La unidad en tiempos difíciles
Una de las prendas más preciadas de toda comunidad o país es la unidad en torno a lo fundamental. La civilidad democrática y el sentido de supervivencia de una nación obliga a acotar los espacios de la disputa y la diferencia. Hay intereses por encima de todo y de todos. Es cuestión de madurez política entenderlos y asumirlos. Lo normal es el debate, la disputa, la crítica de la oposición respecto a quien detenta el poder; empero hay momentos, circunstancias y temas que obligan a un objetivo común. No es que el gobierno se imponga y la oposición se someta, sino que se construya un punto de encuentro a partir de la convicción compartida de que lo que hay que cuidar se impone a la cíclica competencia por el poder.

En perspectiva histórica, al país le ha significado un elevado costo la fragmentación o la confrontación. Con dificultad hemos aprendido que el interés del país debe asumirse como un objetivo común. El arribo de la democracia ocurrió por aproximaciones sucesivas y en un largo periodo de negociación dominado por la desconfianza y la impaciencia de la oposición, y la arrogancia de quienes detentaban el poder. Momentos luminosos y visionarios los hubo de unos y otros, se avanzó significativamente y se alcanzó la normalidad democrática al margen de la ruptura y la crisis institucional, pero se heredaron hábitos poco avenidos a los valores democráticos: la cooptación y el chantaje cobraron más espacio del debido. Así se ha llegado a una democracia imperfecta, eficaz para elegir, insuficiente para legitimar y legitimarse a sí misma.

Lo mismo ha ocurrido al interior de los partidos. Éstos importan y mucho, porque son los pilares de la democracia representativa. Pero las reglas del juego ellos las han definido y eso significa un régimen de privilegios contrario al interés ciudadano. Unos partidos han nacido en la democracia, otros han transitado a ésta, pero ninguno ha interiorizado los valores propios de la democracia liberal. Es difícil tener una democracia vigorosa si los partidos se vuelven maquinarias rígidas, distantes de la sociedad, cargadas de oportunismo político y orientadas a ganar el poder como un objetivo en sí mismo.

Al igual que sucede con una nación, no es aceptable que la única unidad en los partidos sea la de corte autoritario o vertical. Aunque lo parezca, la disputa por el poder no es una guerra. La referencia de Clausewitz no aplica en el sentido de que la política es la continuación de la guerra por otros medios; tampoco la política es una forma civilizada de guerra. No es así, porque la premisa fundamental de la democracia no es el exterminio o la imposición, sino la coexistencia de la diferencia, sin ninguna exclusión más que la de aquél que niega precisamente la convivencia en términos democráticos.

Los partidos, sin embargo, ingresan a un escenario de guerra en la disputa por el poder. La unidad en su interior se vuelve un tema crítico. Morena la tiene resuelta de origen, se creó para llevar a López Obrador a la Presidencia y todo se acomoda a tal propósito. El PRI, de origen, es una alianza más amplia y compleja de lo que parece; ahí tiene que hilarse fino para que la disputa por la candidatura a la Presidencia y la guerra de posiciones por las de legislador no rompan la cohesión en momentos que resultan de lo más críticos para el priismo. El PAN tiene el desafío de elegir pronto candidato en un entorno inédito en el que la misma dirigencia es árbitro, representante del conjunto y parte interesada en la definición de la candidatura. El PRD no resuelve si presentar candidato o unirse al PAN bajo la idea de conformar un amplio frente opositor. Los partidos pequeños van perfilando alianzas.

De otro lado, el desencuentro de los partidos con la sociedad explica la fortaleza que han adquirido las candidaturas independientes. En 2018 es muy probable que se presente al menos un candidato sin partido. Es un paso positivo en términos de salvaguardar el derecho a ser votado; no es necesariamente virtuoso respecto al andamiaje y principios de la democracia representativa. Su presencia puede servir a que los partidos se vean obligados a cambiar. Un desenlace lamentable sería que el candidato independiente declinara al final por uno de los candidatos de partido. Además de ser fraude a la ley, sería una negación al propósito que dio espacio legal a las candidaturas ciudadanas.

Así que la unidad en los partidos y la presencia hasta el final de las candidaturas independientes son un desafío, pero todavía más relevante es la unidad en el país. Los problemas existentes y una nueva actitud de la sociedad, más exigente y demandante, conlleva un ánimo social en el que se reduce el espacio de consenso y crece el descontento, así como la incertidumbre. La desconfianza dificulta el propósito de unidad. Un ánimo contestatario permite conectar con un tercio de la población que está muy desencantada con la situación. Esto no es mayoría, pero sí es una base suficiente para cualquier proyecto político y en un entorno de voto fragmentado, como el que se anticipa, puede llevar a quien lo represente a la Presidencia de la República.

En la circunstancia, hay temas suficientes que debieran alimentar una voluntad compartida por la unidad de la pluralidad política, incluso por la de grupos de interés y factores de poder. Son cuatro los principales desafíos en puerta. El primero se refiere a la relación bilateral con EU en la que se haga valer con eficacia el interés de México frente al embate hostil al país. El segundo es la lucha contra la inseguridad y la violencia, o, lo que es lo mismo, abatir la impunidad. Lograrlo es interés de todos como lo señaló en días pasados el presidente Peña y el representante de la Conago, Miguel Ángel Mancera.

Los otros dos temas para concitar la unidad es mejorar la calidad de gobierno y hacer de los comicios próximos un terreno de deliberación y disputa civilizada para que sea el voto responsable, libre e informado el que defina el resultado. Lograr esto último, que los espacios de campaña diriman de cara a los electores los diversos proyectos de futuro que se plantean para el país, puede ser el primer acuerdo de todos los actores que refleje la voluntad de empezar a unirnos en asuntos fundamentales del país.

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