La asombrosa presencia de Trump
La mera existencia de un candidato como The Donald plantea un enigma insondable. Digo, el tipo podría no alcanzar siquiera un par de puntos porcentuales en las preferencias de los votantes del Partido Republicano y no ser más que un personaje excéntrico, una extravagante rareza que nadie se tomara en serio. Pero no: soltando barrabasadas y despropósitos, agitando los más oscuros sentimientos en una población desconfiada y resentida, desplegando un tosco discurso y —con un poderoso instinto mediático— recurriendo a las artimañas de los déspotas populistas de siempre, Trump ha logrado encumbrarse como el más potente de los candidatos del Grand Old Party (GOP).

Es de no creerse, señoras y señores. Sin embargo, Estados Unidos es un país extrañísimo poblado de gente extravagante que, entre otras cosas, construye refugios antiatómicos en los más perdidos rincones de Nebraska o Wisconsin, que celebra la brutalidad de sus policías sin ningún problema de conciencia, que reclama el derecho constitucional de poseer armas de asalto que sobrepasan (con mucho) la capacidad defensiva que necesitaría un ciudadano para repeler una atraco y que aplaude el desaforado belicismo de su nación.

En el momento de escribir estas líneas, los resultados de los caucuses —las asambleas electivas— de Iowa, daban poco más de 28 puntos a Ted Cruz y 25 al empresario neoyorkino (el proceso comenzó a las ocho de la noche, en el horario de la Costa Este). Pero, estoy hablando de unas cifras que no debieran reflejar siquiera la más mínima cuota de preferencias para un candidato absolutamente impresentable y que, al mismo tiempo, resultan totalmente deprimentes porque el antedicho Cruz —de un siniestro conservadurismo y con muy pocas luces— es un individuo que no merecería tampoco figurar entre los punteros.

Estamos presenciando, creo yo, una situación absolutamente excepcional, más allá de que Sarah Palin, en su momento, haya sido también una figura esperpéntica: el perfil de estos aspirantes no satisface los más mínimos requerimientos del hombre político moderno. Pero, ahí están y ahí van.

El siglo XXI es cada vez más asombroso.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor. 
 
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