Luis I. Sánchez. El pasado 11 de enero cometió suicidio un joven entusiasta de la tecnología y la computación. Su nombre: Aaron Swartz. A la mayoría de los lectores les parecerá completamente desconocido y de escaso interés, pero me parece que su caso puede servirnos para ilustrar, desafortunadamente de manera trágica, los excesos punitivos a los que puede llegar la ley cuando de copyright y patentes se trata o, mejor dicho, cuando el punto es proteger los intereses de las grandes compañías de medios.

Esta ocasión no se vio involucrada alguna de las compañías de medios más famosas y criticadas por sus posturas en defensa de los copyrights, como la RIAA (Record Industry Association of América) y MPAA (Motion Picture Association of América). Esta vez el papel central lo tuvieron la MIT (Massachusetts Institute of Technology) y el bien conocido portal académico (y de pago) JSTOR, fuente de millones de artículos científicos, consultado por miles de investigadores alrededor del mundo.

Swartz, un activista que luchaba por la apertura y la gratuidad de Internet, descargó millones de los artículos de JSTOR protegidos por derechos de autor a través de la red abierta del MIT, por lo que en un primer momento el portal de textos académicos demandó al joven activista, sólo para dar marcha atrás en su persecución poco después. Sin embargo, el gobierno de los Estados Unidos continuó la investigación de oficio y le acusó de una serie de crímenes informáticos entre los que se listaba la pretensión de liberar los documentos en sitios de intercambio de archivos, con el objeto de que circularan por todo el mundo sin restricción alguna, una acusación que, por cierto, carecía de todo fundamento.

El gobierno de los Estados Unidos llevó demasiado lejos sus pretensiones de castigo para Swartz para un delito que no había tenido víctimas ni causado pérdidas: el fiscal pidió nada más ni nada menos que 35 años de cárcel y un millón de dólares como multa, un castigo equiparable a alguien que ha cometido actos de terrorismo. Por estas circunstancias, y ante el cómodo silencio que el MIT guardó, así como la JSTOR después de retirar sus acusaciones, sin posibilidades reales de una defensa justa, fue que Swartz decidió quitarse la vida.

Este hecho conmocionó al mundo del Internet. Swartz fue una de las personas que más había trabajado por construir una red libre y sin restricciones. A los 14 años había contribuido al desarrollo de la herramienta RSS 1.0, que hoy se usa para compartir y diseminar información de todo tipo, aunque centrado especialmente en los blogs. Además fue cofundador de Reddit, un portal también dedicado a la difusión de información y conocimiento, centrado en los usuarios. De igual forma, trabajo en los borradores de las licencias Creative Commons usadas para hacer que las obras intelectuales y artísticas pudieran ser usadas y compartidas sin las restricciones de los copyright clásicos.

Su familia, desde luego, hizo declaraciones en las que acusaban al sistema de justicia de los Estados Unidos de perseguir a Aaron en un proceso plagado de excesos intimidatorios que finalmente lo llevaron al suicidio. Desafortunadamente viene a cuento el famoso refrán de “ahogado el niño se tapa el pozo”, pues las autoridades del MIT han ordenado una investigación relacionada al caso de Swartz. De igual forma, la planta académica de dicho instituto ha publicado una carta abierta en la que muestran su preocupación e indignación ante la persecución sufrida por Aaron debido a un delito sin afectaciones económicas o humanas.

Este suceso hizo que la congresista republicana de California, Zoe Lofgren, elevara la voz y pidiera una enmienda a la Acta de Abuso y Fraude Informático (CFAA por sus siglas en inglés), para evitar que otros usuarios de internet lleguen a sufrir procesos desproporcionadamente duros por pequeñas infracciones que no tienen impacto alguno en la vida real como en la vida online. Pues, de mantener el acta tal como se encuentra escrita, “podría criminalizar actividades diarias y permitir penas severamente estrafalarias”.

Todo lo anterior tiene su importancia no sólo porque el “lobby de los derechos de autor” ha sentado sus reales en las legislaciones de varios países del mundo y en tratados internacionales (como SOPA), que pretenden criminalizar una serie de actividades y comportamientos de los usuarios de Internet, sino porque dichas iniciativas ya han mostrado, con el triste caso de Swartz, que pueden ser tremendamente injustas y desproporcionadas, conduciendo a una persona a elegir pasar prácticamente la mitad de su vida en la cárcel o, peor, a quitarse la vida ante la injusticia de dicha pena.

¿Quién no recuerda la propuesta del gobierno de Veracruz de acusar a unos tuiteros por perturbación de la paz pública, con una pena de varias décadas de prisión tan sólo por publicar unos mensajes poco certeros respecto a la situación de inseguridad que se vivía en el puerto jarocho? ¿Y los intentos en otros estados por la misma época de regularizar el uso de las redes sociales para perseguir —según algunas opiniones— a los activistas de la libertad en la red y a activistas políticos?

Además (volviendo al tema de Swartz), el contenido que JSTOR custodia son artículos y conocimientos producidos que las universidades, gobiernos y otras instituciones públicas ya han pagado mediante becas y fondos destinados a la educación y la investigación, ¿por qué, pues, ha de hacerse una nueva erogación —nada económica por cierto— para que los individuos y centros de educación tengan acceso a tales fuentes de conocimiento?

El estira y afloja de esta cuestión entre copyright y libertad en la red de redes es un asunto que durará todavía mucho tiempo, pero que, probablemente con un poco de mayor sentido común por parte de los individuos que se dedican a legislar, así como un alto a las empresas de medios —a las que no les importa otra cosa más que el lucro—, podría comenzarse a resolver. Por el momento, esta lucha ya ha cobrado sus víctimas, Aaron Swatz la más reciente, aunque en 2008 ya también hubo oportunidad de lamentarse con el suicidio de otro programador, Jonathan James.

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