Museo de brujas de Salem. |
Rocío Moreira. No solo en Europa existieron casos de brujería, también en América, en el seno de las sociedades más puritanas sucedieron estos episodios macabros de la historia de la humanidad, acaecidos gracias a la arbitrariedad de Tribunales que condenaban a los sospechosos guiados más por una absoluta superstición que por una investigación rigurosa. Tal celebridad adquirieron estos juicios que han sido recordados durante siglos, llegando hasta nuestros días.
Uno de los más famosos, sin duda alguna fue el que tuvo lugar en una población de Massachusetts, Estados Unidos: el de la ciudad de Salem. Los sucesos transcurrieron durante el año de 1692, cuando la población se encontraba recuperándose de una feroz epidemia de viruela que había cobrado muchas víctimas. Es importante destacar que esta localidad se hallaba formada por muchas familias que eran rivales desde tiempos muy antiguos y que la sociedad era gobernada por intransigentes ideas dictadas por el más rígido de los puritanismos establecidos por la Iglesia Protestante de aquel tiempo, quien se encargaba de mantener a los habitantes plenamente convencidos y temerosos del poder del demonio.
Fue en enero de ese año cuando la hija menor del Reverendo Samuel Parris y paralelamente la nieta del mismo cayeron enfermas, víctimas de un extraño mal desconocido en aquel entonces, contra el que los cuidados y remedios caseros no pudieron hacer absolutamente nada. Desesperados, los familiares llamaron al doctor William Griggs, quien tras revisarlas y notar un comportamiento extraño en ellas que las inducía por momentos a sufrir de espasmos violentos e incontrolables en los que torcían la boca y emitían sonidos guturales, y por momentos a sumirse en un estado de adormecimiento y ausencia, no pudo diagnosticar ninguna enfermedad y declaró que sin duda alguna se trataba de un caso de brujería.
El extraño malestar había empezado con las niñas Abigail y Elizabeth de 11 y 9 años respectivamente, pero no tardó en extenderse a otras infantes de la localidad, una de ellas, Ann Putman de 12 años aseguró que había huido de una bruja que la amenazaba con cortarle la cabeza; otra, durante el interrogatorio preliminar se puso a cuatro patas y comenzó a ladrar como un perro. Resultaba curioso que al interrogarlas por separado, las menores respondían con lucidez y daban nombres que incriminaban a personas del pueblo y de pueblos vecinos, pero al reunirlas bajo un mismo interrogatorio, lloraban, gritaban y padecían ataques de histeria.
Las proporciones que cobró la investigación resultaron tan grandes que en poco tiempo, los encargados de llevarla a cabo llenaron de cárcel de presuntos implicados. En el mes de marzo de 1962, la esclava antillana Tituba, propiedad del reverendo Parris, fue llevada a audiencia, la primera en torno al caso, en la que confesó que para mantener a las niñas entretenidas en algunas ocasiones les relataba historias de miedo y en otras les mostraba su capacidad de predecir el futuro a través del comportamiento de algunos animales o utilizando la clara de un huevo. Fue esta declaración la que llevó a los investigadores a acusarla de llevar a cabo prácticas mágicas prohibidas por las leyes divinas.
Para junio de ese mismo año, se había reunido en Salem el Tribunal Especial de Auditoría y Casación, presidido por el juez William Stoughton y compuesto por magistrados forasteros y doce jurados que se encargarían de juzgar uno a uno a los acusados de brujería, que eran más de 150 personas, cuyos nombres habían sido citados por las niñas en sus testimonios.
Las declaraciones fueron las únicas pruebas que pusieron a los acusados ante el Tribunal, una de ellas fue Sarah Osbourne, una mujer inválida que era muy criticada socialmente por vivir con un hombre sin estar casada, otra fue Sarah Good, una indigente que era mal vista por su costumbre de fumar pipa.
Algunos de los acusados no fueron capaces de entender la gravedad de las acusaciones que recaía sobre ellos y ni siquiera intentaron defenderse, otros por el contrario, lloraban y se desgañitaban jurando su inocencia. Todos estaban exhaustos, las durezas de la cárcel hacían mella en sus rostros demacrados, algunos no pudieron resistir y no consiguieron ni siquiera llegar a su juicio.
La primera en ser condenada a la horca fue Bridget Bishop, acusada de haber realizado un pacto con el demonio, mediante el cual logró provocar el envenenamiento de varias personas, fue ejecutada el 10 de junio. Después de ella, siguieron otros 18, de los cuales trece eran mujeres y cinco eran hombres. Otro de los sospechosos no pudo ni escuchar su sentencia, puesto que murió lapidado por un pueblo enfurecido. A las mujeres que estaban embarazadas se les perdonó la vida, pero su destino fue purgar cadena perpetua. La esclava Tituba también fue condenada, pero por considerarse un objeto de valor, pronto fue vendida.
Tras la ejecución de 20 personas, el Gobernador William Pips decide disolver el Tribunal en Octubre de 1962, e instaurar un Tribunal Supremo que no admitiera como únicas pruebas las declaraciones de unas niñas, fue así como 18 meses después del inicio de la cacería de brujas, el Tribunal decidió liberar a todos los que habían sido juzgados, perdonó las ejecuciones pendientes y rehabilitó el nombre de los ahorcados.
Debido a la superstición colectiva que se extendió por Salem y sus alrededores, el pueblo terminó convirtiéndose en un paraje desolador, en un lugar maldito en el que nadie deseaba establecerse, para posteriormente quedar abandonado y ser durante más de nueve décadas un destino fantasmal, al que sólo los más valientes se aventuraban a acercarse.
Uno de los más famosos, sin duda alguna fue el que tuvo lugar en una población de Massachusetts, Estados Unidos: el de la ciudad de Salem. Los sucesos transcurrieron durante el año de 1692, cuando la población se encontraba recuperándose de una feroz epidemia de viruela que había cobrado muchas víctimas. Es importante destacar que esta localidad se hallaba formada por muchas familias que eran rivales desde tiempos muy antiguos y que la sociedad era gobernada por intransigentes ideas dictadas por el más rígido de los puritanismos establecidos por la Iglesia Protestante de aquel tiempo, quien se encargaba de mantener a los habitantes plenamente convencidos y temerosos del poder del demonio.
Fue en enero de ese año cuando la hija menor del Reverendo Samuel Parris y paralelamente la nieta del mismo cayeron enfermas, víctimas de un extraño mal desconocido en aquel entonces, contra el que los cuidados y remedios caseros no pudieron hacer absolutamente nada. Desesperados, los familiares llamaron al doctor William Griggs, quien tras revisarlas y notar un comportamiento extraño en ellas que las inducía por momentos a sufrir de espasmos violentos e incontrolables en los que torcían la boca y emitían sonidos guturales, y por momentos a sumirse en un estado de adormecimiento y ausencia, no pudo diagnosticar ninguna enfermedad y declaró que sin duda alguna se trataba de un caso de brujería.
El extraño malestar había empezado con las niñas Abigail y Elizabeth de 11 y 9 años respectivamente, pero no tardó en extenderse a otras infantes de la localidad, una de ellas, Ann Putman de 12 años aseguró que había huido de una bruja que la amenazaba con cortarle la cabeza; otra, durante el interrogatorio preliminar se puso a cuatro patas y comenzó a ladrar como un perro. Resultaba curioso que al interrogarlas por separado, las menores respondían con lucidez y daban nombres que incriminaban a personas del pueblo y de pueblos vecinos, pero al reunirlas bajo un mismo interrogatorio, lloraban, gritaban y padecían ataques de histeria.
Las proporciones que cobró la investigación resultaron tan grandes que en poco tiempo, los encargados de llevarla a cabo llenaron de cárcel de presuntos implicados. En el mes de marzo de 1962, la esclava antillana Tituba, propiedad del reverendo Parris, fue llevada a audiencia, la primera en torno al caso, en la que confesó que para mantener a las niñas entretenidas en algunas ocasiones les relataba historias de miedo y en otras les mostraba su capacidad de predecir el futuro a través del comportamiento de algunos animales o utilizando la clara de un huevo. Fue esta declaración la que llevó a los investigadores a acusarla de llevar a cabo prácticas mágicas prohibidas por las leyes divinas.
Para junio de ese mismo año, se había reunido en Salem el Tribunal Especial de Auditoría y Casación, presidido por el juez William Stoughton y compuesto por magistrados forasteros y doce jurados que se encargarían de juzgar uno a uno a los acusados de brujería, que eran más de 150 personas, cuyos nombres habían sido citados por las niñas en sus testimonios.
Las declaraciones fueron las únicas pruebas que pusieron a los acusados ante el Tribunal, una de ellas fue Sarah Osbourne, una mujer inválida que era muy criticada socialmente por vivir con un hombre sin estar casada, otra fue Sarah Good, una indigente que era mal vista por su costumbre de fumar pipa.
Algunos de los acusados no fueron capaces de entender la gravedad de las acusaciones que recaía sobre ellos y ni siquiera intentaron defenderse, otros por el contrario, lloraban y se desgañitaban jurando su inocencia. Todos estaban exhaustos, las durezas de la cárcel hacían mella en sus rostros demacrados, algunos no pudieron resistir y no consiguieron ni siquiera llegar a su juicio.
La primera en ser condenada a la horca fue Bridget Bishop, acusada de haber realizado un pacto con el demonio, mediante el cual logró provocar el envenenamiento de varias personas, fue ejecutada el 10 de junio. Después de ella, siguieron otros 18, de los cuales trece eran mujeres y cinco eran hombres. Otro de los sospechosos no pudo ni escuchar su sentencia, puesto que murió lapidado por un pueblo enfurecido. A las mujeres que estaban embarazadas se les perdonó la vida, pero su destino fue purgar cadena perpetua. La esclava Tituba también fue condenada, pero por considerarse un objeto de valor, pronto fue vendida.
Tras la ejecución de 20 personas, el Gobernador William Pips decide disolver el Tribunal en Octubre de 1962, e instaurar un Tribunal Supremo que no admitiera como únicas pruebas las declaraciones de unas niñas, fue así como 18 meses después del inicio de la cacería de brujas, el Tribunal decidió liberar a todos los que habían sido juzgados, perdonó las ejecuciones pendientes y rehabilitó el nombre de los ahorcados.
Debido a la superstición colectiva que se extendió por Salem y sus alrededores, el pueblo terminó convirtiéndose en un paraje desolador, en un lugar maldito en el que nadie deseaba establecerse, para posteriormente quedar abandonado y ser durante más de nueve décadas un destino fantasmal, al que sólo los más valientes se aventuraban a acercarse.