Tan crecientemente desatado como anda Trump, y con México en su mira porque los temas del “precioso muro” y del “peor tratado comercial jamás celebrado” siguen estando bien presentes, es muy probable una próxima embestida suya contra nuestro país: puede expulsar a centenares de miles de jóvenes dreamers, cancelar pura y simplemente el TLC o fraguar nuevas ofensivas para manifestar todavía más su grosera hostilidad.
El Gobierno de Enrique Peña ha manejado las cosas con la prudencia que aconsejan los usos de la diplomacia, es decir, no ha reaccionado con la agresividad que propugnan sus críticos (desde la barrera, sin sopesar, ellos, que es preferible guardar las formas en lugar de echarle más leña al fuego). También el primer ministro de Australia respondió con ejemplar comedimiento luego de sobrellevar las majaderías de The Donald en una conversación telefónica. En lo personal, me encantan los comentarios y los tweets que Vicente Fox le enfila al actual inquilino de la Casa Blanca pero el hombre se los puede permitir porque ya no es el jefe del Estado mexicano sino un simple ciudadano particular. Otra cosa es picarle la cresta a un sujeto tan impulsivo cuando se llevan las riendas de una nación.
Ahora bien, llegará muy seguramente el momento en que la ofensiva agresividad del susodicho sobrepase los límites permisibles y, ahí, el presidente de la República se verá prácticamente obligado a responder de manera tan firme como destemplada. Y, miren ustedes, será un auténtico regalo de Donald Trump al régimen priista: el ancestral resentimiento de los mexicanos hacia los yanquis brotará de nuevo a la superficie, la figura del mandatario nacionalista que le planta cara al vecino poderoso y abusivo se agrandará, el pueblo se congregará en torno a su presidente y se olvidarán, en esa circunstancia de enfrentar al gran enemigo del exterior, las profundas divisiones que ahora atraviesa nuestra sociedad.
¿Resultado inmediato? El avasallador triunfo del Partido Revolucionario Institucional en las elecciones de julio. Después de todo, no sería tan mala idea, lo de enfurecer deliberadamente al “genio estable”. ¿Ya lo pensaron, los estrategas de Meade?
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
El Gobierno de Enrique Peña ha manejado las cosas con la prudencia que aconsejan los usos de la diplomacia, es decir, no ha reaccionado con la agresividad que propugnan sus críticos (desde la barrera, sin sopesar, ellos, que es preferible guardar las formas en lugar de echarle más leña al fuego). También el primer ministro de Australia respondió con ejemplar comedimiento luego de sobrellevar las majaderías de The Donald en una conversación telefónica. En lo personal, me encantan los comentarios y los tweets que Vicente Fox le enfila al actual inquilino de la Casa Blanca pero el hombre se los puede permitir porque ya no es el jefe del Estado mexicano sino un simple ciudadano particular. Otra cosa es picarle la cresta a un sujeto tan impulsivo cuando se llevan las riendas de una nación.
Ahora bien, llegará muy seguramente el momento en que la ofensiva agresividad del susodicho sobrepase los límites permisibles y, ahí, el presidente de la República se verá prácticamente obligado a responder de manera tan firme como destemplada. Y, miren ustedes, será un auténtico regalo de Donald Trump al régimen priista: el ancestral resentimiento de los mexicanos hacia los yanquis brotará de nuevo a la superficie, la figura del mandatario nacionalista que le planta cara al vecino poderoso y abusivo se agrandará, el pueblo se congregará en torno a su presidente y se olvidarán, en esa circunstancia de enfrentar al gran enemigo del exterior, las profundas divisiones que ahora atraviesa nuestra sociedad.
¿Resultado inmediato? El avasallador triunfo del Partido Revolucionario Institucional en las elecciones de julio. Después de todo, no sería tan mala idea, lo de enfurecer deliberadamente al “genio estable”. ¿Ya lo pensaron, los estrategas de Meade?
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