En estos meses hay dos temas que no puede uno evitar en columnas y artículos: Trump y las elecciones. Me imagino que algunos lectores ya huyen cuando ven que algún texto se dedica a una más de las estupideces del presidente estadounidense, o a algún nuevo dato acerca de nuestras elecciones, pero son dos asuntos que tienen un impacto general, y por lo mismo son inevitables.
La semana pasada Donald Trump superó, aunque parezca increíble, su nivel tradicional de miseria. El viernes 5 de enero se publicó el libro de Michael Wolff titulado Fuego y Furia, que consiste en una narración sin fuentes, producto (según el autor) de múltiples entrevistas con personajes políticos, funcionarios de la Casa Blanca y titanes de los medios de comunicación. Es un libro bastante bien escrito, aunque no es fácil tener certeza acerca de la veracidad o no de las anécdotas.
Todo suena creíble, en parte porque mucho ya había sido publicado durante los dos últimos años, y en parte porque lo nuevo encaja muy bien tanto con lo conocido, como con la imagen que nos hemos formado de los principales actores: Trump y su alter ego, Steve Bannon. Entiendo que ya está en proceso la traducción y pronto estará disponible en español. Si le gusta el género del trascendido político, lo va a disfrutar mucho.
El Trump que dibuja el libro es una persona muy limitada intelectualmente, con la personalidad de un adolescente permanente, necesitado de atención, sin control o límites y en un proceso acelerado de deterioro mental. Como le digo, se parece a la imagen que hemos construido y por eso nos suena razonable. Él mismo la fortalece cuando emite un par de tuits, alrededor de la publicación del libro, insistiendo tanto en su capacidad mental como en su estabilidad emocional: “soy un genio estable”, dice.
En una reseña múltiple, aparecida el jueves en el FT, Edward Luce (autor de El liberalismo occidental en retirada, que comentamos aquí el 28 de agosto pasado), reconoce los méritos de Fuego y Furia que le menciono, pero se refiere a otros dos textos, más documentados y confiables, que aparecerán mañana mismo: Trumpomanía, de David Frum, y Cómo mueren las democracias, de Levitsky y Ziblatt. Frum ha sido editor de The Atlantic, y me imagino que su libro será periodísticamente más sólido que el de Wolff, mientras que los otros autores son académicos. Ambos libros espero poderlos comentar con usted la próxima semana (con esto de que no podemos dejar el tema Trump).
Pero en la semana pasada el presidente de Estados Unidos -le decía antes- superó el nivel de miseria al que nos ha ido acostumbrando. Para mostrar que es “un genio estable” organizó una reunión pública (televisada) con legisladores para tratar el tema de inmigración. Aparentó ahí una pose presidencial, pero al no entender lo que se discutía, simplemente decía que sí a todo, sin importar si las propuestas coincidían o eran contradictorias. Peor aún, en una reunión de seguimiento, que no fue pública, al discutir los casos de El Salvador, Haití y diversos países africanos, Trump preguntó por qué tenía Estados Unidos que recibir personas que venían de países de mierda (shithole countries) en lugar de noruegos. En redes sociales ha recibido el tratamiento que merece. Si alguna duda había, hay que despejarla: el presidente de Estados Unidos es un racista, además de ser, como dice Wolff en su libro, limitado intelectualmente, subdesarrollado emocionalmente y, en términos morales, simplemente despreciable.
Pero fue elegido. No todos los 63 millones de votos que obtuvo vienen de racistas, pero vaya que ese grupo contó y sigue contando. Cada día que siga Trump en la Casa Blanca debe pesar en la conciencia de los republicanos que lo permiten.
Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey.
Twitter: @macariomx
Publicado originalmente en El Financiero
La semana pasada Donald Trump superó, aunque parezca increíble, su nivel tradicional de miseria. El viernes 5 de enero se publicó el libro de Michael Wolff titulado Fuego y Furia, que consiste en una narración sin fuentes, producto (según el autor) de múltiples entrevistas con personajes políticos, funcionarios de la Casa Blanca y titanes de los medios de comunicación. Es un libro bastante bien escrito, aunque no es fácil tener certeza acerca de la veracidad o no de las anécdotas.
Todo suena creíble, en parte porque mucho ya había sido publicado durante los dos últimos años, y en parte porque lo nuevo encaja muy bien tanto con lo conocido, como con la imagen que nos hemos formado de los principales actores: Trump y su alter ego, Steve Bannon. Entiendo que ya está en proceso la traducción y pronto estará disponible en español. Si le gusta el género del trascendido político, lo va a disfrutar mucho.
El Trump que dibuja el libro es una persona muy limitada intelectualmente, con la personalidad de un adolescente permanente, necesitado de atención, sin control o límites y en un proceso acelerado de deterioro mental. Como le digo, se parece a la imagen que hemos construido y por eso nos suena razonable. Él mismo la fortalece cuando emite un par de tuits, alrededor de la publicación del libro, insistiendo tanto en su capacidad mental como en su estabilidad emocional: “soy un genio estable”, dice.
En una reseña múltiple, aparecida el jueves en el FT, Edward Luce (autor de El liberalismo occidental en retirada, que comentamos aquí el 28 de agosto pasado), reconoce los méritos de Fuego y Furia que le menciono, pero se refiere a otros dos textos, más documentados y confiables, que aparecerán mañana mismo: Trumpomanía, de David Frum, y Cómo mueren las democracias, de Levitsky y Ziblatt. Frum ha sido editor de The Atlantic, y me imagino que su libro será periodísticamente más sólido que el de Wolff, mientras que los otros autores son académicos. Ambos libros espero poderlos comentar con usted la próxima semana (con esto de que no podemos dejar el tema Trump).
Pero en la semana pasada el presidente de Estados Unidos -le decía antes- superó el nivel de miseria al que nos ha ido acostumbrando. Para mostrar que es “un genio estable” organizó una reunión pública (televisada) con legisladores para tratar el tema de inmigración. Aparentó ahí una pose presidencial, pero al no entender lo que se discutía, simplemente decía que sí a todo, sin importar si las propuestas coincidían o eran contradictorias. Peor aún, en una reunión de seguimiento, que no fue pública, al discutir los casos de El Salvador, Haití y diversos países africanos, Trump preguntó por qué tenía Estados Unidos que recibir personas que venían de países de mierda (shithole countries) en lugar de noruegos. En redes sociales ha recibido el tratamiento que merece. Si alguna duda había, hay que despejarla: el presidente de Estados Unidos es un racista, además de ser, como dice Wolff en su libro, limitado intelectualmente, subdesarrollado emocionalmente y, en términos morales, simplemente despreciable.
Pero fue elegido. No todos los 63 millones de votos que obtuvo vienen de racistas, pero vaya que ese grupo contó y sigue contando. Cada día que siga Trump en la Casa Blanca debe pesar en la conciencia de los republicanos que lo permiten.
Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey.
Twitter: @macariomx
Publicado originalmente en El Financiero