Trump cuando se siente acorralado
Es un patrón que se repite: cada vez que Donald Trump se siente acorralado, trata de distraer la atención con un anuncio vistoso, aunque no tenga demasiado claro cómo resolverlo (cfr. ‘Trump no tiene ni puta idea’; Nadando entre tiburones, Excélsior, 30-01-2017). Como las diatribas por el muro, el veto a los transexuales en las tropas, los intercambios con Rocket Man. O como lo más reciente, el tuit en el que afirmaba que no existiría un acuerdo sobre el Daca, el programa creado en la administración Obama y que ha impedido la deportación de los dreamers, jóvenes que ingresaron de manera ilegal siendo niños.

La terminación del Daca es un acto de crueldad innecesario que, en realidad, poco le importa a Donald Trump, quien más perdería con la terminación sería la propia sociedad norteamericana. Por eso se debate, por eso es relevante: por eso, precisamente, el ruido que Trump trata de crear al atacarlo. Por eso, también, la amenaza contra el TLCAN —cuya negociación continúa— y por eso, también, los exabruptos que —sin duda— seguirán durante los días venideros. Trump necesita llamar la atención, y con urgencia: el presentador de televisión devenido en Presidente sólo conoce una forma de resolver conflictos, y sigue confiando en subir el rating para que no le cancelen el programa.

Problemas tiene, sin duda. El Presidente estadunidense se encuentra acorralado en múltiples frentes que, por separado y en lo individual, habrían bastado para derrumbar a cualquier administración en el pasado. Es muy probable que esto suceda, a final de cuentas; lo es, mucho más, que tratando de desviar la atención termine dejando a su paso —como el huracán que se interna en la costa— daños inconmensurables. Como las tropas discriminadas, como los dreamers deportados, las relaciones bilaterales que se debilitan o —incluso— las guerras nucleares que se inician para demostrar quién tiene el botón más grande. Trump está desesperado.

Desesperado como sólo se puede encontrar un hombre que tiene sobre sus hombros una responsabilidad para la que sabe que no es capaz, y a la vez un poder inconmensurable que no sabe cómo utilizar. Un hombre que ha confiado en pocos colaboradores, mismos que ahora están dispuestos a traicionarlo con tal de salvar su propio pellejo. Un hombre que se está quedando solo y por el que nadie, ningún abogado en DC, ha querido apostar. Un hombre cuya familia está en riesgo y cuya paranoia e inexperiencia lo ha llevado a rodearse de personajes de catadura moral tan baja como la de John Bolton, un sujeto tan detestable como el mismo presidente norteamericano.

Trump tiene mucho de qué preocuparse. La reunión que, con Corea del Norte, aceptó sin pensarlo dos veces, es una incógnita a la que se comprometió sin entender en lo que se metía y que no podrá despejar sin meterse, de lleno, en la boca del lobo. La investigación que Robert Mueller sigue sobre la injerencia rusa sigue avanzando, y la pinza se sigue cerrando entre negociaciones de condenas e indultos que se filtran a la prensa y permiten atisbar la dimensión de las investigaciones. Stormy Daniels, la actriz que lo demanda, le ha tomado la medida de la mano de su abogado: Michael Avenatti ha sido capaz de silenciar sin compasión al presidente bocazas. Ivanka y Jared están bajo sospecha, Melania y su hijo lo evitan, y los rumores de una posible separación comienzan a llenar los titulares. ¿De qué será capaz un animal malherido?

Donald Trump está desesperado, y no sabe qué hacer. Piensa que, como hace el presentador de tv para que no le cancelen el programa, debe generar más rating. Como el que le da el Daca, como el que le dan los dreamers, como el que le dan sus intercambios con el dictador norcoreano. Como el que le daría la cancelación del Tratado de Libre Comercio, o una guerra termonuclear. Estamos en manos de un perfecto imbécil y sus miedos: vaya tiempos que nos han tocado.


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