¿Qué les ofrecemos nosotros a los "dreamers"?
La cuestión de los llamados dreamers es la siguiente: fueron llevados de niños a los Estados Unidos. Allí crecieron hasta volverse esos jóvenes que hoy, para todos los efectos, son ciudadanos estadunidenses: hablan el idioma, se han integrado plenamente a sus comunidades, han adoptado los usos de la cultura local, comparten los valores de la nación americana, en fin, son nativos de los pies a la cabeza además de figurar, la inmensa mayoría, como individuos respetuosos de la ley. Salvo, desde luego, por carecer del documento que acredite debidamente su nacionalidad. En este apartado, entran irremediablemente en la ignominiosa categoría de inmigrantes ilegales que pueden ser deportados sin mayores miramientos por los agentes de la ICE (por su sigla en inglés), una dependencia que, bajo la jurisdicción del Departamento de Seguridad Interior, se encarga de detener y expulsar a los provenidos del extranjero que carecen de papeles.

Hasta ahora, los más de 800 mil dreamers se han beneficiado de una prórroga de dos años, renovable, para no sólo evitar la deportación sino conseguir un permiso de trabajo. Estamos hablando del mentado DACA (nuevamente, por su sigla en la lengua de Shakespeare), el programa instaurado por Barack Obama en 2012 que Trump pretende rescindir totalmente.

Muy bien, es evidente la crueldad de desterrar a una persona que no tiene responsabilidad alguna en haberse afincado en una tierra extraña. En este sentido, queda también palmariamente consignada la impiedad de los conservadores del Partido Republicano, liderados por un presidente ruin. Pero, veamos, emigrar a otro país, las más de las veces, es una decisión beneficiosa para quien la toma: la persona logra labrarse un mejor futuro en una tierra de oportunidades en lugar de resignarse a una vida de estrecheces e injusticias en el terruño. Luego entonces, ¿por qué los dreamers no desearían, de pronto, volver a las naciones de las que partieron sus padres, afincarse, digamos, en México, en El Salvador o en Haití? Dicho de otra manera, ¿por qué no pudiere ser todo al revés y que la simple perspectiva de retornar a esos países fuere, para quienes se han criado en los Estados Unidos, tan ilusionante como lo fue la emigración para sus ancestros?

La respuesta es muy incómoda, señoras y señores. Ahí dejamos mejor el tema…

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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