Jorge Diaz. Próxima la tan anunciada reforma a la Ley de Telecomunicaciones, los poderosos se atrincheran. Es obvio que el pleito es económico aunque algunos lo aderezan con supuestos deseos de procurarle bien al pueblo (sólo les falta decir “el pueblo bueno”). Son sólo anzuelos para atrapar incautos. La verdad, es que a quienes acusan al “duopolio televisivo” de “poder fáctico”, les urge ser poder fáctico para aplanar el piso de su competencia por imponer una visión ideológica a los usuarios de televisión y radio, entre otros, para que al final, todo redunde en riqueza económica (para ellos).

Hasta ahí, podríamos decir que el pleito es comprensible. Hay quienes aseguran que todo este asunto pasa por la libertad de expresión, por lo que exigen al gobierno federal dejar de lado las intenciones de TV Azteca y Televisa por hacerse de un pedazo del espectro cuando la reforma entre en vigor, lo que choca con la libre competencia en los negocios que debería regir este tipo de operaciones. Pero dejémoslo así, esas serán batallas que ni Usted ni yo pelearemos.

Refiriéndome exclusivamente a la parte de televisión y radio, mi punto es que lamentablemente, los ciudadanos no hemos integrado al debate; o bien, no hemos iniciado un nuevo debate sobre la calidad en los contenidos y eso, es lo que nos concierne en realidad.

Al final, lo que a estos negocios les interesa es vender todo lo que puedan, por lo que sus programas y la calidad de los mismos, están regidos por la demanda que el mercado consumidor marca, y venga quien venga a posicionarse como el competidor más serio de las principales televisoras en el momento, forzosamente entrará al juego de ofrecer programas chatarra.

En todo caso, la cuestión es que si a los mexicanos nos preocupa tanto el control que los medios de comunicación ejercen sobre la población, tenemos que empezar a reclamar mejor calidad en los contenidos de los programas, pero ¿cómo? Haciendo un movimiento vestido de utopía pero que en el fondo responde a intereses políticos como el #YoSoy132, no es el camino, inclusive la fumada idea de la democratización de los medios que ellos pregonan, es tan absurda como la de imponer a toda la población qué comer o cómo vestir, sólo porque es por su bien. Descartado.

Tenemos ejemplos claros en la televisión doméstica del Reino Unido: la BBC ofrece más o menos un 40% de su programación con un alto contenido educativo, cultural, muy entretenido y bien hecho como para llamar la atención a millones de sus televidentes y radioescuchas, con lo que –el consumidor– ensancha su visión del mundo, de sí mismos y quizá, se cultiva un poco más cada día. Pero ¿por qué la BBC si puede y nuestras televisoras no?

En mi humilde opinión, creo que se debe a la demanda; a medida que los usuarios de televisión y radio estén mejor educados, mayor será la demanda de programas inteligentes y con contenido que aporten algo más a su persona y así convertir todo esto en un círculo virtuoso, mismo al que forzosamente se adecuarán los medios de comunicación para no perder auditorio.

Lejos de cualquier guerra económica y política que es normal que se dé en toda democracia, la exigencia de mejores contenidos es responsabilidad del usuario y a mi parecer, ese asunto pasa por la educación. Si no, no se preocupe por tener una tercera, cuarta o quinta cadena en México, lo que seguirá viendo será la misma porquería.

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