¿Se han dado cuenta, amables lectores, de que afrontamos cada vez más prohibiciones, de que todo está mal, de que apenas puede abrir uno la boca y de que cualquier ofensa es considerada casi un delito?
No hablo de que se reduzcan los límites de velocidad ni de que las cámaras tomen fotos de los infractores; tampoco de que te multen por tirar basura; ni de que pagues por estacionarte en las calles. Estas medidas son atribuciones totalmente legítimas de las autoridades para domesticar a los ciudadanos desobedientes y para mejorar las condiciones de vida de todos los demás. Pero, caramba, no poder escribir el término “autista” para describir a un personaje ensimismado porque resulta insultante a quienes tienen ese trastorno del desarrollo (bueno, a sus familiares directos, que son quienes se sienten primeramente ultrajados), eso ¿no es una censura absolutamente desmedida? ¿Debemos entonces fiscalizar cualquier expresión que pueda desagradar a un inesperado agraviado? ¿Tampoco debe uno escribir, por ejemplo, la “impunidad es el cáncer de la sociedad mexicana” porque entonces cualquier paciente que haya padecido esa enfermedad se sentirá menospreciado y, desde luego, plenamente facultado para exigir que la expresión no se vuelva a inscribir por los siglos de los siglos?
Quedan los ámbitos privados, desde luego, y ahí los machos certificados soltarán sus pesadeces de siempre y se otorgarán, cada que toque (o sea, dos veces por minuto), el tratamiento de “putos”. Justamente, lo de los aficionados mexicanos en los estadios de futbol ¿es una forma de discriminación, algo que se dirige malignamente a una minoría perseguida para perpetuar su exclusión, o estamos hablando meramente de una contravención coloquial? El simple hecho de plantear en estas líneas que pudiere, tal vez, no ser un atropello abominable ¿me convierte a mí en un sujeto intolerante, sectario, machista y primitivo? ¿Debo, para prevenir futuros ataques, declarar formalmente que tengo amigos gais queridísimos? Por favor, que la gran batalla por causas elevadas como el feminismo o la igualdad no la monopolicen rencorosos inquisidores.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
No hablo de que se reduzcan los límites de velocidad ni de que las cámaras tomen fotos de los infractores; tampoco de que te multen por tirar basura; ni de que pagues por estacionarte en las calles. Estas medidas son atribuciones totalmente legítimas de las autoridades para domesticar a los ciudadanos desobedientes y para mejorar las condiciones de vida de todos los demás. Pero, caramba, no poder escribir el término “autista” para describir a un personaje ensimismado porque resulta insultante a quienes tienen ese trastorno del desarrollo (bueno, a sus familiares directos, que son quienes se sienten primeramente ultrajados), eso ¿no es una censura absolutamente desmedida? ¿Debemos entonces fiscalizar cualquier expresión que pueda desagradar a un inesperado agraviado? ¿Tampoco debe uno escribir, por ejemplo, la “impunidad es el cáncer de la sociedad mexicana” porque entonces cualquier paciente que haya padecido esa enfermedad se sentirá menospreciado y, desde luego, plenamente facultado para exigir que la expresión no se vuelva a inscribir por los siglos de los siglos?
Quedan los ámbitos privados, desde luego, y ahí los machos certificados soltarán sus pesadeces de siempre y se otorgarán, cada que toque (o sea, dos veces por minuto), el tratamiento de “putos”. Justamente, lo de los aficionados mexicanos en los estadios de futbol ¿es una forma de discriminación, algo que se dirige malignamente a una minoría perseguida para perpetuar su exclusión, o estamos hablando meramente de una contravención coloquial? El simple hecho de plantear en estas líneas que pudiere, tal vez, no ser un atropello abominable ¿me convierte a mí en un sujeto intolerante, sectario, machista y primitivo? ¿Debo, para prevenir futuros ataques, declarar formalmente que tengo amigos gais queridísimos? Por favor, que la gran batalla por causas elevadas como el feminismo o la igualdad no la monopolicen rencorosos inquisidores.
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