Los resultados hay que alcanzarlos cuando toca, no antes ni después. Y, pues sí, Juan Carlos Osorio llegó al Mundial con la maquinaria puesta a punto, en el momento justo para lograr un trascendental triunfo sobre el actual campeón. Con un partido, el hombre se ha ganado ya un lugar en la historia del balompié mexicano y el súbito reconocimiento de unos aficionados que, hasta hace unos pocos días, no estaban nada convencidos de sus desempeños.
Pues, justamente, me pregunto cuál pudiere ser la razón de no haberlo debido criticar con anterioridad siendo que, en muchas ocasiones, pareció haber estorbado el mismísimo funcionamiento del equipo: no tenía a una plantilla fija, cambiaba a los jugadores de sus posiciones naturales y se dedicaba a implementar constantes experimentos. Hoy, quienes rescatan su figura —en un gran acto de rehabilitación no exento de justiciero revanchismo— nos recriminan de haberlo cuestionado al señor. Pero, a ver, ¿por qué demonios hubiéramos debido privarnos de reprobar al responsable de la descomunal derrota del Tri ante el equipo de Chile (siete goles en contra)? ¿Tampoco debíamos decir nada luego de que un equipo mexicano con una extraña alineación cayera ante Alemania —pues sí, Alemania— en la pasada edición de la Copa Confederaciones y que no obtuviese ni el tercer puesto de la competición?
Los números totales de Osorio no son malos, es cierto, pero también es un hecho que sus estrategias hicieron que prácticamente nadie le diera las más mínimas posibilidades de triunfo ante Alemania justo antes de que comenzara la justa mundialista. De pronto, todo cambió y ahora al colombiano le llueven elogios, glorificaciones y merecidísimas cortesías. Una gran reparación, vamos. Pero, por favor, pedimos a sus flamantísimos incondicionales —que nunca nos enteramos realmente de dónde estaban— que no nos endosen sentimientos de culpabilidad ni mucho menos aleccionadores arrepentimientos. Nos queda clarísimo que Don Juan Carlos terminó por hacer un trabajo extraordinario. Y por eso aplaudimos, como todos los demás. Cuando no había razones para el aplauso pues… no palmoteamos. Digo…
revueltas@mac.com
Pues, justamente, me pregunto cuál pudiere ser la razón de no haberlo debido criticar con anterioridad siendo que, en muchas ocasiones, pareció haber estorbado el mismísimo funcionamiento del equipo: no tenía a una plantilla fija, cambiaba a los jugadores de sus posiciones naturales y se dedicaba a implementar constantes experimentos. Hoy, quienes rescatan su figura —en un gran acto de rehabilitación no exento de justiciero revanchismo— nos recriminan de haberlo cuestionado al señor. Pero, a ver, ¿por qué demonios hubiéramos debido privarnos de reprobar al responsable de la descomunal derrota del Tri ante el equipo de Chile (siete goles en contra)? ¿Tampoco debíamos decir nada luego de que un equipo mexicano con una extraña alineación cayera ante Alemania —pues sí, Alemania— en la pasada edición de la Copa Confederaciones y que no obtuviese ni el tercer puesto de la competición?
Los números totales de Osorio no son malos, es cierto, pero también es un hecho que sus estrategias hicieron que prácticamente nadie le diera las más mínimas posibilidades de triunfo ante Alemania justo antes de que comenzara la justa mundialista. De pronto, todo cambió y ahora al colombiano le llueven elogios, glorificaciones y merecidísimas cortesías. Una gran reparación, vamos. Pero, por favor, pedimos a sus flamantísimos incondicionales —que nunca nos enteramos realmente de dónde estaban— que no nos endosen sentimientos de culpabilidad ni mucho menos aleccionadores arrepentimientos. Nos queda clarísimo que Don Juan Carlos terminó por hacer un trabajo extraordinario. Y por eso aplaudimos, como todos los demás. Cuando no había razones para el aplauso pues… no palmoteamos. Digo…
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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.