La decepción apenas comienza
El tigre está despierto, aunque —por ahora— no haya salido de la jaula. El triunfo abrumador de López Obrador, así como el rápido reconocimiento por parte de sus rivales, lograron conjurar el escenario de pesadilla que hubiera seguido a la elección y que podría haber terminado en un enfrentamiento violento entre ciudadanos y autoridades similar —al menos— a los ocurridos el 1 de diciembre de 2012.

La elección transcurrió en orden —salvo incidentes aislados— y Andrés Manuel obtuvo una mayoría aplastante que dista muy poco del poder omnímodo. El tigre está despierto, y además entusiasmado: nada se opone, ahora, a los designios del gobierno con mayor legitimidad en la historia del país. Los adversarios se someten, los enemigos buscan acercarse: desde la prensa fifí, que hoy le canta loas, hasta los empresarios corruptos que lo procuran, la Mafia en el Poder que ahora lo reconoce, o el propio presidente Peña Nieto, quien, de forma inusitada y en un hecho duramente criticado, le recibió al cabo de unas cuantas horas e, incluso, antes de que fuera declarado oficialmente vencedor en la contienda. Miel sobre hojuelas.

Miel sobre hojuelas, o quizás no. El tigre está despierto, y tiene sed de venganza en contra de todo aquello a lo que Andrés Manuel le ha enseñado a odiar: los pirrurris, los neoliberales, los partidos, los políticos, los de traje, la prensa vendida, la minoría rapaz o cualquiera sobre quien haya vertido sus calificativos y que son, precisamente, quienes hoy se le acercan buscando el perdón y reconciliación que, de forma magnánima, les concede mientras incluso les ensalza: “Tengo información que no lo han hecho mal, los integrantes del equipo que están a cargo de la negociación, me refiero a los secretarios de Relaciones Exteriores y de Economía del actual gobierno, y a quienes están trabajando en este esfuerzo”. Como hizo con Germán Martínez, con Gabriela Cuevas, con Manuel Espino, con el propio Peña Nieto: como está dispuesto a hacer con cualquiera que le reconozca y se someta a su voluntad, sin importar que sus antecedentes ofendan al tigre. Como Manuel Mondragón.

El tigre está despierto, y se revuelve en su jaula, inquieto, cuando creía que podría moverse a sus anchas, y López Obrador le cumpliría cada una de sus promesas de campaña. Pero no es así: la gasolina no bajará de precio, el aeropuerto parece seguir en pie, la seguridad no mejorará de un día para otro, Peña ya no es tan malo, Videgaray y Guajardo ahora son reconocidos. El cambio, en realidad, no parece ser tan distinto.

Y no lo es, ni podría serlo: el propio Andrés Manuel ha explicado, refiriéndose a Trump, que las promesas de campaña son muy distintas a lo que puede lograrse una vez que se está en el gobierno: de ahí la importancia de saber manejar las expectativas del tigre, antes de que el apoyo masivo se convierta en un lastre del mismo tamaño. Expectativas que, apenas a una semana de la elección, parecen estar muy por encima de la realidad: quienes esperaban que López Obrador terminara con la corrupción, hoy saben que se opone a una fiscalía independiente; quienes esperaban un gobierno más progresista, hoy saben que quien los reprimió hace seis años acaba de ser reclutado y podría repetirles la dosis.

El tigre está despierto y se revuelve en su jaula, inquieto. Algo no termina de oler bien cuando las promesas no se cumplen, cuando las declaraciones se matizan, cuando los enemigos se sonríen. Cuando la venganza se frustra, cuando las expectativas no se cumplen. Cuando terminen por darse cuenta de lo que significa ser peje, pero no lagarto. El tigre está despierto, y estará libre el 1 de diciembre. Cinco meses son muy largos, y la decepción apenas comienza.


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