A pesar de la creciente antipatía que despiertan los partidos políticos, a pesar del descontento generalizado de los ciudadanos y a pesar de la irrefutable impopularidad de tantos de nuestros gobernantes, los candidatos independientes en la carrera hacia la presidencia de la República no han logrado originar un movimiento público alternativo ni mucho menos. Hubieran debido ser una verdadera opción para deshacernos de los que ya están ahí, de los que representan “más de los mismo”. Tendrían igualmente que significar una esperanza y encarnar la perspectiva de un cambio profundo. Pues, no: al parecer, ni siquiera los dos punteros, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez, El Bronco, han podido alcanzar los promedios que les puedan asegurar esas 866 mil 593 firmas que necesitan acumular en 120 días para que el Instituto Nacional Electoral (INE) valide sus candidaturas. Ha transcurrido ya prácticamente un mes desde que comenzó el registro de los apoyos y, en números redondos, ambos contendientes están a punto de alcanzar 100 mil unidades cada uno. A este paso, necesitarían de siete u ocho meses más para cumplir con la exigencia legal. La fecha fatal es el 19 de febrero, hasta nuevo aviso, en espera de las posibles prórrogas que tenga a bien conceder la Comisión de Prerrogativas del mentado INE. Ustedes dirán qué tan masiva es la respuesta de los mexicanos en busca de alternativas al modelo imperante.
Justamente, ahí está la cuestión, más allá de las cifras: no hemos visto una respuesta colectiva de los posibles votantes en la que se manifieste, ya de manera concreta, ese rechazo al “sistema” que tan visiblemente se expresa en las conversaciones de sobremesa, en las charlas de café y, sobre todo, en las redes sociales. Lo dicho: no hay una movilización social en la que se pueda vislumbrar una gran transformación futura de lo público en este país. Naturalmente, esos dos presuntos “independientes” que llevan la delantera no terminan de ser tan químicamente puros: ambos han militado en partidos políticos declaradamente establecidos a los que se les puede endosar una responsabilidad directísima en el actual estado de cosas de la nación. Para mayores señas, Margarita Zavala es ni más ni menos que la mujer de un individuo que fue presidente de México. Eso no la transforma palmariamente en su cómplice incondicional, desde luego, pero tampoco la escuchamos jamás a la mujer, cuando tocaba, decir que no estaba de acuerdo con tal o cual decisión tomada por su marido. Mucha gente culpa a Felipe Calderón de las decenas de miles de muertes ocurridas en México luego de que emprendiera su guerra contra las organizaciones del narcotráfico. La frase que mejor describe esta postura es “los muertos de Calderón”. Es una apreciación tan injusta como arbitraria porque él no los mató pero si hoy, ahora mismo, alguien se acerca a la señora Zavala y le pregunta a bocajarro su opinión sobre el tema, va a ser muy difícil que pueda deslindarse por completo de las políticas públicas implementadas por su marido. En lo que toca al otro personaje, El Bronco, fue tan priista como le dio la gana hasta que no le quedó otro remedio que “independizarse” para competir por la gubernatura de Nuevo León. Su gestión como mandatario de uno de los estados más prósperos de la República, cuestionada por buena parte de la ciudadanía en tanto que no ha cumplido con varias de las promesas que formuló en su campaña electoral, hace que no aparezca ya como un outsider fresco y sin compromisos con el establishment sino como un hombre del aparato, otro más, simplemente. De hecho, los únicos dos independientes de verdad en la lista de aspirantes son una indígena zapatista —cuya cualidad primeramente proclamada sería ésa, precisamente, una doble identidad suya en la que se conjugan virtuosamente el elemento étnico y la condición de revolucionaria— y un periodista, muy exitoso en su momento, caído en desgracia luego de que fueran expuestas públicamente las muy picantes —y muy privadas— conversaciones que sostenía con una novia, llamémosla así para no ensañarnos abusivamente con una persona que sufrió en carne propia un inaceptable espionaje telefónico. No sobrepasan, Ferriz y Marichuy Patricio, las 50 mil firmas. Hasta ahí, el peso real de los auténticos independientes en el escenario electoral.
Ahora bien, así de diluido y atomizado como estará el voto en las presidenciales de 2018, los sufragios que puedan obtener, digamos, Zavala y Rodríguez Calderón sí afectarán directamente los resultados al restarle puntos a los demás. En este sentido, hubiera sido mucho mejor que las voluntades de todos estos aspirantes se condensaran en una sola figura, tal y como lo propuso Jorge Castañeda en su momento. Ese gran “independiente” sí hubiera tenido, tal vez, posibilidades reales en la competición.
Por lo pronto, podemos adelantar que la mujer de Calderón le va a quitar votos al Partido Acción Nacional, así sea que Ricardo Anaya no participe exclusivamente con la camiseta blanquiazul sino como el gallo de un Frente Nacional Opositor constituido por tres partidos políticos. De El Bronco es más difícil saber si privará a Obrador de esos miles de votos que necesitaría para prevalecer en una justa cerradísima pero ya la hostilidad que le dispensa el tabasqueño es una buena pista. Con los demás, si alcanzan las firmas exigidas por el INE, ocurrirá algo parecido. O sea, que la gran apertura de nuestro sistema electoral, la portentosa transformación de facultar a cualquier hijo de vecino a que alcance la Presidencia de México sin tener un partido político detrás, no se ha traducido más que en una pasarela de individuos ambiciosos, los unos, y quijotescos o desubicados los otros, incapaz ninguno de ellos de establecer una sólida conexión con el electorado. Ah, pero eso sí, van a estorbar. Con eso, supongo, se darán por satisfechos.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Justamente, ahí está la cuestión, más allá de las cifras: no hemos visto una respuesta colectiva de los posibles votantes en la que se manifieste, ya de manera concreta, ese rechazo al “sistema” que tan visiblemente se expresa en las conversaciones de sobremesa, en las charlas de café y, sobre todo, en las redes sociales. Lo dicho: no hay una movilización social en la que se pueda vislumbrar una gran transformación futura de lo público en este país. Naturalmente, esos dos presuntos “independientes” que llevan la delantera no terminan de ser tan químicamente puros: ambos han militado en partidos políticos declaradamente establecidos a los que se les puede endosar una responsabilidad directísima en el actual estado de cosas de la nación. Para mayores señas, Margarita Zavala es ni más ni menos que la mujer de un individuo que fue presidente de México. Eso no la transforma palmariamente en su cómplice incondicional, desde luego, pero tampoco la escuchamos jamás a la mujer, cuando tocaba, decir que no estaba de acuerdo con tal o cual decisión tomada por su marido. Mucha gente culpa a Felipe Calderón de las decenas de miles de muertes ocurridas en México luego de que emprendiera su guerra contra las organizaciones del narcotráfico. La frase que mejor describe esta postura es “los muertos de Calderón”. Es una apreciación tan injusta como arbitraria porque él no los mató pero si hoy, ahora mismo, alguien se acerca a la señora Zavala y le pregunta a bocajarro su opinión sobre el tema, va a ser muy difícil que pueda deslindarse por completo de las políticas públicas implementadas por su marido. En lo que toca al otro personaje, El Bronco, fue tan priista como le dio la gana hasta que no le quedó otro remedio que “independizarse” para competir por la gubernatura de Nuevo León. Su gestión como mandatario de uno de los estados más prósperos de la República, cuestionada por buena parte de la ciudadanía en tanto que no ha cumplido con varias de las promesas que formuló en su campaña electoral, hace que no aparezca ya como un outsider fresco y sin compromisos con el establishment sino como un hombre del aparato, otro más, simplemente. De hecho, los únicos dos independientes de verdad en la lista de aspirantes son una indígena zapatista —cuya cualidad primeramente proclamada sería ésa, precisamente, una doble identidad suya en la que se conjugan virtuosamente el elemento étnico y la condición de revolucionaria— y un periodista, muy exitoso en su momento, caído en desgracia luego de que fueran expuestas públicamente las muy picantes —y muy privadas— conversaciones que sostenía con una novia, llamémosla así para no ensañarnos abusivamente con una persona que sufrió en carne propia un inaceptable espionaje telefónico. No sobrepasan, Ferriz y Marichuy Patricio, las 50 mil firmas. Hasta ahí, el peso real de los auténticos independientes en el escenario electoral.
Ahora bien, así de diluido y atomizado como estará el voto en las presidenciales de 2018, los sufragios que puedan obtener, digamos, Zavala y Rodríguez Calderón sí afectarán directamente los resultados al restarle puntos a los demás. En este sentido, hubiera sido mucho mejor que las voluntades de todos estos aspirantes se condensaran en una sola figura, tal y como lo propuso Jorge Castañeda en su momento. Ese gran “independiente” sí hubiera tenido, tal vez, posibilidades reales en la competición.
Por lo pronto, podemos adelantar que la mujer de Calderón le va a quitar votos al Partido Acción Nacional, así sea que Ricardo Anaya no participe exclusivamente con la camiseta blanquiazul sino como el gallo de un Frente Nacional Opositor constituido por tres partidos políticos. De El Bronco es más difícil saber si privará a Obrador de esos miles de votos que necesitaría para prevalecer en una justa cerradísima pero ya la hostilidad que le dispensa el tabasqueño es una buena pista. Con los demás, si alcanzan las firmas exigidas por el INE, ocurrirá algo parecido. O sea, que la gran apertura de nuestro sistema electoral, la portentosa transformación de facultar a cualquier hijo de vecino a que alcance la Presidencia de México sin tener un partido político detrás, no se ha traducido más que en una pasarela de individuos ambiciosos, los unos, y quijotescos o desubicados los otros, incapaz ninguno de ellos de establecer una sólida conexión con el electorado. Ah, pero eso sí, van a estorbar. Con eso, supongo, se darán por satisfechos.
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