Trump… ¿Apenas se acaban de dar cuenta?
Pasemos por alto sus desplantes cuando conducía un show televisivo. Desde que Trump puso un pie en la arena política no ha dejado de soltar sandeces, insolencias, majaderías y ofensas. Y, sus seguidores, miren ustedes, tan panchos. 
 
Y tan conformes, también, los jerarcas y santones del Partido Republicano: John MaCain se tragó enterita la destemplada descalificación que le endosó The Donald cuando masculló que los héroes verdaderamente admirables son los que no caen nunca en las manos del enemigo; Ted Cruz, su rival directo, lo apoyó cuando obtuvo finalmente la nominación; Mitt Romney miró siempre hacia otro lado; y, bueno, Sarah Palin lo glorificó sin reservas junto a ese tipo tan desagradable, de apellido Giuliani, que alguna vez fungió como asesor de un Gobierno de izquierdas en la capital de los mexicanos. Todos, salvo algunas honrosas excepciones, se acomodaron a la retórica racista, a los infundios y a la zafiedad del personaje.

Pues, ya no. ¿Por qué? ¿Qué pasó? Muy simple: resulta que a nuestro hombre lo pillaron en el momento mismo de exhibir los indecorosos modos del macho bruto que trata a las mujeres como si fueran una mera extensión de sus primitivos impulsos carnales, sin respeto alguno por su soberanía. Era una conversación privada, desde luego, un parloteo de toscos garañones lúbricos y pringosos, pero alguien la grabó y ¡pum!, que la difunden en un momento colosalmente inoportuno para el aspirante a la presidencia de la nación más poderosa de este rincón de la galaxia. Y, ahí, algunos de los muy puritanos prosélitos de la derecha religiosa estadounidense —aunque no todos, asombrosamente— y varios de los correspondientemente pudibundos militantes del Grand Old Party no tuvieron más remedio que distanciarse, ahora sí, del impresentable sujeto.

Pero, digo, ¿qué querían? ¿Esperaban los refinados modos de un Winston Churchill o la agudeza intelectual de un François Mitterrand? ¿Imaginaban que, de la pestilente cloaca de prejuicios y calumnias en la que patalea ese heraldo del populismo revanchista iba a surgir, cual ave Fénix, un individuo urbano, educado y ejemplar?

Desde luego que no. Tienen lo que se merecen, por haber cerrado primeramente los ojos ante el más aberrante y esperpéntico fenómeno político que hayamos visto en mucho tiempo.

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