El primer debate
Los debates entre candidatos revisten un gran interés mediático. El encuentro cara a cara ofrece una oportunidad singular para conocer lo que dicen y proponen quienes pretenden ganar el poder, y son también un examen a la persona, a su capacidad y a su carácter. Los debates ayudan en el todo, pero más que para ganar la elección, son el evento con la mayor dosis de riesgo de toda la contienda. Una pifia puede marcar negativamente al candidato y a su imagen, por lo que la recomendación básica es evitar cometer errores. Los debates requieren preparación. Se trata de responder con eficacia y claridad al reto de comunicar. La improvisación suele resultar costosa. Un candidato engreído por su inteligencia o con "superioridad moral" siempre será un mal debatiente.

En EU los debates presidenciales se han vuelto institución y por mucho se facilita el hecho de ser encuentros casi siempre de dos contendientes. En México los debates entre candidatos presidenciales son historia reciente, el intercambio y la confrontación se diluye porque participan muchos contendientes y se someten a formatos muy rígidos.

El debate del lunes de la señora Hillary Clinton y Donald Trump fue una buena didáctica sobre lo que son estos eventos, la cobertura de medios y de opiniones que atraen y la asimetría entre desempeño y resultado. Los medios y los analistas suelen darle más importancia al debate que el común de los electores. Se puede "perder" el debate y eso no necesariamente impacta las intenciones de voto. Esto es así porque el debate más que cambiar las preferencias, tiende a ratificarlas. Incluso el magro sector de los indecisos ve al debate con una preconcepción que le impide hacer una evaluación neutral u objetiva, salvo que haya un error grave que el posdebate haga exhibir y destacar. La estrategia para maximizar beneficios es actuar activamente después del evento; el posdebate suele ser igual o más importante.

Existe consenso entre los analistas que la candidata demócrata tuvo el mejor desempeño. La diferencia fue la preparación y la experiencia. Muchos analistas refieren a las mentiras o desaciertos del candidato republicano; sin embargo, no queda claro que el juicio de los conocedores tenga un efecto significativo en las intenciones de voto. Donald Trump, con la desfachatez que le es tan propia, ha declarado que fue el ganador por mucho; sus mismos colaboradores conceden en privado que no estuvo a la altura; sin embargo, lo que sí puede resultar cierto es que el debate no haya tenido el costo al señor Trump que algunos asumen.

Persiste la confusión de muchos de trasladar la intención de voto nacional al posible resultado de la elección, siendo que el sistema estadunidense a diferencia del nuestro es de elección indirecta, esto es, gana quien gane más votos en los estados, incluso se puede dar el caso de un candidato que gane la votación nacional directa y pierda la indirecta. Hay un total de 538 votos electorales, 270 es el número mágico para ganar la elección; según Real Clear Politics al día de hoy, la señora Clinton suma 188 votos; Trump 165, hay 185 votos indecisos. Los estados que en esta condición mayor peso tienen por el número de delegados son Florida, Pensilvania, Ohio, Carolina del Norte, Míchigan y Georgia, algunos de éstos mencionados por Trump en el debate. Habría que esperar algunos días para tener actualizado el mapa electoral, aunque lo más probable es que la proporción de los indecisos continúe de manera tal que haga de la elección una incógnita hasta el último momento.

México está en el centro del debate; el peligro mayor está con Donald Trump por su oferta en materia comercial y migratoria. Los partidos y los políticos han cambiado de postura porque un segmento importante de la sociedad estadunidense, como ha sucedido en muchos países desarrollados, ven en el exterior una amenaza que reproduce muchos prejuicios que de siempre han dormido en la profundidad del imaginario social. Aunque hay signos evidentes de apertura y de avance liberal en los países occidentales, también se ha reactivado un nacionalismo conservador e intolerante que explica en parte el éxito de Donald Trump.

El debate no solo es una radiografía de los personajes en la disputa por la presidencia; también lo es de la sociedad estadunidense, en sus fortalezas, virtudes y defectos. No deja de ser lamentable que las referencias a México durante esta campaña casi siempre sean negativas: violación de derechos humanos, violencia e inmigración ilegal. El reconocimiento a lo mucho positivo del país y de los mexicanos existía en George W. Bush y William Clinton, y ha sido mucho menor con el presidente Obama.

En el país existe una gran expectación por el desenlace de la elección. Es amplio el anhelo e interés de que prevalezca la candidata demócrata. También los mercados así lo advierten por el temor que despierta un eventual triunfo de Donald Trump, quien persevera con una postura radical e intransigente contra el libre comercio y los migrantes.

El segundo debate tendrá lugar el 9 de octubre en la Universidad de Washington en St Louis Misuri en un formato diferente en el que los candidatos deberán responder las preguntas de ciudadanos. Esta modalidad de debate favorece a Hillary Clinton, quien ha mostrado más habilidad y mejor manejo, producto de experiencia y también de una mejor preparación. Trump es un buen candidato para la circunstancia y momento del país, caracterizado igual que en amplias regiones del mundo, por el hartazgo ciudadano contra el statu quo; sin embargo, sus limitaciones personales quedaron evidenciadas en el debate del lunes pasado. Aún así, persiste en la contienda, y todavía con muchas posibilidades de éxito.

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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor. 

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