El rostro de la afgana Aisha, desfigurado por su marido.
El rostro de la afgana Aisha, desfigurado por su marido
Concha Moreno. Durante esta semana, la gran mayoría de los medios, por no decir todos -alguno lo habrá obviado, supongo-, hicieron un hueco para hablar de las mujeres trabajadoras, de los derechos de las mujeres; se sumaron a los homenajes que se celebraron por doquier, cubrieron las jornadas y mesas redondas organizadas a diestro y siniestro, destacaron sus valores y, en definitiva, entonaron una gran loa al mérito que tiene ser mujer y trabajar. Puesto que, no hay que olvidar, el 8 de marzo es el “día internacional de la mujer” y hay que sumarse a la fiesta; si no lo haces, te pueden tachar de machista o insolidario. Pongámonos a ello, pues.

Pero, ojito con lo que decimos o escribimos, porque no se puede “dar jabón” a la mujer, piropearla hasta la saciedad, alabarla estúpidamente en fecha señalada, mientras al día siguiente siga recibiendo un rosario de reproches, insultos, o palizas.

Hablamos de una celebración que comenzó el día 19 de marzo, allá por 1911, en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, y que se extendió rápidamente por numerosos países, con mítines a los que asistieron más de un millón de personas, que exigieron para las mujeres el derecho de voto y el de ocupar cargos públicos, el derecho al trabajo, a la formación profesional y a la no discriminación laboral. Pero en Estados Unidos se había producido antes el preludio, pues el 28 de febrero de 1909 fue denominado Día de las mujeres socialistas. Un año después tuvo lugar en Copenhague (Dinamarca) una Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas donde se reiteró la demanda de sufragio universal para todas las mujeres, proclamando el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. La ONU no se pronunció hasta 1977, y lo denominó Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional.

Sin embargo, hay una fecha especialmente significativa, el 25 de marzo de 1911, que sigue planeando poderosamente sobre estas proclamaciones, puesto que, ese día, más de 140 jóvenes trabajadoras, inmigrantes en su mayoría, murieron en un trágico incendio de una fábrica de Nueva York. Este suceso tuvo grandes repercusiones en la legislación laboral del país, y propició introducir algunas modificaciones que beneficiaron a las mujeres de aquella época.

Lo triste de la historia es que, hoy, más de 100 años después, las mujeres tienen que seguir reivindicando derechos. No son una minoría, no son unas locas revolucionarias, no son tribus aisladas, no son parásitos sociales que reclaman alimentación gratuita, no: las mujeres representan el 55% de la población y, sin ellas, el mundo se habría extinguido, porque son absolutamente necesarias para procrear y alimentar a las generaciones futuras. En absoluto son menos que los hombres. Tienen los mismos derechos universalmente, aunque sólo sean reconocidos y exigidos de forma general en los denominados países desarrollados.

Entonces, ¿por qué leemos a diario noticias que ponen los pelos de punta en cuanto a violencia hacia las mujeres y hacia las niñas? ¿Por qué hay que legislar “para las mujeres”? ¿Por qué hay que crear comisiones que vigilen el cumplimiento de esas leyes? ¿Por qué hay que estar recordando continuamente a los gobernantes masculinos, a los hombres en general, que la mujer también tiene derechos, además de obligaciones? ¿Por qué hay que hacer campañas para recordar a las mujeres que no deben soportar la discriminación ni los malos tratos, que deben denunciarlo? Hay una larga lista de porqués que me gustaría dejaran de existir.

En México hay 105 mujeres por cada 100 hombres, según el Inegi. Son más que ellos, pero parecen un pequeño grupo, porque se dejan humillar continuamente ¿Es la condición femenina lo que impele a las mujeres a no alzarse contra el hombre que la agrede, que menoscaba sus derechos? ¿Es la condición femenina la que hace posible que soporten vejaciones que ningún hombre, ninguno, toleraría ni una sola vez? Si, en algún caso, así fuera, habría que pensar en reeducar a la mujer, pero desde la cuna, a fin de erradicar de la “condición femenina” su aspecto negativo. Esa sería una tarea eminentemente femenina, porque los hombres sacan provecho de esa condición y, si no se les obliga, no harán nada por cambiarlo. Y que ninguna me diga que no se puede llevar a cabo porque, afortunadamente, siempre hay hombres dispuestos a ayudar, y la carga se puede compartir (1).

Me espanta que más de 12 millones de campesinas de nuestro país sean prioridad del actual gobierno para sacarlas de la marginación, pobreza y desempleo, según ha informado la Confederación Nacional Campesina (CNC), y que el 37,7 % de las mujeres jóvenes padezcan pobreza alimentaria. Para más “inri”, más de 900 mil se vean obligadas a desempeñar el papel de cabeza de familia, puesto que, o son abandonadas por sus parejas, o bien éstos emigran a buscar trabajo a otros lugares. Conclusión: son madres y padres a la vez, y tienen que ocuparse del sustento de los hijos, cumpliendo a la perfección el papel, ya que la aportación de las mujeres campesinas a la economía familiar, en los últimos 20 años, ha crecido un 261%, mientras que la de los hombres sólo alcanzó el 104%. Pero, ojo, que sólo menos del 10% de ellas posee certificados o títulos de propiedad ¿No sería de justicia que los tuvieran? Vamos, que es como decir: tú trabaja como una burra, que yo, el hombre, me quedo con los beneficios. Ya vale!

Me espanta que los embarazos y la violencia doméstica y sexual, y también en el entorno escolar, sean los principales componentes que impiden el desarrollo pleno y condenan a la pobreza a 104 millones de niñas y adolescentes en América Latina y el Caribe, según un estudio difundido recientemente por Plan Internacional, una organización que lleva 75 años trabajando en 50 países por los derechos de los niños.

Me espantan las muertes que se reportan en Ciudad Juárez desde 1993, que hasta el año pasado se calculaban en 700 mujeres, jóvenes y adolescentes de entre 15 y 25 años de escasos recursos, que llegaron a esa ciudad buscando una vida mejor que la que llevaban en sus pueblos rurales. Encontraron una vida mejor, sí, pero en el otro mundo, y después de ser violadas y torturadas. A pesar de las voces de diversas organizaciones que claman por esclarecer los hechos, durante el sexenio de Calderón, caracterizado por su hipotética “lucha contra la violencia”, no se avanzó nada. Los cuerpos que aparecieron, los enterraron sus familiares; los que no, siguen en lugares desconocidos. Y, lo peor, nadie los busca.

Me espanta que las leyes y una cultura milenaria de países como India pretendan proteger la “moral” a costa de masacrar a la mujer. Como ejemplos recientes, recuerden la brutal violación de la joven Nirbhaya Shaji, de 23 años, a manos de un grupo de salvajes a bordo de un autobús en marcha. O la violación masiva, unos días después, a una niña de once años. O que, en Jaipur, una mujer vendiera a su hija, de la misma edad, a una pareja de proxenetas, para pagar una deuda.

Me espanta recordar el rostro desfigurado de la afgana Aisha Mohammadzai, a quien su padre la utilizó como si fuera un fajo de billetes, porque fue el pago de una deuda. Tenía 12 años, su marido abusó de ella como lo hizo su nueva familia, que la confinó a dormir en el establo, rodeada de animales. Creció entre torturas físicas y psicológicas, hasta que un día no pudo más y se fugó, pero tuvo la desgracia de ser capturada, lo que le valió cinco meses de cárcel. Al salir, el juez la ordenó regresar con su esposo, quien, en la noche, la llevó al monte, la ató de pies y manos, y la cortó la nariz y las orejas como castigo a su escapada. La dejó abandonada creyéndola muerta, pero Aisha fue capaz de pedir ayuda. Finalmente, la Fundación Grossman Burn hizo posible que hoy pueda sonreir con un nuevo rostro.

Sin embargo y a pesar de todo, muchas mujeres consiguen salir de la miseria en que sus propios hombres las sumergen ,y se convierten en embajadoras y adalides de la lucha por los derechos de las féminas. Me esperanza saber que hay mujeres y hombre luchando por la igualdad, por la tolerancia, por los DD HH de las personas, sean de un género o de otro. En Arabia Saudi, un país absolutamente ultraconservador, en donde parece que aún se vive en la Edad Media, y donde la mujer tiene prohibido conducir, entre otras cosas, recientemente se han adoptado una serie de tímidas reformas aperturistas, como la autorización en septiembre de 2011 para que la mujer participe como candidata y electora en las elecciones municipales, o la entrada de 30 mujeres en el Consejo Consultivo o "Shura". Luchar siempre reporta pequeños avances y satisfacciones.

Mi mensaje de hoy no es para los hombres que conculcan diariamente los derechos de la mujer, es para las mujeres. A ellas quiero recordarles que, cuando toleran un agravio, abren la puerta a la violencia, a la infamia, al maltrato… y a la muerte. Según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) de 2011, se estima que aproximadamente el 94% de las agresiones no se denuncian. Sólo tú, mujer, puedes cambiar estas cifras.

Al Calce


Debemos dejar de leer que…

  1. Una de cada tres mujeres en el mundo sufrirá de violencia en algún momento de su vida, sea a través de una violación, golpes o abuso
  2. Cada día, otras tres mueren por culpa de la violencia doméstica
  3. Cada día, diez millones de niños en el mundo están expuestos a la violencia doméstica
  4. El costo anual en salud pública de la violencia doméstica en EE UU se aproxima a los 5,8 billones de dólares
  5. En el este de la República Democrática del Congo se han documentado al menos 200,000 casos de violencia sexual desde 1996

    (1) En 1981, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CETFDCM) declaró que la violencia contra las mujeres era una forma de discriminación particularmente atroz. Las Naciones Unidas adoptaron la “Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer” en 1993. 

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