Jorge Diaz. Las dudas sobre lo ocurrido en PEMEX no se disipan del todo. Lo único que los mexicanos pedimos son explicaciones amplias y completas, que toquen todos los ángulos posibles, queremos certezas.

Si bien no es sensato pedir que en la conferencia de prensa ofrecida por el procurador general de la república, Murillo Karam, se ofrecieran conclusiones, si era posible esperar una explicación que pasara sobre todas las aristas que rodean el incidente. Pero, como ya es costumbre, se guardaron cosas y eso puede ser contraproducente. Se alega que habrá más ampliaciones sobre el tema en el futuro, lo sé; sin embargo, era importante no dejar situaciones sueltas para no dejarlas a la libre interpretación de otros. No ocurrió, su cálculo habrán hecho.

Se prefirió por la broma del procurador, hecho que causó molestia entre muchos. No había necesidad pero, como ya es costumbre, los funcionarios se toman a la ligera cuestiones muy delicadas.

Por otro lado, pero en la misma línea del caso Pemex, se causó un revuelo exagerado en los medios y redes sociales, por el supuesto desliz presidencial al haberse ido a Punta Mita poco después de haber declarado luto nacional. Hubo versiones que confirmaron el hecho y como ya es costumbre, hubo las que lo negaron.

De ser ciertos los señalamientos, estoy convencido que tengo razón sobre mis críticas acerca del grupo de asesores que rodea al presidente desde los hechos chuscos de la FIL Guadalajara: no lo saben aconsejar, proteger y blindar de la aguda capacidad que los mexicanos mostramos ante cualquier pifia y como ya es costumbre, se lo agarran de bajada.

La alta sensibilidad sobre las formas y los mensajes simbólicos que hemos desarrollado, aunado al amplísimo marco de libertad que otorga el internet y las redes sociales, pone al desnudo cualquier cosa que las personalidades de distintos ámbitos estén haciendo en el mismo momento en que lo están realizando, por lo que los tiempos modernos exigen no sólo un extenso conocimiento en las áreas de experiencia de los asesores, sino también, una capacidad para prevenir y predecir el futuro, digno del que presumen los que leen la mano y las cartas.

Ni modo, pero le tienen que pegar al adivino para no permitir que se caiga en ridículos y por ende, en una pérdida de credibilidad de su patrón en turno, ya que hay seis largos años por delante y no es deseable una imagen débil de quien se supone debe ser el líder fuerte de la nación.

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