Es un desafío entender las coordenadas de la nueva realidad política. Los cambios en curso son discretos, pero profundos y constantes. El país ha cambiado más de lo que los actores políticos alcanzan a advertir. La sociedad mexicana se ha ido transformando gradualmente y esto tiene implicaciones en todos los órdenes. Las causas del cambio aluden lo social; hay más libertades y mayores posibilidades de información y participación, especialmente por la comunicación digital y su dinámica: inmediatez, amplitud, horizontalidad y naturaleza interactiva.
Persisten problemas de vieja factura como la desigualdad y la fragilidad del piso ético en la política y el servicio público. Hay más libertades y también una democracia electoral eficaz para transformar votos en cargos, pero hay una exigencia mayor para mejorar la calidad del gobierno y las respuestas que debe ofrecer la política. Son tiempos de inconformidad y reclamo, muchas veces manifiesto en lo cotidiano y en la relación entre personas y entre éstas e instituciones.
Tiempos difíciles para quien gobierna; generosos para el opositor, más si se radicaliza y se cruza la línea de lo institucional a lo antisistémico. Es explicable que en estas condiciones la alternancia cobre relieve. Así le sucedió al PAN como partido gobernante; hace 10 años elección tras elección vio achicar su presencia política, hasta llegar con un voto de castigo a la elección nacional en 2012. Así le está aconteciendo al PRI, el que llegará en toda su historia reciente con menos población gobernada en el nivel local y ante el reto de recuperar los votos de no hace mucho tiempo; la fragmentación del voto parecería facilitar el espejismo del triunfo, pero si así fuese el caso, de ninguna manera sería fácil.
Para todos los proyectos políticos, personales o de partido, es indispensable entender lo que ocurre y los nuevos términos de la comunicación y la lucha políticas. No solo es el uso óptimo de lo digital, sino la sicología o antropología de lo social. La clave no está en el instrumento, sino en el contenido y en el nuevo sujeto político, en el flujo en curso respecto a los problemas, viejos y nuevos, que encara la sociedad y lo que espera y ve del gobierno y de sus políticos en un entorno de creciente desconfianza e impaciencia. Ya se ha dicho en este espacio: el mayor miedo de hoy día no es al cambio, sino a que lo que exista persista y esto abre la puerta por igual a las candidaturas independientes que a proyectos que radicalizan su postura y se plantan como rechazo a lo que existe.
De por medio está la pérdida de consenso del orden de cosas. Es un problema global de las democracias contemporáneas y que ha minado los arreglos políticos y equilibrios institucionales de las pasadas décadas. En España acabó con el virtual bipartidismo, en Inglaterra llevó al brexit, en Europa al ascenso de la ola derechista nacionalista, en Estados Unidos a la candidatura presidencial de Donald Trump. En política ocurre lo impensable frente a una sociedad que en mayor o menor grado y por diversas razones ha perdido apego a los valores del liberalismo democrático.
La competencia electoral es virtuosa en sí misma, no necesariamente por sus resultados. El que diga que el pueblo no se equivoca que explique el arribo de los dictadores y autócratas por la vía del voto. No hay magia en la democracia fundada en el sufragio popular, como tampoco mano invisible en la economía. A las libertades es necesario sumar la deliberación y el debate. Todo y todos deben estar sujetos al rigor del escrutinio público, incluso a sus excesos. No hay espacio para intocables; la victimización es una de las patologías que deben desterrarse para que haya real y efectivamente piso parejo. En la nueva realidad la equidad no se mide en prerrogativas y privilegios mediáticos o financieros, sino en la inmunidad e impunidad que se ofrece a personajes y proyectos blindados por lo políticamente correcto.
El escrutinio y el debate son la mejor defensa de la democracia frente al espejismo de las soluciones mágicas o de los proyectos de odio que se alimentan del prejuicio y de la indignación. Lo importante es que quien detente poder, formal o informal, público o privado, sea objeto de validación social. Por ello los medios y quienes tenemos el privilegio de participar en ellos tenemos una tarea insustituible. Está en los convencionales y también en los digitales, los que por su propia naturaleza difícil es que tengan rigor y calidad en la crítica al poder.
El objetivo de la competencia es la renovación del poder. En México no hay ratificación, porque a escala nacional no existe la reelección; se puede ratificar a un partido en el poder, pero aún en ese caso se plantea la actualización del proyecto en curso. Nadie hace campaña bajo la bandera del continuismo, y con frecuencia ni siquiera de la continuidad. No lo hizo Felipe Calderón respecto a Vicente Fox y será difícil que así suceda con el candidato presidencial del PRI, con todo y que es explicable que en estos momentos el partido gobernante se atrinchere en el proyecto presidencial.
El entorno anticipa las condiciones de competencia. La aspiración de renovación habrá de cobrar curso con proyectos disímbolos, incluso el que pueda construir uno o varios candidatos independientes. El cambio será el significante en el centro de la mesa de la disputa por el voto; sus expresiones van a recorrer el espectro de lo sentado e insensato, de lo imaginable y de lo impensable. Nada hay al momento para anticipar el desenlace, sí para decir que lo que viene, en forma y fondo, habrá de ser muy diferente.
Para hacer de lo que ocurra una transformación virtuosa, desde ahora es fundamental que quede claro el valor de la libertad, la crítica y el escrutinio al poder.
Persisten problemas de vieja factura como la desigualdad y la fragilidad del piso ético en la política y el servicio público. Hay más libertades y también una democracia electoral eficaz para transformar votos en cargos, pero hay una exigencia mayor para mejorar la calidad del gobierno y las respuestas que debe ofrecer la política. Son tiempos de inconformidad y reclamo, muchas veces manifiesto en lo cotidiano y en la relación entre personas y entre éstas e instituciones.
Tiempos difíciles para quien gobierna; generosos para el opositor, más si se radicaliza y se cruza la línea de lo institucional a lo antisistémico. Es explicable que en estas condiciones la alternancia cobre relieve. Así le sucedió al PAN como partido gobernante; hace 10 años elección tras elección vio achicar su presencia política, hasta llegar con un voto de castigo a la elección nacional en 2012. Así le está aconteciendo al PRI, el que llegará en toda su historia reciente con menos población gobernada en el nivel local y ante el reto de recuperar los votos de no hace mucho tiempo; la fragmentación del voto parecería facilitar el espejismo del triunfo, pero si así fuese el caso, de ninguna manera sería fácil.
Para todos los proyectos políticos, personales o de partido, es indispensable entender lo que ocurre y los nuevos términos de la comunicación y la lucha políticas. No solo es el uso óptimo de lo digital, sino la sicología o antropología de lo social. La clave no está en el instrumento, sino en el contenido y en el nuevo sujeto político, en el flujo en curso respecto a los problemas, viejos y nuevos, que encara la sociedad y lo que espera y ve del gobierno y de sus políticos en un entorno de creciente desconfianza e impaciencia. Ya se ha dicho en este espacio: el mayor miedo de hoy día no es al cambio, sino a que lo que exista persista y esto abre la puerta por igual a las candidaturas independientes que a proyectos que radicalizan su postura y se plantan como rechazo a lo que existe.
De por medio está la pérdida de consenso del orden de cosas. Es un problema global de las democracias contemporáneas y que ha minado los arreglos políticos y equilibrios institucionales de las pasadas décadas. En España acabó con el virtual bipartidismo, en Inglaterra llevó al brexit, en Europa al ascenso de la ola derechista nacionalista, en Estados Unidos a la candidatura presidencial de Donald Trump. En política ocurre lo impensable frente a una sociedad que en mayor o menor grado y por diversas razones ha perdido apego a los valores del liberalismo democrático.
La competencia electoral es virtuosa en sí misma, no necesariamente por sus resultados. El que diga que el pueblo no se equivoca que explique el arribo de los dictadores y autócratas por la vía del voto. No hay magia en la democracia fundada en el sufragio popular, como tampoco mano invisible en la economía. A las libertades es necesario sumar la deliberación y el debate. Todo y todos deben estar sujetos al rigor del escrutinio público, incluso a sus excesos. No hay espacio para intocables; la victimización es una de las patologías que deben desterrarse para que haya real y efectivamente piso parejo. En la nueva realidad la equidad no se mide en prerrogativas y privilegios mediáticos o financieros, sino en la inmunidad e impunidad que se ofrece a personajes y proyectos blindados por lo políticamente correcto.
El escrutinio y el debate son la mejor defensa de la democracia frente al espejismo de las soluciones mágicas o de los proyectos de odio que se alimentan del prejuicio y de la indignación. Lo importante es que quien detente poder, formal o informal, público o privado, sea objeto de validación social. Por ello los medios y quienes tenemos el privilegio de participar en ellos tenemos una tarea insustituible. Está en los convencionales y también en los digitales, los que por su propia naturaleza difícil es que tengan rigor y calidad en la crítica al poder.
El objetivo de la competencia es la renovación del poder. En México no hay ratificación, porque a escala nacional no existe la reelección; se puede ratificar a un partido en el poder, pero aún en ese caso se plantea la actualización del proyecto en curso. Nadie hace campaña bajo la bandera del continuismo, y con frecuencia ni siquiera de la continuidad. No lo hizo Felipe Calderón respecto a Vicente Fox y será difícil que así suceda con el candidato presidencial del PRI, con todo y que es explicable que en estos momentos el partido gobernante se atrinchere en el proyecto presidencial.
El entorno anticipa las condiciones de competencia. La aspiración de renovación habrá de cobrar curso con proyectos disímbolos, incluso el que pueda construir uno o varios candidatos independientes. El cambio será el significante en el centro de la mesa de la disputa por el voto; sus expresiones van a recorrer el espectro de lo sentado e insensato, de lo imaginable y de lo impensable. Nada hay al momento para anticipar el desenlace, sí para decir que lo que viene, en forma y fondo, habrá de ser muy diferente.
Para hacer de lo que ocurra una transformación virtuosa, desde ahora es fundamental que quede claro el valor de la libertad, la crítica y el escrutinio al poder.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.