Liébano Sáenz. Por tradición, gobernar es hacer política; en los tiempos actuales, en los que se llega al poder a través de las urnas, gobernar es comunicar. Esto que parece una obviedad se vuelve un desafío mayor: uno de los elementos fundamentales a alinear es lograr que contenidos y formatos del mensaje presidencial sean consecuentes con la audiencia objetivo. Así, y debido a que la información pasa preponderantemente por el filtro de los medios de comunicación, no necesariamente se publica lo que se desea, sino lo que se puede y lo que reclaman los hábitos informativos del público. Por ello, no es asunto menor que tanto los gobernantes como las grandes entidades privadas padezcan con frecuencia frustración al enfrentar los desafíos de esta tarea, más aún, cuando no existe un proceso planificado de comunicación acorde con sus objetivos.

Una buena comunicación debe partir de tres planos: conocer al público objetivo, cómo se informa ese público y cómo operan los diversos géneros de los medios de comunicación. Estos están muy pendientes de la dictadura del auditorio (ratings), lo que les lleva a seleccionar y privilegiar contenidos y formatos adecuados a lo que, suponen, es el interés del receptor. Las redes sociales también tienen su lógica particular, la cual debe ser analizada con los nuevos paradigmas para tener éxito en la comunicación.

La política que trasciende, la que va más allá de la administración del poder, requiere de visión y de una determinación para impactar proactivamente el estado de cosas. Por esta razón el objetivo mayor de la política es la construcción de lo impensable, ir más allá de lo que se percibe como posible. Las decisiones y cómo se comunican son centrales para esta transformación de la realidad.

Hoy al presidente Barack Obama se le abre una oportunidad única, quizás irrepetible, para transitar hacia una sociedad menos permisiva sobre las armas de fuego. Oportunidad para modificar, conforme a sus objetivos, la percepción que se tiene de él como presidente. Para la sociedad estadunidense el derecho a comprar y tener armas es uno constitucional fundamental del ciudadano (aún y cuando al ser asaltados en su hogar tan solo 1 de cada 10 poseedores de armas logra, en los hechos, llegar a utilizar en su defensa las armas que tiene en el hogar). En 1 de cada 3 hogares hay armas; en cifras agregadas, la población de los EU posee la escalofriante cifra de cerca de 250 millones de armas. El abuso de este derecho ha llevado a EU a ser una de las sociedades más violentas, con mayor proporción de homicidios por arma de fuego: 65% de los asesinatos. Por otra parte, 14% de los estadunidenses reportan haber sido amenazados con un arma en su vida.

Uno de los factores de poder más importantes en el financiamiento de campañas electorales, The Nacional Rifle Association (NRA), ha dado soporte a una legislación irresponsablemente liberal en el tema. A contrapelo, se han ido alzando algunas voces que enfatizan la necesidad de poner un límite a este derecho. Las propuestas no van hacia la prohibición, sino hacia un mayor control que disminuya la trágica pérdida de vidas. El gran reto es detectar a quienes compran armas fingiendo que son para ellos, pero que en realidad las revenden o regalan a sujetos imposibilitados legalmente para adquirir esas armas. Se busca con estas propuestas, entre otras cosas, que la legislación no permita la compra de rifles de asalto (semiautomáticos con magazines insertables con capacidad para más de 7 balas), precisamente, las que se han visto involucradas en las masacres recientes, especialmente la de Newtown, Connecticut, que ha lastimado profundamente a la sociedad del vecino país. Otra propuesta es que toda arma que se fabrique en lo sucesivo cuente con mecanismos de activación por huella digital que impidan que el arma pueda ser disparada por un sujeto distinto a su legítimo propietario.

Obama no solo enfrenta la embestida de los intereses asociados al comercio de armas y de los personeros en el Congreso que la NRA ha financiado, también encara la resistencia de muchos estadunidenses que consideran que no debe haber restricciones a su derecho. El presidente de EU libra una batalla épica que se da en gran medida en el terreno de los medios y la comunicación.

El anuncio de su intención de cambiar las reglas del juego, lo hizo Obama ante un auditorio de luchadores por mayores controles de armas y familiares de víctimas de masacres, haciéndose acompañar de cuatro niños que le pidieron leyes más rigurosas. El presidente invocó la memoria de una de las pequeñas asesinadas: Grace McDonnell y para argumentar sobre su proyecto afirmó: “En los días venideros intentaré usar todo el poder de esta oficina presidencial para una nueva realidad… si hay una sola vida que pueda salvarse, tenemos la obligación de intentarlo”. Compartió con los ciudadanos que en su estudio privado tiene un dibujo de Grace que le sirve para recordar su obligación de proteger a los miembros más vulnerables de la sociedad. Señaló que la primer tarea de todos es “mantener a los niños a salvo, es la manera como seremos juzgados y las voces de ellos nos impulsan a cambiar”.

El evento presidencial tiene y comunica plenitud de significados. Sin perder la formalidad y la dignidad propia de la investidura, el contenido, formato y entorno son consistentes con el objetivo. Habrá considerable resistencia y un debate encendido; por ello el Presidente emplea un argumento difícil de refutar cuidadosa y estratégicamente elegido en función de los objetivos: privilegiar el bienestar de los niños y familias estadunidenses.

Lo que acontece en el país vecino en torno al debate sobre un mayor control de armas es aleccionador sobre el cambio político y el liderazgo presidencial. Para muchos, hay desencanto sobre lo que ha sido la presidencia Obama. Revertir la cultura permisiva sobre el acceso de armas de fuego es un cambio inimaginable para muchos observadores y analistas. Si lo logra, obligará a revisar el juicio sobre Obama y su capacidad para transformar a la sociedad estadunidense más allá de lo que significó su propio arribo a la presidencia.

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