Jorge Diaz. Desde que surgieron las noticias sobre las circunstancias podridas en Michoacán, respecto del crimen organizado, era de esperarse que las autodefensas se pudrieran también. Es ingenuo pensar que en estos tiempos hay paladines de la justicia, héroes desinteresados que sólo ven por el bien del prójimo, no al menos en situaciones como las que se presentan en aquellas tierras.

Y como todo lo que empieza mal, termina mal, ahora las autoridades trabajan en ese Estado a dos bandas.

Por un lado, combatir (como era su obligación desde hace mucho tiempo) a la banda de criminales que ahí opera y tiene amplios sectores de la población maniatadas. Del otro, investigar posibles crímenes y actos ilegales, además de intereses de los que se han autoerigido como defensores del pueblo.

A estas alturas, nadie de los que alguna vez se mostraban valentones ante los medios y barrían y trapeaban con la imagen de las autoridades de los tres niveles de gobierno, puede estar tranquilo. Ahora ya saben que también ellos están bajo sospecha.

Y es que era obvio, no sólo por la posible infiltración que los mismos grupos del crimen pudieran haber realizado, sino por los intereses políticos y económicos que los líderes y miembros de las autodefensas tenían sobre los espacios que los otros controlaban.

Todos sabemos cómo empezó, pero nadie puede adelantar cómo terminará.

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