¿Nuestra democracia? Paraíso de corruptos…
No hay nada más insultante para los ciudadanos de este país que las corruptelas de Duarte, Borge y el sátrapa de Sonora, Padrés. Y, miren ustedes, han huido como vulgares delincuentes, como si creyeran de veras que se puede rehacer una vida tranquila en tierras lejanas y que la justicia no los va a encontrar algún día, estén donde estén.

El cinismo de estos sujetos es tan descomunal como su ambición personal. En un país marcado por la cultura de la corrupción, la mayoría de la gente se acomoda, desgraciadamente, a la idea de que los cargos públicos sirven para realizar lucrativos negocios. Pero aquí no estamos hablando de compras de terrenos facilitadas por la privilegiada condición del adquiriente ni de comisiones recibidas por la concesión de contratos ni de favores otorgados ni de porcentajes pactados. Esto es otra cosa: el saqueo puro y duro de las arcas públicas, el desvío flagrante de recursos federales y la apropiación descarada —o sea, el robo— de fondos destinados a programas de gobierno.

No sé si el galopante deterioro de las formas y los modos que estamos viviendo ahora en el mundo —la esperpéntica presencia de Trump en el escenario político de un país democrático no sería más que una muestra de ello— se manifieste igualmente en la total pérdida de pudor y comedimiento para perpetrar raterías pero sí me parece que la bajeza de los corruptos ha alcanzado unos niveles colosales. Y esto ocurre, curiosamente, en el momento mismo en que las instituciones democráticas se van consolidando en México y cuando la alternancia en el poder es real: a Padrés, tan ladrón como el que más, no se le pueden atribuir los rasgos del priista de siempre, del dinosaurio que medraba cobijado por el aparato del antiguo régimen; el hombre compitió, y fue elegido, llevando los colores del Partido Acción Nacional. Luego entonces, ¿no nos resulta beneficiosa la facultad de cambiar a los gobernantes en las votaciones? Dicho de otra manera, ¿la democracia no sirve de nada?

La gran bofetada que nos han asestado estos miserables personajes a los mexicanos sacude también la precaria estructura de un sistema que descalificamos de un plumazo, sin matices posibles, porque constatamos, día a día, que no impide las ilegalidades ni las castiga. La corrupción se está llevando entre las patas a la democracia.

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