Sergio Aguayo. ¿Qué pasaría si continúa la gradual pulverización de los cárteles mexicanos? Para hablar sobre el futuro bosquejaré el pasado.

Un cártel es una organización criminal con el tamaño suficiente para influir en uno o varios países. En el último siglo en la cuenca del Caribe han existido los cárteles estadounidenses, colombianos y mexicanos. Sus historias se entrelazan y el ocaso de unos ha servido de plataforma para el crecimiento de quienes los suceden.

Los cárteles estadounidenses (más conocidos como mafias) sentaron las bases para el contrabando ilegal de drogas de América Latina a Estados Unidos. Cuando creció el consumo de narcóticos en los años sesenta, Washington diseñó una política para golpear sus cúpulas y atomizar a los organismos. El principal instrumento legal es la Ley Rico (Racketeer Influenced and Corrupt Organizations Act) aprobada por el Congreso en 1970. Las familias criminales se pulverizaron convirtiéndose en unidades que controlaban el trasiego de narcóticos en pequeñas porciones del territorio.

Simultáneamente crecieron los cárteles colombianos. Uno de los indicadores se dio en 1987, cuando la revista Forbes incluyó a Pablo Escobar Gaviria en el lugar 14 de la lista que entonces tenía 140 multimillonarios. Le atribuyó una riqueza de tres mil millones de dólares de aquella época. Pablo Escobar se mantuvo durante siete años en el espacio reservado a la crema del capitalismo. Sus métodos violentos forzaron a Colombia a seguir la estrategia estadounidense de atacar las cúpulas. En 1993 Escobar Gaviria fue abatido por las fuerzas de seguridad en un tejado de Medellín y según Bruce Bagley, uno de los grandes especialistas en este tema, los grandes conglomerados se transformaron en centenares de "cartelitos".

El escenario estaba listo para que los cárteles mexicanos pasaran del anonimato al protagonismo. Era natural que así fuera porque la geopolítica ha hecho de México el punto de cruce de las arterias que alimentan la violencia regional: el trasiego de personas y drogas de sur a norte y de armas y dinero de norte a sur. El crimen organizado mexicano se aprovechó de la debilidad y corrupción del Estado mexicano y fue llenando los vacíos dejados por los colombianos en la cuenca del Caribe.

Después de la detención de Joaquín El Chapo Guzmán en febrero pasado, David Pérez Esparza publicó en Nexos un documentado análisis sobre las virtudes y genialidades empresariales de El Chapo y el Cártel de Sinaloa que han sido capaces de fundir lo viejo con lo moderno. El núcleo de dirección se forma con familias de raigambre sinaloense pero contratan a profesionistas de alto nivel que les permiten expandir sus negocios por el mundo. Pérez Esparza asegura que Sinaloa tiene presencia en 54 países, mientras que la multinacional mexicana que le sigue, Cementos Mexicanos, Cemex, sólo está en 33.

Las élites que gobiernan México han adoptado la misma estrategia de fragmentar cárteles eliminando a líderes. Están teniendo éxito por la mejor coordinación y eficiencia del aparato de seguridad, aunque Michoacán es un caso inédito en la historia de los tres cárteles: el empuje de las autodefensas ha llevado a un ataque frontal contra Los Caballeros Templarios.

De mantenerse esta dinámica un escenario futuro podría ser la pulverización de los cárteles mexicanos en múltiples unidades. Se reduciría la peligrosidad para el Estado mexicano pero no bajaría la violencia que afecta a la sociedad ni terminaría la producción y el trasiego de narcóticos porque alguien tiene que ocuparse de alimentar el apetito estadounidense por las drogas.

Un escenario posible es que una parte de la violencia, que ahora padecemos, migre hacia otros lares. En Venezuela y Estados Unidos existen condiciones para el renacimiento de cárteles de mayor tamaño. Imposible hacer pronósticos sobre dinámicas en marcha. Lo único cierto es que la violencia asociada a los narcóticos es un fenómeno regional de larga duración y que vivimos ahora las consecuencias del protagonismo de los cárteles mexicanos en la cuenca del Caribe.

LA MISCELÁNEA


El Senado de la República elegirá pronto a los 7 integrantes del IFAI. De la pléyade de candidatos sólo dos tienen la invaluable experiencia de luchar por la transparencia desde la trinchera de la sociedad civil: Rogelio Gómez Hermosillo y Guillermo Noriega Esparza. Son buenos candidatos. Tómenlos en cuenta.

Colaboraron Marcela Valdivia Correa, Rodrigo Peña González y Maura Roldán Álvarez. 

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