Imaginemos que la gente, a la hora de la hora, se lo piensa mejor y no vota por Obrador; o que no haya dicho la verdad al ser preguntada y, por lo tanto, que las encuestas no reflejen con exactitud su sentir; o que, indecisa hasta el último momento, se decida finalmente por Anaya; o que cambie de opinión, en un giro de 180 grados… ¿Es posible esto?
Tal vez pudiere ocurrir algo así. El problema es que uno de los competidores se ha dedicado durante años enteros a propalar la especie de que se perpetró un fraude electoral cuando participó en una anterior elección presidencial. Perdió por los pelos pero, importándole un comino que los mexicanos hayamos organizado muy trabajosamente un formidable aparato institucional para supervisar nosotros mismos los procesos, denunció que le habían “robado la elección”, bloqueó por sus pistolas la principal avenida de la capital durante semanas enteras y escenificó luego una toma de posesión de opereta, rodeado de sus seguidores, mientras que el resto del país seguía en lo suyo.
El daño que le hizo a la nación fue enorme: sembró desconfianza en las instituciones de la República, hizo que sectores enteros de la población se sintieran despojados de su voto (y que se llenaran de resentimiento), fomentó divisionismos al acusar a “la mafia del poder” de impedirle gobernar y se erigió como una víctima del “sistema” sin renunciar, paradójicamente, a ninguna de las prerrogativas y bondades que las mismas ordenaciones de la democracia liberal le han otorgado en todo momento. Hasta nuevo aviso, Morena —ese partido hecho a su imagen y semejanza en el que manda de manera personalísima—, se embolsa alegremente los recursos que le otorga el Instituto Nacional Electoral. Y ahí sí, ni pío.
Ah, pero cuando no gana el hombre, entonces nada de todo eso vale. Y ya se encargaron sus valedores de advertir que se prepara, de nuevo, un “gigantesco fraude electoral”. O sea, que no va a haber manera de que pierda por tercera vez las elecciones. Si no hizo caso en 2006, cuando sus asesores le avisaron de que su ventaja sobre su inmediato perseguidor se acortaba, pues ahora que las encuestas lo colocan 20 puntos por arriba será absolutamente imposible que acepte el resultado. Este 1º de julio no van a hablar las urnas, señoras y señores. Se va a escuchar nada más la voz de él.
revueltas@mac.com
Tal vez pudiere ocurrir algo así. El problema es que uno de los competidores se ha dedicado durante años enteros a propalar la especie de que se perpetró un fraude electoral cuando participó en una anterior elección presidencial. Perdió por los pelos pero, importándole un comino que los mexicanos hayamos organizado muy trabajosamente un formidable aparato institucional para supervisar nosotros mismos los procesos, denunció que le habían “robado la elección”, bloqueó por sus pistolas la principal avenida de la capital durante semanas enteras y escenificó luego una toma de posesión de opereta, rodeado de sus seguidores, mientras que el resto del país seguía en lo suyo.
El daño que le hizo a la nación fue enorme: sembró desconfianza en las instituciones de la República, hizo que sectores enteros de la población se sintieran despojados de su voto (y que se llenaran de resentimiento), fomentó divisionismos al acusar a “la mafia del poder” de impedirle gobernar y se erigió como una víctima del “sistema” sin renunciar, paradójicamente, a ninguna de las prerrogativas y bondades que las mismas ordenaciones de la democracia liberal le han otorgado en todo momento. Hasta nuevo aviso, Morena —ese partido hecho a su imagen y semejanza en el que manda de manera personalísima—, se embolsa alegremente los recursos que le otorga el Instituto Nacional Electoral. Y ahí sí, ni pío.
Ah, pero cuando no gana el hombre, entonces nada de todo eso vale. Y ya se encargaron sus valedores de advertir que se prepara, de nuevo, un “gigantesco fraude electoral”. O sea, que no va a haber manera de que pierda por tercera vez las elecciones. Si no hizo caso en 2006, cuando sus asesores le avisaron de que su ventaja sobre su inmediato perseguidor se acortaba, pues ahora que las encuestas lo colocan 20 puntos por arriba será absolutamente imposible que acepte el resultado. Este 1º de julio no van a hablar las urnas, señoras y señores. Se va a escuchar nada más la voz de él.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.