Sergio Aguayo. Cuando uno revisa los principales nombramientos en el gabinete brota esa mezcla de tradicionalismo y pragmatismo tan característica de la carrera política de Enrique Peña Nieto.

El ahora Presidente es parte de la generación de priistas surgida después de la amarga derrota de 2000. A partir de que se convirtiera en gobernador del Estado de México, en 2005, Peña Nieto inició una estrategia para transformarse en el líder que regresaría la cohesión perdida cuando se resquebrajó el presidencialismo. En la cultura priista -imperante en mayor o menor medida en los otros partidos- la recompensa a la lealtad o la complicidad se mide en cargos. Esta lógica se aprecia con toda nitidez en la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) que ha servido para el pago de cuotas sin importar el perfil o la experiencia de los ahora funcionarios.

En la carrera de Rosario Robles hay evidencia de inteligencia y compromiso con causas tan relevantes como los derechos de la mujer. Fue una pena que se desbarrancara por el revoltijo que hizo de lo privado y lo público, sobre todo porque su pareja, Carlos Ahumada, depredaba el presupuesto por medio de contratos de obra pública. ¿Le servirá a Rosario su experiencia con las tribus perredistas para conciliar a colaboradores tan desiguales en experiencias y lealtades?

Con los funcionarios de la Sedesol podría hacerse un mosaico del priismo de los estados. Ahí despachan gente del Grupo Atlacomulco, de ex gobernadores de Puebla, Oaxaca y Coahuila sin faltar el círculo cercano a Elba Esther Gordillo. ¿Qué deudas estará pagando Peña Nieto con esta composición? No lo sé, pero el rasgo que los unifica es que vienen de grupos que saben manejar recursos públicos para controlar clientelas. Por supuesto hay excepciones, como la de María Angélica Luna Parra en Indesol, pero lo común son personajes que llegan sin experiencia a dirigir una Secretaría poderosa en presupuesto y presencia. Inevitable pensar que algo tiene que ver que cada año hay piñata electoral.

Peña Nieto aprendió la lección dejada por Felipe Calderón: es inhumano y erróneo desentenderse del costo social causado por la violencia porque enloda para siempre prestigios políticos. Si a ello agregamos que la violencia y sus consecuencias son la principal amenaza a nuestra seguridad nacional y la enorme atención que recibe el tema en los medios nacional e internacional, se entiende la política en seguridad.

Para empezar hay un reconocimiento poco común a la relevancia del factor externo. Desde hace meses va y viene el general colombiano Óscar Naranjo, a quien Peña Nieto calificó hace unos días como un "amigo" y un "asesor externo" que apoyará a su gobierno en la lucha anticrimen (Reforma, 19 de diciembre de 2012). Lo negativo está en la poquísima claridad sobre las funciones que ha tenido, tiene y tendrá Naranjo.

En términos generales el equipo civil de la seguridad está bien pensado. El titular de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, intentará coordinar a la Federación, los estados y los municipios auxiliado por Roberto Campa, quien al menos tuvo experiencia al haber dirigido el Sistema Nacional de Seguridad Pública. Cuando culmine la reorganización administrativa despachará desde esa dependencia quien ahora es encargado de la Secretaría de Seguridad Pública, Manuel Mondragón y Kalb. Lo notable de su caso es que trae el halo de una gestión eficiente en el Distrito Federal. Es un hecho que en seguridad la capital supera, y con mucho, a otras entidades.

La Procuraduría General de la República tiene funcionarios con buena fama pública. Jesús Murillo Karam empujó, desde el Senado, la ley que hace posibles las acciones colectivas. La segunda en el escalafón es Mariana Benítez Tiburcio, académica del ITAM que porta la medalla de ser una de las autoras de aquella famosa controversia constitucional promovida por 47 senadores contra la Ley Televisa. En derechos humanos está Ricardo García Cervantes, uno de los panistas que ha logrado preservar su capital ético.

Así pues, si uno juzga por los nombramientos, y aceptando en cuenta que hay excepciones a las generalidades, aventuro dos pronósticos: veo difícil que Rosario Robles cumpla con su promesa de construir un "México más justo y más solidario". Me temo que Sedesol se orientará al pastoreo de clientelas sin construir ciudadanía porque los otros partidos también le entran al clientelismo. Mientras que en seguridad lo contrario parece ser el caso abriéndose finalmente la posibilidad de que el Estado se tome algo más en serio la tarea de proteger la vida de los ciudadanos.

Ningún pronóstico es inamovible. El futuro de las políticas públicas depende de múltiples variables entre las que destacan la energía e inteligencia con las cuales la sociedad exija y vigile. Aun así, en seguridad hay bases para iniciar con algo de optimismo este nuevo año. No está mal.

Colaboró Maura Roldán Álvarez. 

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