Broken promises for broken hearts
Lágrimas, gritos, maldiciones, golpes, odio, depresión, disculpas, sexo de reconciliación, nuevas oportunidades. Lágrimas, gritos…

Éste es el círculo vicioso de muchos romances, amores de: “No puedo vivir contigo ni sin ti”. “Sin ti me muero pero cuando estamos juntos me matas”. De ésta y muchas otras formas se expresan estos amantes que van secándose entre sí, como sanguijuelas van chupándose la sangre. Amores vampíricos, que no pueden vivir sin hacerse daño. Dañándose ellos y haciendo daño colateral a todos lo que están de alguna manera vinculados con la relación.

Los dos afirman amarse, quererse hasta la muerte. Se juran amor cuando ninguno de ellos siente amor por sí mismo. Relaciones que están atadas al fracaso, a la destrucción masiva. Algunos se casan, algunos se dejan, algunos se matan, literalmente.

Jurar amor es una cosa sencilla, de hecho cualquier juramento lo es, lo difícil es tener la disposición de cumplir dicho juramento. Jurar es sencillo, amar no. La implicación de olvidar el egoísmo y dar por partes iguales a una pareja, dividir tu tiempo, tu comida, tu salario, son algunas de las cosas que no todos están dispuestos a hacer.

A veces, por el contrario, entregas demasiado sin recibir nada. No existe esa reciprocidad. Y cuando él/ella se va, sientes que hiciste lo mejor, hasta que te quedas sin apetito y lloras sin parar por las noches cuando nadie te ve, o cuando te vas a “divertir” con tus amigos, tomas hasta reventar y terminas llorando y cantando en un karaoke cualquier canción de José José: “…no me importa lo que seas, no me importa tu pasado, vuelve, te lo pido, porque estoy desesperado, decidido a aceptar lo que sea, tú has ganado…”

Y no sólo canciones de José José, sino otro tipo de canciones de dolidos. Y después de todo el ridículo, viene la tan esperada llamada pidiendo perdón, prometiendo que vas a cambiar, que estos días han sido un infierno por no estar juntos.

La reconciliación siempre viene con una gran dosis de sexo, muchos afirman que es la mejor parte de las reconciliaciones. Al otro día todo son abrazos, besos y complacencias. Hasta que aparece otro nuevo pretexto para volver a insultarse, a gritar tan fuerte que todos los vecinos se percatan de lo que sucede. Al otro día no es raro verla a ella con el ojo morado y a él con el rostro arañado, agarrados de la mano yendo al súper.

Nadie dice nada, así es su relación, alguna vez el vecino de a lado intervino para defenderla y ella lo abofeteó, porque no era su asunto. Sus padres odian a la pareja de su hijo y los hermanos no se meten porque acabaron en golpes con su cuñado y de cualquier forma ellos no se dejan de buscar y regresar una y otra vez.

Así hasta que llegaron las demandas, los asuntos legales. Órdenes de restricción, se alejaron. A ella se la llevaron a otra ciudad y los vínculos fueron despareciendo. Él consiguió una nueva pareja, el patrón no se repitió. Los dos se casaron, ella con un hombre que le presentó su padre, el hijo de un amigo de buena familia. Él con una compañera de trabajo.

Pasaron 11 años y se volvieron a encontrar. Ironía de la vida, iban solos, en el centro de su ciudad natal. Pasaron de largo sin verse, caminaron un par de metros y voltearon, se miraron a los ojos y sonrieron. Siguieron caminando.

Dos horas después se encontraban en el bar de un hotel, platicando entre copas de whiskey y humo de cigarro. Sonreían y callaban por minutos enteros, sólo se veían y parecía que en cualquier momento ella soltaría a llorar. Como era de esperarse el alcohol dio paso a lo demás.

Eran las 9 pm y los dos enredados entre sabanas recordaban el pasado. Los golpes, las discusiones, la obsesión que los mantuvo unidos durante 5 años. Él se apresuró a vestirse, esta vez el sexo no era de reconciliación, el círculo estaba roto. Si estaban ahí fue por una promesa, la única que decidieron cumplir.

-Prométeme que el 11 de febrero del 2015, nos volveremos a ver en el centro de la ciudad, en aquel hotel. ¡Jurámelo! –Dijo cuando policías lo llevaban detenido.

-¡Te lo juro, estaré ahí!- Mientras su papá la metía a la fuerza al carro.

Esta vez ya no habría más lágrimas, ni gritos, ni maldiciones, no habría tampoco una nueva oportunidad.

deysisnhn@gmail.com


Artículo Anterior Artículo Siguiente