Jorge Diaz. Debo reconocer que no es nuevo, ni privativo de la sociedad mexicana, pero como lo que nos interesa es el hoy y el aquí para poder aspirar a un mejor futuro (mismo que heredaremos a las nuevas generaciones), bien vale la pena reflexionar y en todo caso, preocuparnos de los síntomas que nada más no desaparecen en el quehacer de nuestra vida diaria; específicamente, en lo que tiene que ver con las cuestiones políticas que nos afectan a todos aunque no a todos les interesen (lo que es muy válido, por cierto).

Se han presentado algunos puntos muy sensibles en lo que respecta a iniciativas que polarizan: la Ley de Amparo y la Política Nacional de Vivienda. Al escribir estas líneas, me surge la cuestión de considerar el anuncio de la renuncia del Papa Benedicto XVI ¿por qué no? Siendo la mexicana una sociedad mayoritariamente católica y regida durante muchos años por sus prejuicios, y llevando la carga del sentimiento de culpa que caracteriza a la evangelización que los católicos ejercieron en nuestro continente (mismo que es muy diferente de la manera en que ha evolucionado en Europa) es necesario incluirla en el debate de estos días, aunque (reconozco que puedo estar muy equivocado) poco se gane con ello.

Dicho lo anterior, el punto a donde quiero llegar es al de las opiniones encontradas (por decirlo de manera suave). Me explico, en torno a la Ley de Amparo, misma que toca intereses delicados sobre todo en las telecomunicaciones, los protagonistas (agraviados y los beneficiados) se esfuerzan por fijar sus posiciones por todos los medios y con ello, tratar de lograr influir en la opinión pública para, ya sea, presionar para que prospere dicha ley, o bien, para que se creen herramientas que la contengan y con ello, seguir (según la versión de unos) beneficiándose de la ley anterior para monopolizar dicho sector. No me atrevo a decir quién tiene la razón (es obvio que ambos tienen intereses mezquinos), pero estoy seguro que estamos presenciando una lucha de titanes, donde lo que menos importa, son los beneficios que la modificación a esa ley pueda traer a los ciudadanos de a pie. Lo que se altere o se deje igual traerá consecuencias a otros que, sin deberla ni temerla, no tienen influencia suficiente como para entrar en esa batalla.

En el caso de la Ley Nacional de Vivienda, los constructores empiezan a retorcerse debido al gran temor de ser regulados de forma definitiva para que dejen de ofrecer al mercado de la clase trabajadora, viviendas que más que ayudar a aumentar la calidad de vida, la deterioran. Por el otro lado y aclarando que lo digo porque la “burra no era arisca”, sabemos perfectamente bien que a cualquier intento del gobierno por “mejorar” algunos de los vicios que existen en los procedimientos, aparecen invariablemente, las prácticas de corrupción que caracterizan a los burócratas y autoridades. Luego entonces, el grave riesgo en este estira y afloja, está en la posibilidad de que el gobierno relaje los requisitos que con tanta pompa anunció por las presiones de la poderosa industria de la construcción, o bien, de no dar un paso atrás, incrementar las prácticas de corrupción en los estados y municipios para que las constructoras no se queden sin su fuente de ingresos, con lo que continuarían perjudicando a quien busca con muchos sacrificios hacerse de una vivienda digna.

El caso del Papa es de conciencia. Hay mexicanos que aprovechan esta oportunidad para refugiarse en sus antiguas enseñanzas del catecismo y se preocupan exclusivamente en la justificación de los actos que durante su pontificado hizo o no Benedicto XVI, y se apuran a rezar para escuchar pronto el “Habemus Papam” en sus televisores y en cadena global el próximo marzo; para así, sentir que no han perdido la guía que los hará arrepentirse en la misa de domingo y seguir pecando el resto de la semana.

Mientras tanto otros, intentan reflexionar en el papel de la iglesia católica en nuestra sociedad y las terribles omisiones que como “luz de las conciencias” han cometido para salvar lo que para ellos es el bien supremo: sus intereses terrenales. En todo caso, el reclamo de las víctimas de prominentes miembros de la iglesia está ahí y como sociedad, estamos muy mal al despreciar su defensa. No importa cuántas declaraciones se han vertido sobre el caso, lo que como mexicanos estamos obligados a hacer, es clamar en las más altas instancias por justicia. Ejemplos, las más recientes exposiciones públicas de los juzgados estadounidenses a clérigos pederastas en ese país para que paguen por los crímenes cometidos; y hace un poco más de tiempo, los avances de justicia referentes al mismo delito, en países como Alemania e Irlanda. Conclusión, sí se puede ¿queremos?

Entonces, me digo, me pregunto y me preocupo: Qué bien que haya opiniones encontradas, es lo que se espera en una Democracia, pero ¿a dónde nos llevarán? ¿hay un punto de coincidencia en el futuro? o ¿seguirán encontradas para siempre? ¿El destino es la discordancia eterna o el acuerdo para bien de todos?

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