Las trampas de la popularidad

La sociedad mexicana tiene singulares prácticas frente al poder político. La renovación presidencial ha sido, de siempre, una actualización de la esperanza y de la expectativa de que las cosas mejoren. En ocasiones, tanto la valoración crítica al pasado, como la convicción de que las cosas habrán de cambiar pronto y de manera profunda se vuelven algo desproporcionadas. Las elecciones de eso se tratan: de movilizar a los ciudadanos para que el voto defina rumbos; lo mismo sirva de castigo a lo que no se quiere o de aval para quien más y mejor convence.

En estos tiempos, se viven de manera acentuada ambos aspectos, el del pasado que se reprueba y el del futuro mejor que se anhela. Los ánimos se han exaltado en ambos sentidos y eso explica el resultado del 1º de julio, que nos ha colocado en una posición complicada como país en donde, si bien se reconoce el resultado como fruto de nuestro sistema democrático, también preocupa lo que este ha generado: la ausencia de contrapesos, y la posibilidad de que esto conlleve a situaciones indeseables a partir de la visión y de las decisiones ya no de un partido o grupo, sino de un solo hombre. No creo que tal efecto sea sano, deseable y tampoco útil. Los grandes cambios no han sido de un hombre, sino de una generación, más allá de que siempre ha habido quienes coordinen y motiven.

Es el deseo de todos, o al menos de los más, que la renovación a la que convoca López Obrador sea para bien, que el cambio que se avecina acabe con muchos de los problemas viejos y nuevos que aquejan al país. No se trata del interesado y obsequioso beneplácito de algunos; lo que se anhela es que las cosas mejoren, nada más, pero nada menos. También es de preocupar que el pasado se vea bajo el prisma del reproche acrítico y totalizante: que todos los funcionarios son corruptos, que las empresas exitosas lo son gracias a la corrupción, que el país se divide entre buenos y malos y que un cambio en la cúpula política será suficiente para la regeneración nacional.

Las reservas o el escepticismo a lo que viene no son pecado. Tampoco lo son el apasionado entusiasmo y optimismo de muchos. Ni unos ni otros tienen derecho a negar al diferente. No hay nada de democrático en una mayoría que avasalle, como tampoco lo hay en una minoría que pretenda imponer su visión. Es imperativo llegar a un entendimiento que acredite las libertades y la pluralidad. El voto es un mandato, y en este caso, lo es para emprender una reforma profunda, pero no es cheque en blanco.

El anhelo de lograr transformaciones inmediatas y de que el mandato no pierda impulso se entiende, pero el gobierno del futuro Presidente deberá ser cuidadoso ante la tentación de emprender esos cambios de manera precipitada. La equidad social a la que se pretende llegar no se niega ni se entorpece con las libertades, tampoco con el deseo de lograr un consenso incluyente, ni mucho menos con ajustes importantes al gobierno y a su relación con los poderes y las entidades. 

El pasado no debe ser concepto rector de lo que funciona. El pasado inspira y enseña, pero no manda. Debe ser así porque la sociedad mexicana se ha transformado de manera profunda, porque el pasado lejano y muy lejano, con frecuencia, se aprecia con el prisma del prejuicio o del interés, sin considerar la complejidad del mundo actual y de las transformaciones en la economía, la política y en lo social.

En ese sentido, la economía es uno de los temas de mayor atención y cuidado. Los representantes sindicales y los empresarios han actuado frente al futuro gobierno con optimismo y con un ánimo de apoyo y simpatía en la propuesta de que las cosas mejoren. Nadie ha solicitado un freno a la transformación por la que se votó mayoritariamente, lo que sí está presente es el deseo de participar en ese cambio que debe tener un curso en el marco de la inclusión, el compromiso con los que menos tienen y que debe, ante todo, potenciar las capacidades individuales, comunitarias, sectoriales y colectivas.

La realidad económica estrecha el margen de maniobra y discrecionalidad de los gobiernos nacionales. Como tal, dos compromisos señalados por el futuro Presidente han disipado dudas y alejado inquietudes: el equilibrio en las finanzas públicas y el respeto a la autonomía del Banco de México. Sin embargo, habría que agregar a la confianza que se busca también la certeza de derechos. Para ello es indispensable acreditar la convicción del respeto a la ley y a las instancias de justicia. Las condiciones de impunidad y venalidad no cuestionan a las instituciones y a la ley, al contrario, claman por la legalidad y porque las instituciones adquieran vigencia plena, sin dejar de considerar su transformación o actualización.

El país está en medio de la negociación de uno de los instrumentos fundamentales de la economía nacional de los últimos cinco lustros, que es el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Ha sido un acierto del candidato ganador reconocer al grupo negociador y su deseo de continuidad, más que de reemplazo. También, los futuros canciller y secretario de Hacienda han acreditado cuidado y sensatez. En estos temas México debe estar unido, tanto por el interés nacional de por medio, como por el perfil del gobernante del país vecino al norte. Son muchas las razones que apuntan a la continuidad del acuerdo con modificaciones propias de una actualización, pero debe tenerse siempre presente la personalidad del Presidente Trump, su profunda hostilidad hacia México y hacia los mexicanos, así como lo impredecible de su conducta.

La popularidad no es sinónimo de eficacia, y pretenderla como razón de gobierno o como una marca sexenal puede convertirse en trampa que comprometa lo que se pretende. Mi opinión es que, aunque exista el diferendo natural con el actuar del futuro gobierno, ingrediente principal de cualquier democracia, deseo que quienes lleguemos a estar en esa postura seamos una y otra vez desmentidos por los buenos resultados. Sin embargo, más allá de la controversia, el diferendo y la crítica, el cuidado en la economía y sus fundamentos nos dará mucho como país, tanto para solventar nuestras diferencias como para hacer realidad el anhelo compartido de tener una nación más fuerte y más justa.

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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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