Así vamos a salir a votar, hoy
Hoy se deciden los destinos de la nación mexicana. Tan indiscutible y tan incontestable como eso. Es cierto que las elecciones suelen producir cambios en los países democráticos. Pero, aquí no estamos hablando de una simple alternancia en un entorno de normalidad sino de una ruptura radical con el actual estado de cosas. Tal pudiere ser el desenlace si Obrador y Morena alcanzan el triunfo. O, por lo menos, ése es mensaje que nos han trasmitido a los votantes.

Hay un gran descontento en la población. Se le imputan a Enrique Peña todos los males habidos y por haber. Hace un par de semanas, un joven conductor de Uber me soltó que el actual presidente de la República nos ha “llevado al desastre”. Le pregunté qué tan catastrófica podría ser su situación personal, a unos meses de haberse comprado el coche y de convertirse, en los hechos, en un microempresario. Seguí inquiriendo para que me dijera qué tan mal le iba, digamos, a su novia y si acaso sus padres habían perdido su vivienda por no poder pagar ya la hipoteca o si no pudieren nunca salir de vacaciones o pagar los estudios de sus hijos menores. No pudo el muchacho consignar ninguna de estas calamidades y, más bien, pareció que mis interpelaciones le hicieren reflexionar un tanto. Pero, ahí tenemos otra muestra, una más, del enojo ciudadano: hasta aquellos que no afrontan durezas ni penurias particulares expresan mecánicamente su insatisfacción y dibujan un escenario ruinoso en este país.

Naturalmente, sabemos todos de los gravísimos problemas nacionales: padecemos unos espeluznantes índices de inseguridad, la corrupción de los politicastros ha alcanzado cotas escandalosas y la economía no ha crecido de manera a poder incorporar a sectores más amplios de la población en actividades realmente productivas. Y tener conciencia de la suerte que sobrellevan millones de mexicanos sumidos en la pobreza más desesperanzadora es prácticamente una obligación moral para cualquier ciudadano con un mínimo de sensibilidad social.

Pero, entonces, ¿todo está mal y no podemos tampoco reconocer absolutamente ningún logro alcanzado por el actual régimen? ¿No se han creado empleos? ¿No pudiere comenzar a dar frutos la reforma energética a mediano plazo? ¿No nos hemos beneficiado directamente de la reforma del sector de las telecomunicaciones, no se suprimió el costoso roaming en las llamadas a otras localidades, no pueden los vecinos de cualquier comunidad rural realizar conferencias telefónicas ilimitadas a sus familiares afincados en los Estados Unidos, no han bajado los precios de la telefonía celular? ¿No nos va a llevar la reforma educativa a que nuestros chicos tengan mayores capacidades y que se les abran mayores oportunidades laborales en el futuro? ¿No queremos ser más competitivos ni deseamos tampoco modernizarnos? ¿No es baja la inflación, sobre todo en comparación a aquellas épocas pasadas en las que los precios subían desorbitadamente cada semana? ¿No estamos pagando tasas de interés que permiten adquirir viviendas, coches, electrodomésticos y toda suerte de artículos a un número creciente de consumidores? ¿No hay libertad de expresión? ¿No criticamos y cuestionamos al presidente de la República como nos da la gana?

Por lo visto, el catastrofismo es uno de los signos de estos tiempos. Y, estando tan terriblemente mal las cosas, el mensaje disruptivo adquiere entonces la dimensión de la única alternativa posible, sobre todo si está aderezado de descalificaciones e infundios: la mera enunciación de que estamos sojuzgados por la “mafia del poder” encuentra instantáneas resonancias en una población que se ve a sí misma a través de la lente del agravio.

Vivimos, además, un clima de odios y enconos. El enfrentamiento ha sido impulsado deliberadamente por un candidato que denuncia, por principio, a los “enemigos del pueblo”, que denuesta a “los ricos y los poderosos” y que arremete contra los “empresarios saqueadores”. Se trata de una receta bien conocida del catálogo de astucias populistas y muy redituable cuando se trata de ganar adeptos entre las filas de los resentidos. Y, en efecto, ha funcionado la estrategia. Esperemos que la crispación resultante de las campañas electorales no se quede como una realidad permanente en el escenario nacional.

Así vamos a salir a votar, hoy, estimados lectores. Mañana será otro día.

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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