El costo de la igualdad
Me queda uno de los tres temas que, según creo, son los grandes retos que enfrenta México. Construir instituciones sólidas, financiar adecuadamente al Estado, y dotar de educación a los mexicanos es lo que resolverá los problemas de los que todo mundo se queja: pobreza, distribución, crecimiento, pero también seguridad, justicia y combate a la corrupción.

En educación sí tenemos una circunstancia muy preocupante. El sistema educativo mexicano, como ya hemos comentado en muchas ocasiones, se construyó esencialmente para adoctrinar a los niños y jóvenes. Lo dijo con toda claridad Plutarco Elías Calles, el 20 de julio de 1934: “… debemos entrar, apoderarnos de las conciencias, de la conciencia de la niñez, de la conciencia de la juventud, porque la niñez y la juventud deben pertenecer a la Revolución… Con toda la maña los reaccionarios dicen que el niño pertenece al hogar, que el joven le pertenece a la familia; doctrina egoísta, el niño y el joven pertenecen a la colectividad...”. Con Cárdenas, esta voluntad revolucionaria se desplegó por todo el territorio con los maestros rurales (y así siguen siendo las normales rurales, como usted sabe).

Claro que además de adoctrinar (a lo que se dedica el 25% del tiempo de los niños y niñas), también enseñan a leer y escribir, hacer cuentas, y algunas pocas cosas más. Pero el objetivo fundamental de la escuela en México, desde entonces y hasta ahora, es igualar a los niños. Porque si niños y jóvenes pertenecen a la colectividad, pues eso deben ser: piezas de recambio.

El resultado lo mide la prueba PISA. México es el segundo mejor país de América Latina, en el promedio de los estudiantes. Chile y Uruguay empatan en primer lugar, y seguimos nosotros. Pero si mide usted el número de jóvenes en nivel de excelencia, resulta que México no es el segundo, ni el tercero, sino prácticamente el último de toda América Latina. Es decir, la escuela en México funciona para lo que la hicieron: adoctrinar y producir piezas de recambio, elementos de la colectividad.

Precisamente por eso México tiene éxito como productor industrial en este momento. Tenemos mano de obra bien preparada, y nada más. No somos muy productivos, pero sí lo suficiente para competir en el mercado de baja calificación, bajos ingresos. Pero también por eso, México no destaca en absolutamente nada. Me dirá usted que sí hay un puñado de mexicanos exitosos en universidades y centros de estudio en el extranjero. Sí, claro, porque 3 de cada mil jóvenes mexicanos están en nivel de excelencia, seis mil por cohorte educativa. Pero con eso no puede construirse ni un sistema de investigación propio en México, ni podemos contar con grandes comunicadores, académicos, empresarios o políticos. Unos pocos por ahí, sin duda. Con eso no se hace un país.

La reforma educativa fue un paso indispensable para empezar a componer las cosas. Imposible lograr algo si el corporativismo manda. Pero la transformación es mental, y eso es muy difícil. La gran falla de la escuela en México es su orientación que, insisto, es adoctrinar e igualar. En educación básica, igualar es jalar a todos hacia abajo. Ahora que está de moda la diversidad, no estaría nada mal aprender desde niños que tenemos diferencias, y no nada más de color de piel, preferencias o religiones, sino también en capacidades, que deben desarrollarse lo más posible, en beneficio de todos. Fomentar la creatividad, el pensamiento crítico, el liderazgo, que son tradicionalmente destruidos por maestros que les tienen miedo. Es más importante que nadie se salga del huacal.

Le he planteado esta semana los retos que creo son más importantes para México. Espero le ayuden a decidir mejor por quiénes votar este domingo. No importa quiénes sean, vaya y vote.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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