Entre los temas que según entiendo más preocupan a la población está el tema de corrupción, que con el “peñismo” nos ha dado unas joyas que se convertirán en referente históricos de cinismo y en etiqueta distintiva de gobiernos rapaces, el más rapaz entre una amplia variedad de aves de rapiña, tal vez hasta supere al villano favorito de los últimos tiempos. La corrupción también ha sido un signo distintivo del presidencialismo mexicano, que sexenio tras sexenio, su gran logro es generar nuevas “comaladas” de ricos; bueno también de pobres.
El presidencialismo mexicano, a pesar de ser permanentemente remodelado durante los últimos 24 años, sigue y parece que seguirá caminando de la mano de la corrupción. Salvo el caso de los Estados Unidos, los resultados que produce el modelo en el resto de los países que son presidencialistas, con sus brechas y matices, es corrupción; pareciera que corrupción y gobierno presidencial van de la mano, o en el mejor de los casos, un régimen presidencial, es un diseño institucional que produce resultados muy deficientes, si de combatir a la corrupción se trata. No importa que buena parte de los poderes presidenciales se hayan diseminado en un mundo de islas presuntamente autónomas, la corrupción no para. Tal vez la vía de los organismos constitucionales autónomos y los mecanismos que hemos ideado para el combate a la corrupción, no son el camino correcto para nuestro caso.
Hay otros ingredientes que, en buena medida ha permitido la multiplicación de la corrupción, el sistema federal y el municipio libre. El primero, desde que funciona (24 años también), lo más vistoso que ha producido, son decenas de gobernadores tristemente célebres que van desde Mario Villanueva hasta los Duarte; en el caso de los segundos (me dice un viejo amigo), desde siempre, en la mayoría de los casos, han sido los operadores de procedimientos fraudulentos como la que ahora se ha denominado la “estafa maestra 2” maniobrada desde la SAGARPA.
Si de diseñar instituciones se trata, me parece que los mexicanos hemos elegido la combinación que produce los peores resultados: régimen presidencial, combinado con federalismo y municipio libre; desde la perspectiva contraria, se puede decir que es el mejor ambiente institucional para incubar la corrupción. En contraste con el presidencialismo mexicano que ha producido resultados catastróficos en materia de ética y buen gobierno, contrasta la noticia que ha llegado desde España: la salida del presidente del gobierno español, tras una moción de censura, motivada hace apenas una semana, por presuntos actos de corrupción de funcionarios del gobierno encabezado por Rajoy.
Contrasta que bastaron sólo siete días para deponer del cargo (revocar el mandato) a un presidente implicado en presuntos actos de corrupción; en México, llevamos casi tres años queriendo que se vaya el presidente en turno por una ola imparable de actos de deshonestos, y aun así, tendremos que aguantar otros seis meses de atracos debido a que la rigidez y del modelo presidencial mexicano no permite que el presidente se vaya antes; no solamente no se va, en una de tantas, hasta la elección anda ganando a pesar de que su partido y su candidato no pueden salir del sótano. El pueblo mexicano de memoria corta, con unas simbólicas migajas puede olvidar todos los agravios y volver a su subirse al carro de la Revolución.
A pesar de que el parlamentarismo español no es un paradigma que guste a los especialista como referente de gobierno, la caída de Rajoy, ha dado señales claras de que es un modelo de gobierno altamente eficaz, si de tomar medidas de combate a la corrupción se trata; contrasta con el presidencialismo mexicano, que es altamente ineficaz para combatir la corrupción, pero sí altamente eficiente para vulnerar órganos presuntamente constitucionales y autónomos, y de paso, como parece, tomar venganza de funcionarios que cometieron el delito de hacer su chamba en materia de auditoría.
Lo que hizo Pedro Sánchez (nuevo presidente del gobierno español), fue formar en el seno del parlamento una coalición mayoritaria a favor de la moción de censura para deponer al presidente del gobierno, por presuntos actos de corrupción; ahora tendrá que formar un gobierno de coalición (de naturaleza parlamentaria), nada que ver con la reforma Beltrones sobre gobiernos de coalición. En México, lo que hizo el presidente del gobierno, fue sacrificar a su candidato a auditor superior y apoyar a un segundo (mediante votación secreta) a cambio de que le entregara la cabeza de quién cometió la osadía de investigar al tlatoani en turno, vaya contrastes.
La lección nos deja tareas pendientes para una nueva generación de reformas, que deben incluir la mudanza del presidencialismo y los mecanismos que se usan para la integración de los organismos constitucionales autónomos. Por cierto, sería bueno de una vez, que el flamante responsable de diseño y difusión del cambio de régimen y gobiernos de coalición de Por México al Frente, explique las bondades y alcances de su propuesta, ¿será de alcances semejantes a los que tiene el modelo español, o estarán inventando el gobierno de coalición presidencial? Cuando la oposición no tiene ideas y éstas las tienen que aportar los hombres del partido en decadencia, las cosas andan muy mal y abren la puerta por donde el partido decadente regresará. Ahí le dejamos, seguimos amargándonos la próxima semana.
El presidencialismo mexicano, a pesar de ser permanentemente remodelado durante los últimos 24 años, sigue y parece que seguirá caminando de la mano de la corrupción. Salvo el caso de los Estados Unidos, los resultados que produce el modelo en el resto de los países que son presidencialistas, con sus brechas y matices, es corrupción; pareciera que corrupción y gobierno presidencial van de la mano, o en el mejor de los casos, un régimen presidencial, es un diseño institucional que produce resultados muy deficientes, si de combatir a la corrupción se trata. No importa que buena parte de los poderes presidenciales se hayan diseminado en un mundo de islas presuntamente autónomas, la corrupción no para. Tal vez la vía de los organismos constitucionales autónomos y los mecanismos que hemos ideado para el combate a la corrupción, no son el camino correcto para nuestro caso.
Hay otros ingredientes que, en buena medida ha permitido la multiplicación de la corrupción, el sistema federal y el municipio libre. El primero, desde que funciona (24 años también), lo más vistoso que ha producido, son decenas de gobernadores tristemente célebres que van desde Mario Villanueva hasta los Duarte; en el caso de los segundos (me dice un viejo amigo), desde siempre, en la mayoría de los casos, han sido los operadores de procedimientos fraudulentos como la que ahora se ha denominado la “estafa maestra 2” maniobrada desde la SAGARPA.
Si de diseñar instituciones se trata, me parece que los mexicanos hemos elegido la combinación que produce los peores resultados: régimen presidencial, combinado con federalismo y municipio libre; desde la perspectiva contraria, se puede decir que es el mejor ambiente institucional para incubar la corrupción. En contraste con el presidencialismo mexicano que ha producido resultados catastróficos en materia de ética y buen gobierno, contrasta la noticia que ha llegado desde España: la salida del presidente del gobierno español, tras una moción de censura, motivada hace apenas una semana, por presuntos actos de corrupción de funcionarios del gobierno encabezado por Rajoy.
Contrasta que bastaron sólo siete días para deponer del cargo (revocar el mandato) a un presidente implicado en presuntos actos de corrupción; en México, llevamos casi tres años queriendo que se vaya el presidente en turno por una ola imparable de actos de deshonestos, y aun así, tendremos que aguantar otros seis meses de atracos debido a que la rigidez y del modelo presidencial mexicano no permite que el presidente se vaya antes; no solamente no se va, en una de tantas, hasta la elección anda ganando a pesar de que su partido y su candidato no pueden salir del sótano. El pueblo mexicano de memoria corta, con unas simbólicas migajas puede olvidar todos los agravios y volver a su subirse al carro de la Revolución.
A pesar de que el parlamentarismo español no es un paradigma que guste a los especialista como referente de gobierno, la caída de Rajoy, ha dado señales claras de que es un modelo de gobierno altamente eficaz, si de tomar medidas de combate a la corrupción se trata; contrasta con el presidencialismo mexicano, que es altamente ineficaz para combatir la corrupción, pero sí altamente eficiente para vulnerar órganos presuntamente constitucionales y autónomos, y de paso, como parece, tomar venganza de funcionarios que cometieron el delito de hacer su chamba en materia de auditoría.
Lo que hizo Pedro Sánchez (nuevo presidente del gobierno español), fue formar en el seno del parlamento una coalición mayoritaria a favor de la moción de censura para deponer al presidente del gobierno, por presuntos actos de corrupción; ahora tendrá que formar un gobierno de coalición (de naturaleza parlamentaria), nada que ver con la reforma Beltrones sobre gobiernos de coalición. En México, lo que hizo el presidente del gobierno, fue sacrificar a su candidato a auditor superior y apoyar a un segundo (mediante votación secreta) a cambio de que le entregara la cabeza de quién cometió la osadía de investigar al tlatoani en turno, vaya contrastes.
La lección nos deja tareas pendientes para una nueva generación de reformas, que deben incluir la mudanza del presidencialismo y los mecanismos que se usan para la integración de los organismos constitucionales autónomos. Por cierto, sería bueno de una vez, que el flamante responsable de diseño y difusión del cambio de régimen y gobiernos de coalición de Por México al Frente, explique las bondades y alcances de su propuesta, ¿será de alcances semejantes a los que tiene el modelo español, o estarán inventando el gobierno de coalición presidencial? Cuando la oposición no tiene ideas y éstas las tienen que aportar los hombres del partido en decadencia, las cosas andan muy mal y abren la puerta por donde el partido decadente regresará. Ahí le dejamos, seguimos amargándonos la próxima semana.