Fue un tsunami
Lo que vimos ayer en las elecciones fue un verdadero tsunami de gente que le pasó la factura de su enojo al gobierno y al PRI, votando masivamente por el candidato populista Andrés Manuel López Obrador.

Estas son, a primera vista, las razones del tsunami de ayer:

1.- El enojo social contra el gobierno y el PRI fue más grande de lo que en Los Pinos calcularon. Y ese malestar superó con mucho las excepcionales cualidades del candidato José Antonio Meade.

Siempre minimizaron en el gobierno a la opinión popular que se manifestaba en las encuestas y dio su aviso con las elecciones intermedias y posteriormente en las de gobernador.

Arrogancia es la palabra que explica la derrota de ayer para el gobierno, el PRI, y un proyecto de nación.

No bastaba con tener la razón. Había que defenderla, difundirla, pelearla en todas las trincheras de la batalla política y no lo hicieron, pues, según ellos, no era para tanto la molestia y con tres meses de campaña resultaba suficiente.

Los lujos de las súbitas y estrafalarias fortunas de gobernadores priistas calaron hondo en la población y no se le puso un torniquete a tiempo a esa hemorragia: quitarlos cuanto antes.

Gobernar sin popularidad conduce a la entrega del poder, le dije al presidente Peña en una entrevista en Palacio Nacional en el primer tercio del sexenio, cuando su aceptación comenzaba a declinar. Desestimó el tema.

Traer a Donald Trump a Los Pinos fue una puñalada al sentimiento de los mexicanos, ofendidos y agraviados por ese candidato que aún no ganaba la elección de su país.

Grave fue el error de no de remover a funcionarios federales ampliamente cuestionados por la opinión pública, con mucha o poca razón, da igual. Había que moverlos: era política.

Ahí están los resultados.

2.- López Obrador ganó luego de hacer campaña ilegal durante cuatro años y el árbitro electoral jamás marcó la falta.

En 2012 “estaba en la lona, pero estaba en el ring”, escribí en aquel entonces. Y gozó de todas las facilidades para rehacer su marca. AMLO recompuso su imagen política en abierta campaña presidencial anticipada con un árbitro que se puso de su lado.

Se le abrieron todas las puertas para poner un nuevo partido, mientras a los candidatos independientes los obstaculizaron con requisitos para impedir su llegada.

Bloquearon la segunda vuelta en la elección presidencial, que hubiera dado un aliciente para no enconar la disputa entre el segundo y el tercer lugar en las encuestas.

López Obrador capitalizó el enojo social contra el gobierno, pues de principio a fin se opuso a la administración federal y a las reformas estructurales.

Tuvo la virtud de recorrer el país, saludó de mano casi a cada mexicano, mientras los priistas disfrutaban de las mieles del poder y los panistas daban de qué hablar con escándalos personales y moches en el Congreso.

Esos recorridos de AMLO por el país, en que sembró el odio y bañó en insultos a los que no estaban con él, fueron la clave de su éxito, pero será también la desgracia para él y para México. Ya lo veremos. El germen del rencor y la revancha lo va a rebasar.

3.- Acción Nacional se hizo pedazos cuando Ricardo Anaya, presidente del partido, decidió ir por la candidatura presidencial y apuñalar a sus oponentes adentro del PAN. Los trató como enemigos, cuando su principal tarea consistía en cuidar la unidad interna para haber llegado, ayer, con relativa calma, a disputarle la Presidencia a AMLO.

El hubiera no existe y el PAN tuvo ayer una sonora derrota porque se dividió. Los dividió la ambición de sus dirigentes. Prefirieron al PRD –hoy un cascajo– que a los panistas.

Se equivocó Anaya al lanzarse a la yugular de Peña Nieto durante la campaña. La estrategia lógica era ir contra AMLO, ubicado en primer lugar, y no disputarle la medalla de plata a Meade.

Peña Nieto no estaba en la boleta. Un desmesurado rencor de Ricardo Anaya contra el Presidente, con el cual firmó el Pacto por México, terminó de dar al traste con su candidatura. Cerró la puerta al voto útil.

Los resultados están ahí, a la vista de todos.

Es lo que hay. Un duro amanecer.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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