¿Que desaparezca la crítica y que haya solo alabanzas?
Defender los valores esenciales de la sociedad abierta —la soberanía del individuo (en primerísimo lugar) y otros principios como el imperio de la ley, el gobierno de la mayoría, la libertad de expresión, la democracia representativa, el libre mercado, la defensa de los débiles y la protección de las minorías— pareciera que ya no es una empresa mínimamente importante en estos tiempos marcados por la irrupción del populismo.

La democracia es fundamentalmente débil porque consiente no sólo el pensamiento crítico sino la frontal oposición de quienes la repudian beneficiándose, ellos mismos, de los derechos que les otorga el sistema democrático. No reconocen ninguna de estas bondades, desde luego, sino que van de quejicas, de víctimas, de damnificados: miren, si no, al propio Trump, alertando de que ningún presidente en toda la historia de los Estados Unidos ha sido tan injustamente tratado, descalificando a los funcionarios del departamento de Justicia de su mismísimo Gobierno y denunciando a la prensa que lo cuestiona como “enemiga del pueblo” por señalar meramente sus yerros de él.

Es uno de los primerísimos recursos del caudillo populista: aparecerse ante los demás como un perseguido del “sistema” para, a partir de ahí, validar sus arremetidas contra las instituciones. Y es que el sueño del líder autoritario es tener un dominio total sobre las cosas: aspira a no tener que someterse a los controles de los otros Poderes —el Legislativo y el Judicial—, a no afrontar siquiera la incomodidad de ser controvertido en los periódicos y a no rendirle cuentas a nadie.

En estos pagos, quienes alertamos del posible advenimiento de un caudillo populista, no somos ya simples personas con ideas propias y con preocupaciones legítimas sobre el futuro de la nación: somos emisarios a sueldo de la “la mafia del poder”. Los mexicanos estamos ya fatalmente divididos en dos bandos —uno es el de los “mafiosos”, naturalmente, y en el otro figuran quienes comulgan fervorosamente con el “pueblo bueno”— y será cada vez más difícil promover nuestras ideas porque el fin último de un sistema dedicado al culto del prócer es la promulgación universal de la verdad única.

Los seguidores de Obrador, ¿en verdad desean vivir en un universo así, sin voces críticas, sin oposición y sin diversidad de opiniones?

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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