¿Tanto dependemos de los Estados Unidos como para que las medidas adoptadas por Donald Trump tengan consecuencias catastróficas, apocalípticas y devastadoras para México? Por lo pronto, el aterrizaje forzoso de millones de mexicanos expulsados del vecino país nos va a complicar mucho las cosas. Y, luego, ignoramos también si, para pagar el mentado muro, colosal obra de ingeniería, les confiscarán sus remesas de dinero a los paisanos que vayan a seguir trabajando allá. Finalmente, un arancel a las exportaciones mexicanas de, digamos, un 35 por cien será también ruinoso para la economía nacional aunque, ahí sí, nosotros podríamos asestarle un impuesto de 55 o de 80 puntos porcentuales a los iPhone, los Buick y los tractores Caterpillar que les compramos a ellos. Sería el cuento de nunca acabar y todos saldríamos perdiendo pero, en fin, que alguien vaya y se lo diga al presidente electo.
Muy bien, tenemos ya debidamente dibujado el escenario del cataclismo. Ahora, una gran pregunta: ¿cómo hemos llegado a esto? Porque, miren ustedes, yo a los canadienses no los veo tan preocupados; a los franceses les inquieta tal vez que el ejemplo cunda, que la señora Le Pen se ponga muy peleona y que el populacho termine también eligiéndola, pero hasta ahí; los coreanos y los japoneses a lo mejor tendrán que incrementar su gasto militar —como los alemanes, los estonios y los lituanos— y de ahí no pasará la cosa; los chinos, si de veras les planta cara Trump, se las apañarán para expandirse en otros mercados. O sea, que para ningún otro país del mundo es tan alarmante el tema. Luego entonces, ¿cuál viene siendo la especificidad mexicana, qué es lo que nos distingue de los demás? Pues, muy sencillo: tenemos, con los Estados Unidos de América, una relación de minoría de edad; dependemos de ellos para que millones de mexicanos encuentren trabajo; les pedimos encarecidamente que no expulsen a nuestros compatriotas porque aquí, en el país que los vio nacer y que nunca les pudo ofrecer otra cosa que pobreza y desesperanza, no tendrán ningún futuro; y, desde luego, necesitamos desesperadamente que compren nuestros productos porque tampoco hemos sabido diversificar las ventas o crear un mercado interno. Ah y, con ellos o sin ellos, la podredumbre de la corrupción nos ha ahogado por completo. ¡Sí, de verdad que Trump es un gran problema para México!
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Muy bien, tenemos ya debidamente dibujado el escenario del cataclismo. Ahora, una gran pregunta: ¿cómo hemos llegado a esto? Porque, miren ustedes, yo a los canadienses no los veo tan preocupados; a los franceses les inquieta tal vez que el ejemplo cunda, que la señora Le Pen se ponga muy peleona y que el populacho termine también eligiéndola, pero hasta ahí; los coreanos y los japoneses a lo mejor tendrán que incrementar su gasto militar —como los alemanes, los estonios y los lituanos— y de ahí no pasará la cosa; los chinos, si de veras les planta cara Trump, se las apañarán para expandirse en otros mercados. O sea, que para ningún otro país del mundo es tan alarmante el tema. Luego entonces, ¿cuál viene siendo la especificidad mexicana, qué es lo que nos distingue de los demás? Pues, muy sencillo: tenemos, con los Estados Unidos de América, una relación de minoría de edad; dependemos de ellos para que millones de mexicanos encuentren trabajo; les pedimos encarecidamente que no expulsen a nuestros compatriotas porque aquí, en el país que los vio nacer y que nunca les pudo ofrecer otra cosa que pobreza y desesperanza, no tendrán ningún futuro; y, desde luego, necesitamos desesperadamente que compren nuestros productos porque tampoco hemos sabido diversificar las ventas o crear un mercado interno. Ah y, con ellos o sin ellos, la podredumbre de la corrupción nos ha ahogado por completo. ¡Sí, de verdad que Trump es un gran problema para México!
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