Ante la avalancha de soluciones fáciles a problemas difíciles que propone Obrador, me pregunto si habrá una manera de propugnar convincentemente la continuidad del modelo que tenemos ahora: no hablo de perpetuar la corrupción, ni mucho menos, pero de reconocer que México se beneficia de ser una economía abierta, de intercambiar productos con otras naciones, de recibir inversiones extranjeras y de ajustarse a los principios de la macroeconomía.
Desafortunadamente, esto —lo de que las cosas sigan como están mientras que los progresos sociales son apenas perceptibles— es lo indefendible: la gente vive enojada e insatisfecha con el “sistema” y se imagina, por ejemplo, que basta con que el caudillo formule que vamos a ser “autosuficientes” alimentariamente para que, como por arte de magia, el campo que se “encuentra en el abandono” se trasmute en empresa de altísimos rendimientos, perfectamente capaz de competir con los productores estadounidenses que nos venden el maíz y el trigo que consumimos.
En todo caso, si Trump se pone todavía más grosero y cancela el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte, le compraremos los granos a Brasil o a la Argentina pero, caramba, ¿cómo vamos a transformar ese campo “abandonado” —esas minúsculas parcelas que apenas les alcanzan a sus explotadores para satisfacer su propio consumo, esos terrenos perdidos en la lejanía de sierras infranqueables, esos ejidos sin maquinaria y esas tierras de labranza irremediablemente improductivas— en un maravilloso Edén rebosante de frutos, cosechas abundantísimas y pletóricos graneros?
Que las promesas más desaforadas puedan engatusar a los ilusos y a los descontentos es tal vez entendible. La realidad, sin embargo, es que ya hay estados enteros de nuestra Federación —Michoacán, Sinaloa y Jalisco, por nombrar algunos— que son auténticas potencias exportadoras de productos agropecuarios. Son, precisamente, las entidades en las cuales ha habido inversiones y tecnología. El abandono de otras comarcas, hay que avisarle a Obrador, no es culpa de la “mafia en el poder” sino que resulta de la nefaria herencia de antiguos dogmas, por no hablar del imperio de los caciques. En fin…
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Desafortunadamente, esto —lo de que las cosas sigan como están mientras que los progresos sociales son apenas perceptibles— es lo indefendible: la gente vive enojada e insatisfecha con el “sistema” y se imagina, por ejemplo, que basta con que el caudillo formule que vamos a ser “autosuficientes” alimentariamente para que, como por arte de magia, el campo que se “encuentra en el abandono” se trasmute en empresa de altísimos rendimientos, perfectamente capaz de competir con los productores estadounidenses que nos venden el maíz y el trigo que consumimos.
En todo caso, si Trump se pone todavía más grosero y cancela el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte, le compraremos los granos a Brasil o a la Argentina pero, caramba, ¿cómo vamos a transformar ese campo “abandonado” —esas minúsculas parcelas que apenas les alcanzan a sus explotadores para satisfacer su propio consumo, esos terrenos perdidos en la lejanía de sierras infranqueables, esos ejidos sin maquinaria y esas tierras de labranza irremediablemente improductivas— en un maravilloso Edén rebosante de frutos, cosechas abundantísimas y pletóricos graneros?
Que las promesas más desaforadas puedan engatusar a los ilusos y a los descontentos es tal vez entendible. La realidad, sin embargo, es que ya hay estados enteros de nuestra Federación —Michoacán, Sinaloa y Jalisco, por nombrar algunos— que son auténticas potencias exportadoras de productos agropecuarios. Son, precisamente, las entidades en las cuales ha habido inversiones y tecnología. El abandono de otras comarcas, hay que avisarle a Obrador, no es culpa de la “mafia en el poder” sino que resulta de la nefaria herencia de antiguos dogmas, por no hablar del imperio de los caciques. En fin…
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