Ahí lo tenemos, al mismísimo Barack Obama, en campaña, apoyando abiertamente a Hillary Clinton. Y, ¿por qué no habría de hacerlo? Que nuestro antiguo presidencialismo se haya trasmutado ahora en un poder maniatado por un Congreso obstruccionista y que el propósito de prevenir los abusos de antaño nos haya llevado a aplicar toda suerte de candados al jefe del Estado mexicano no significa que, en una democracia madura y funcional como la de nuestro vecino país, el primer mandatario no pueda participar como un declarado activista de su partido político.
Justamente, Obama no se muerde la lengua y lanza la advertencia de que Trump no sólo es un peligro para su propio país sino para el mundo entero. Lo acompaña, en esta cruzada para detener a un sujeto mentiroso, megalómano, impulsivo, ignorante, vulgar, ofensivo e incapaz —entre otros adjetivos que se le puedan aplicar— su encantadora y brillantísima mujer, esa Michelle que bien podría ser, dentro de cuatro años, la candidata a la presidencia de un país que, esperémoslo, habrá sobrevivido a la catastrófica circunstancia de ser gobernado por The Donald.
Y es que, señoras y señores, Trump puede ganar, así de increíble y absurdo como parezca este escenario. En una de las más recientes encuestas, le sacaba un punto de ventaja a Hillary. Y, no sabemos todavía —de la misma manera como los mercados y los analistas financieros no lograron predecir el brexit— cuáles serán las consecuencias de la falta de entusiasmo de los votantes demócratas y del sufragio final de los indecisos. Ignoramos, también, el alcance que tendrán todos esos seguidores del candidato republicano que, a estas alturas, se creen a pies juntillas la especie de que Hillary no es una persona confiable siendo que Trump es declarada e incuestionablemente más deshonesto (y por mucho).
Las perspectivas para México son punto menos que desastrosas en caso de que gane quien pretende edificar un muro infamante en la frontera. Pero, al final, tendremos que apechugar y aprender: después de todo, el cáncer de la corrupción que carcome a la nación mexicana no tiene nada que ver con Trump. ¿O, sí?
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Justamente, Obama no se muerde la lengua y lanza la advertencia de que Trump no sólo es un peligro para su propio país sino para el mundo entero. Lo acompaña, en esta cruzada para detener a un sujeto mentiroso, megalómano, impulsivo, ignorante, vulgar, ofensivo e incapaz —entre otros adjetivos que se le puedan aplicar— su encantadora y brillantísima mujer, esa Michelle que bien podría ser, dentro de cuatro años, la candidata a la presidencia de un país que, esperémoslo, habrá sobrevivido a la catastrófica circunstancia de ser gobernado por The Donald.
Y es que, señoras y señores, Trump puede ganar, así de increíble y absurdo como parezca este escenario. En una de las más recientes encuestas, le sacaba un punto de ventaja a Hillary. Y, no sabemos todavía —de la misma manera como los mercados y los analistas financieros no lograron predecir el brexit— cuáles serán las consecuencias de la falta de entusiasmo de los votantes demócratas y del sufragio final de los indecisos. Ignoramos, también, el alcance que tendrán todos esos seguidores del candidato republicano que, a estas alturas, se creen a pies juntillas la especie de que Hillary no es una persona confiable siendo que Trump es declarada e incuestionablemente más deshonesto (y por mucho).
Las perspectivas para México son punto menos que desastrosas en caso de que gane quien pretende edificar un muro infamante en la frontera. Pero, al final, tendremos que apechugar y aprender: después de todo, el cáncer de la corrupción que carcome a la nación mexicana no tiene nada que ver con Trump. ¿O, sí?
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