la soledad. Comparto esa interpretación y creo que ya existen sectores dispuestos a abjurar del fatalismo que paraliza frente a Estados Unidos. En otras palabras, considero posible, deseable y urgente influir en el debate sobre las armas que se libra en Estados Unidos para lograr que la tragedia humanitaria alimentada por sus armas sea uno de los términos de referencia.

Ya está sucediendo. Cada vez se reconoce más que hay un nexo directo entre la violencia y el abastecimiento de armas desde Estados Unidos. Está aceptándose el absurdo de sólo atender a víctimas, combatir a los cárteles o encarcelar capos; tienen que frenarse simultáneamente las rutas de suministro de los llamados "cuernos de chivo", las barrets calibre 50 o las pistolas "matapolicías".
Para modificar los términos del debate tiene que mejorar la calidad del conocimiento. Las investigaciones pioneras de Georgina Sánchez o Magda Coss, por ejemplo, tienen que ampliarse para confirmar las correlaciones entre acontecimientos en el otro lado y el incremento en las muertes mexicanas. Hay evidencia de que la liberalización en la venta de armas de asalto en Estados Unidos aumentó la potencia de fuego del crimen organizado e incrementó el número de muertes en nuestro país.

El conocimiento debe mexicanizarse. Buena parte de la investigación sobre el tema se hace en Estados Unidos; los principales hallazgos sobre "Rápido y Furioso", un contrabando de armas auspiciado por el gobierno estadounidense, se dan por trabajos hechos en aquel país. Tenemos que fortalecer un conocimiento mexicano orientado a incidir más en el país vecino. La historia es clara: Washington escucha a los que hablan fuerte y con evidencia. Una constatación de lo anterior es la excelente defensa jurídica hecha por el gobierno mexicano de los connacionales condenados a muerte y el trabajo cotidiano de protección que realizan nuestros consulados.

No podemos evadir nuestra responsabilidad. Cuando se dialoga con funcionarios estadounidenses sobre armas es frecuente que reaccionen señalando la responsabilidad mexicana y recordando la corrupción e ineficacia de nuestras aduanas. Tienen razón. Lo que sucede en nuestras garitas es una vergüenza que debería incorporarse a la agenda de seguridad nacional.

¿El gobierno de Enrique Peña Nieto tendrá más determinación en este tema o se refugiará en la fatalista evasión? Un motivo de esperanza es el perfil del nuevo embajador en Washington, Eduardo Medina Mora. Cuando era procurador tenía muy claro el problema: en diciembre de 2008 sorprendió a una audiencia binacional poniendo sobre la mesa una Barret calibre 50 (un fusil de francotirador cuyas balas atraviesan el concreto) que había sido comprada en Texas e incautada en Matamoros. Ya nombrado embajador insistió en que el derecho de los estadounidenses a poseer armas no debe servir para "armar a grupos criminales extranjeros" (Zócalo, 17 de enero de 2013).

El ex embajador Arturo Sarukhán hizo lo que pudo por meter el contrabando de las armas en la discusión. No llegó muy lejos porque el gobierno anterior era bastante pusilánime frente a Washington. En esta ocasión puede ser diferente. La nueva administración se ve dispuesta a darle mayor prioridad a las víctimas y a la seguridad. Cualquier avance estará determinado, en el último de los casos, por la movilización de esa parte de la sociedad mexicana organizada que busca aliados en el país fronterizo porque ya se liberó del fatalismo frente a la potencia. Ya era hora.

Colaboró Paulina Arriaga Carrasco. 

 
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