La vida en el planeta Trump/ I
Primero lo primero: el triunfo de Donald Trump es una auténtica tragedia en la historia de la democracia liberal. El hecho de que haya sido elegido libremente por millones de ciudadanos y de que su figura haya podido representar una esperanza para una sociedad resentida e insatisfecha no lo exime, a él, de ser un sujeto siniestro, un demagogo narcisista, falsario y manipulador que, con el poder real que tendrá en sus manos, significará una escalofriante amenaza a los valores de la sociedad abierta, a saber, la tolerancia, el respeto a los que piensan diferente, el ejercicio del pensamiento crítico y la preservación plena de las garantías individuales. Hay que reiterarlo: un personaje que propone torturar a seres humanos, que plantea segregar a los practicantes de una de las religiones más extendidas del planeta, que suelta sin pudor algunos infamantes calificativos a un pueblo amigo, que se dedica a azuzar calculadamente a los unos contra los otros y a sembrar odios, que no descarta utilizar las armas nucleares, que ofende desfachatadamente a las mujeres, que ridiculiza a los minusválidos, que cosecha aviesamente los frutos de atemorizar a la población de su país, que propala descarados infundios y que promueve la violencia, no solo no debiera jamás estar en posibilidades de ser presidente de la nación más poderosa del planeta sino ni siquiera pretender el puesto de director de una escuela secundaria.

Pero, precisamente ese individuo, cuyos desplantes están minuciosamente consignados en sus propias declaraciones públicas, ha sido el ganador de las elecciones del 8 de noviembre. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha podido ocurrir algo tan aberrante y esperpéntico? Se habla, a manera de explicación, de que fue una suerte de gran reacción colectiva en contra del “sistema”, ese establishment del cual Hillary Clinton sería una de las más conspicuas representantes. Es evidente, además, que el descontento de los votantes no había sido debidamente dimensionado y que, al final, mucha gente lo expresó de último momento, sin haber dado previas señales de sus verdaderas preferencias. Pero, entonces, ¿el nivel de insatisfacción es tal que los ciudadanos están perfectamente dispuestos a renunciar a sus más elementales principios, a mirar hacia otro lado y a no intentar siquiera la más mínima condena moral? De ser así, el asunto de todos esos estadunidenses conservadores que se acomodan tan despreocupadamente a realidad de Trump es todavía mucho más incomprensible. Digo, que el tipo haya soltado que a cualquier desconocida le podía meter la mano en la entrepierna simplemente porque él era “una estrella” no es algo que parezca ajustarse a los valores que cultivan los conservadores de Partido Republicano, los miembros de las iglesias evangélicas o los puritanos de la derecha religiosa. No imaginamos a un predicador lanzando parecido testimonio en su sermón dominical. Y, sin embargo, esa gente es precisamente la que votó por The Donald. ¿Cómo te lo explicas?

Una mujer, entrevistada por la cadena CBS News, dijo que había votado por Trump porque Hillary no le “inspiraba confianza”. Por Dios, ¿es más confiable un hombre que miente tan descaradamente, que no ha revelado su declaración de impuestos, que niega con asombroso cinismo sus propios enunciados y que, hasta hace unas semanas, cuestionaba, por conveniencia personal, la validez de un sistema democrático que lleva 240 años funcionando?

La insatisfacción, el rencor, el enojo y el resentimiento no terminan de explicar tan selectivo ofuscamiento. Hay algo más (de lo que hablaremos en la siguiente entrega), un factor que nos llevaría tal vez a entender por qué el trato prodigado a Hillary Clinton ha sido tan descomunalmente injusto. Repito lo dicho en artículos anteriores: es una mujer inteligente, preparada, profesional y capaz. Pero resultó, miren ustedes, que “no se podía confiar en ella” y que no era una “buena candidata”. ¿No? Muy bien, y ¿a quién teníamos del otro lado? A un personaje absolutamente impresentable, a un sujeto ruin y canallesco, señoras y señores. ¿Era preferible Trump, en algún momento y bajo cualquier criterio posible? En lo absoluto. Y, sin embargo, ahí está ya, con la nominación de presidente electo en el bolsillo, avalado por una ciudadanía, con perdón, de auténticos extraterrestres.

El 8 de noviembre ha sido un día negro para la democracia.

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor. 

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