Moreira: chorizo de exportación
Imagine por un momento la escena: en el centro de Madrid, miles y miles de personas se reúnen para cercar el Congreso de los Diputados y protestar en contra de la corrupción y la lejanía de la clase política con la sociedad. La policía pierde la calma y carga contra los manifestantes, quienes responden sin dudar en una jornada que terminará con decenas de heridos y detenidos que son acusados, según el Ministerio del Interior, de querer tumbar el sistema. El partido en el poder exige que los detenidos sean tratados como conspiradores en un ataque a la soberanía nacional, pero el juez de la causa desestima las acusaciones de partido —y gobierno— por irresponsables, defendiendo el derecho a la libre expresión, ‘máxime ante la convenida decadencia de la denominada clase política’. La respuesta fue la esperada: el portavoz del partido que se puso el saco de la decadencia lo llenó de insultos, cuestionó su capacidad jurídica y lo hizo responsable de lo que pudiera pasarle a cualquier diputado tras sus declaraciones. ‘Pijo ácrata’, le llamó.

El mismo juez que, en 2006, viajó a Guatemala para interrogar a Ríos Montt y Mejía Víctores por imputaciones de genocidio, terrorismo, torturas y detenciones ilegales y que, cuando fue rechazado por los políticos en aquél tiempo en el poder, acusó a las autoridades guatemaltecas de ‘situarse en la órbita de los países que violan sus obligaciones internacionales y desprecian la defensa de los derechos humanos’. El mismo, también, que tras una investigación minuciosa lanzó una orden de busca y captura en contra de tres militares estadunidenses que dispararon contra el Hotel Palestina en Bagdad, donde se hospedaba un camarógrafo español y cuyas investigaciones pusieron en tal entredicho las relaciones bilaterales entre España y Estados Unidos; el mismo que negó el reingreso a prisión de un terrorista despiadado —y reconocido como tal— por la publicación de un editorial en un periódico; el mismo que imputó a políticos chinos por su actuación en el Tíbet, el mismo que ha sentado precedentes mundiales por sus querellas contra el feminicidio. Un juez que es, sin duda, un verdadero hombre de su tiempo. Santiago Pedraz, el juez —y decano— de la Audiencia Nacional a quien nos hemos referido, no es, ciertamente, un hombre que tenga miedo. Ni a los reflectores ni a las consecuencias de sus actos. Sus obras hablan por él, y basta con ingresar su nombre en cualquier buscador de internet: es un hombre controvertido, que cree en la justicia y que ha dedicado su vida a enfrentarse a los chorizos, la forma más española de llamar a los políticos corruptos.

Chorizos como el que hoy tiene entre sus manos con la sorpresiva —que no sorprendente— captura del hasta hace pocos años presidente del PRI, Humberto Moreira. No es difícil imaginar que más de alguno haya pasado del estupor al espanto al percatarse del nombre de quien dirigió la operación que desembocó en la captura realizada por la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal: el juez Pedraz es, además de sabueso eficaz y juez justiciero, un personaje que no tiembla ante los micrófonos.

Micrófonos que, sin duda, estarán abiertos y habrán de ser ocupados con frecuencia. Santiago Pedraz es un hombre mediático, con su propia agenda contra la corrupción, y Moreira es un personaje sin escrúpulos, relacionado con las más altas esferas, y que es capaz de cualquier cosa con tal de salvarse el pellejo. Hay que ver lo que viene: quien pensase que, tras las casas de color blanco, trenes cancelados, normalistas desaparecidos, presuntos masacrados, reformas que no cuajan, barriles abajo del costo, dólares apreciados, delincuentes re-recapturados y actrices ermozas tendríamos suficiente, estaría muy equivocado. A temblar.
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