A nuestra izquierda cavernaria le encanta amenazar
El espantajo del “estallido social” te lo encuentras una y otra vez en el discurso de nuestros izquierdosos. ¿Es una fantasía que tienen, un perverso sueño de violencias, incendios y destrucciones que anticipan ellos con la excitación de quien ya ha avisado, en su momento, de futuros castigos a esos “ricos y poderosos” de siempre? Pues, sí. Desean ardientemente que llegue el momento de la gran revancha, que acontezca ese instante en que el pueblo bueno se hará justicia por su propia mano: La Revolución, o sea, como un ideal acariciado oscuramente en el caso los más resentidos o, en lo que toca a aquellos provistos de un espíritu más práctico, como un auténtico proyecto de nación, es decir, una utopía perfectamente deseable a pesar del estremecedor costo en vidas y en sufrimiento. Hay que obviar igualmente la pavorosa devastación que tendrá lugar en un mundo que hemos construido a lo largo de años, décadas y siglos enteros. Nada importa, la causa lo vale todo.

Terminada la hecatombe, serán ellos quienes tomarán las riendas, desde luego. Pero, la historia nos enseña que, en lugar de instaurar un orden mejor y de edificar ese edén que prometían, su paraíso terrenal deviene muy pronto en un universo de autoritarismos, persecuciones, burocratismo imbécil, opresión y servidumbre obligada al caudillo de turno, por no hablar de la universalización de la pobreza y la descomunal ineficiencia de un aparato estatal confiscado por una minoría que no le rinde cuentas a nadie. Ocurrió en la Unión Soviética y está ocurriendo, ahora mismo, en Corea del Norte, en Cuba y en Venezuela.

La amenaza de la violencia sigue estando en la agenda, naturalmente. Es un recurso muy socorrido de los populistas para lanzar, de paso, un par de advertencias: las instituciones se pueden derrumbar y la brutalidad de las masas desatadas terminará por exterminar cualquier vestigio del “sistema”.

Por cierto, ¿alguien ha visto a un tigre un tigre suelto por ahí? Amárrenlo, por favor. Desde ya.

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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