¿Qué hacer con los criminales? ¿Amnistiarlos? Pongamos que sí, que se les otorga una suerte de indulto saltándose a la torera las leyes de un país que, de por sí, consiente unos niveles de impunidad absolutamente escandalosos.
Hasta ahora era por dejadez —lo de que los asesinos anduvieran sueltos, los secuestradores salieran libres tras pocos meses de encarcelamiento y los rateros siguieran robando a sus anchas—, por ineptitud, por la corrupción de las policías, la inoperancia del aparato judicial, la falta de recursos públicos y la imparable descomposición social que vivimos en México. Bastante jodida estaba ya la cosa, o sea. Pues, si Obrador llega a la Presidencia de la República, emperrado como sigue en proponer que a las organizaciones criminales se les conceda una insólita absolución —para acabar con la violencia y garantizar la paz, dice él—, el imperio de la ilegalidad ya no resultará de omisiones ni incurias sino que será algo deliberado, un programa de Gobierno, una política oficial. Si lo piensas por algunos instantes, ¿no resulta totalmente inaudito que un aspirante al máximo cargo de la nación nos ofrezca algo así a los ciudadanos?
La necedad del hombre es también asombrosa: no rectificó, al levantar una oleada de críticas luego de que diera a conocer sus designios de Gran Perdonador Nacional de Delitos, sino que acaba de aprovechar la ocasión de registrarse como “precandidato” (los otros, ¿dónde están y, sobre todo, qué posibilidades tienen de significar una competencia real para un individuo que lleva años enteros presentándose, sin ambages, como el pretendiente declarado, al punto de que nos comunica, desde ya, lo que va a hacer y las medidas que va a tomar?), para machacar de nuevo su disparatada propuesta.
Ahora bien, ¿ya nos explicó también lo que va a pasar con los delincuentes después del perdón? ¿Se van a dedicar a otras actividades o seguirán haciendo exactamente lo mismo, traficando, extorsionando, torturando, ejecutando a sus rivales, masacrando a personas inocentes (Allende) o asesinando masivamente a inmigrantes (San Fernando)?
Las atrocidades perpetradas por Los Zetas, para mayores señas, no las incitó el Gobierno en manera alguna. Todo lo contrario: exhiben, en su escalofriante dimensión, la debilidad del Estado mexicano. Pero, el futuro Comandante en Jefe nos avisa que el horror no paga factura. ¡Uf!
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Hasta ahora era por dejadez —lo de que los asesinos anduvieran sueltos, los secuestradores salieran libres tras pocos meses de encarcelamiento y los rateros siguieran robando a sus anchas—, por ineptitud, por la corrupción de las policías, la inoperancia del aparato judicial, la falta de recursos públicos y la imparable descomposición social que vivimos en México. Bastante jodida estaba ya la cosa, o sea. Pues, si Obrador llega a la Presidencia de la República, emperrado como sigue en proponer que a las organizaciones criminales se les conceda una insólita absolución —para acabar con la violencia y garantizar la paz, dice él—, el imperio de la ilegalidad ya no resultará de omisiones ni incurias sino que será algo deliberado, un programa de Gobierno, una política oficial. Si lo piensas por algunos instantes, ¿no resulta totalmente inaudito que un aspirante al máximo cargo de la nación nos ofrezca algo así a los ciudadanos?
La necedad del hombre es también asombrosa: no rectificó, al levantar una oleada de críticas luego de que diera a conocer sus designios de Gran Perdonador Nacional de Delitos, sino que acaba de aprovechar la ocasión de registrarse como “precandidato” (los otros, ¿dónde están y, sobre todo, qué posibilidades tienen de significar una competencia real para un individuo que lleva años enteros presentándose, sin ambages, como el pretendiente declarado, al punto de que nos comunica, desde ya, lo que va a hacer y las medidas que va a tomar?), para machacar de nuevo su disparatada propuesta.
Ahora bien, ¿ya nos explicó también lo que va a pasar con los delincuentes después del perdón? ¿Se van a dedicar a otras actividades o seguirán haciendo exactamente lo mismo, traficando, extorsionando, torturando, ejecutando a sus rivales, masacrando a personas inocentes (Allende) o asesinando masivamente a inmigrantes (San Fernando)?
Las atrocidades perpetradas por Los Zetas, para mayores señas, no las incitó el Gobierno en manera alguna. Todo lo contrario: exhiben, en su escalofriante dimensión, la debilidad del Estado mexicano. Pero, el futuro Comandante en Jefe nos avisa que el horror no paga factura. ¡Uf!
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.