Diagnóstico equivocado
En muchas ocasiones, en el cuarto de siglo en que he tenido oportunidad de publicar mis comentarios, he insistido en que más de la mitad de la solución de un problema se encuentra en un correcto planteamiento. Desafortunadamente, eso no es frecuente en los gobiernos, porque la interpretación política puede diferir mucho del problema mismo. Precisamente por ello conviene que los políticos dediquen tiempo a informar a la población acerca de las decisiones, algo que, como usted sabe, el gobierno que termina jamás supo hacer.

El que llega tampoco parece estar interesado en ello, pero sí muestra una clara diferencia con el que se va. Mientras la actual administración impulsó un programa de transformación muy profundo, que generó rechazo en buena medida porque no se entendió (explicó), e incluso se interpretó como dañino, la que llega ofrece hacer exactamente lo que el pueblo quiere. Es cierto que la definición misma del “pueblo” no es clara, y no aspira a cubrir a todos los mexicanos, pero indudablemente responde a una parte no menor de la población, incluyendo a los más vocales y agresivos. Así, se anuncian medidas aparentemente dirigidas contra la corrupción (muy bienvenidas por ello) que en realidad tienen otros objetivos. El más evidente, me parece, es concentrar el poder.

Ayer decíamos que parte de esto tiene que ver con la desconfianza, pero la otra parte resulta de un diagnóstico equivocado. Quienes llegan creen que: 1) la violencia es resultado de la guerra contra el narco; 2) la corrupción se debe a las malas personas; 3) el dispendio se resuelve gastando menos; y, 4) la pobreza y la desigualdad son problemas en sí mismos. Evidentemente, las cuatro afirmaciones contienen algo de verdad, pero no creo que correspondan a los problemas en sí, sino a la versión política de los mismos. Por eso ganaron la elección.

Aunque todo indica que la guerra contra el narco pudo haber impactado el nivel de violencia, hay que recordar que éste crece cuando inician los conflictos al interior de los cárteles (2008), y no entre ellos y el gobierno (2007). Por otra parte, creo que hay suficiente evidencia de que tenemos un derrumbe institucional en este rubro. Pero si la afirmación es que todo el problema viene de la guerra, basta con terminarla, legalizando enervantes y aplicando amnistías.

La corrupción fue el mecanismo de resolución de conflictos durante el viejo régimen. Estaba controlada debido a la estructura piramidal del mismo. La llegada de la democracia y la pluralidad de centros de poder, al no acompañarse de medidas institucionales para sustituir la costumbre, dieron lugar a una explosión en la corrupción. Al plantear que es un tema de malas personas, basta con regresar a la estructura piramidal para resolverla. Por eso mi insistencia en que las medidas contra la corrupción son, en realidad, para concentrar el poder.

La idea de que el dispendio se reduce gastando menos parece sentido común, y por eso hay tantas personas felices con la reducción de salarios de funcionarios, la ampliación de jornadas, eliminación de prestaciones, y más. Sin duda hay dispendio y abuso, pero no es igual en todas partes ni en todos los niveles. La solución no es gastar menos, sino mejor. Recuerde que México es uno de los países con menor gasto público en el mundo, con evidentes problemas en salud, seguridad pública, y seguridad social precisamente por ello.

Finalmente, el gran dilema económico: ¿la desigualdad económica es causa o consecuencia? ¿En qué medida es cada cosa? ¿Existe un nivel óptimo de desigualdad? ¿Puede ser estable en el tiempo? Es un tema mayor, y lo veremos en otra ocasión.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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