Obrador, el enigma
Llegados a este momento —es decir, confrontados a la realidad de su triunfo avasallador— quienes hemos sido firmes detractores de Obrador no podemos ya más que esperar una sola cosa: que predominen en el hombre la sensatez y la prudencia en lugar de que afloren esos rasgos suyos que tanto nos han inquietado en el pasado.

En lo personal, la esperanza de que los destinos de la nación mexicana no terminen por supeditarse a las extravagancias del caudillismo alcanza, punto por punto, la dimensión de mis anteriores reservas hacia el personaje: la alarma por el posible advenimiento de un demagogo populista se ha trasmutado ahora en una expectante vigilia, en una constante adivinación —teñida del optimismo de los ilusos— de los signos que pudieren anunciar, desde ya, futuros desenlaces positivos.

Lo repito: no son ya tiempos de seguir agitando antiguos resquemores sino de buscar el más viable acomodo al presente. Y ahí, el primer recurso es interpretar los mensajes que envía el virtual presidente electo para encontrar, precisamente, ese posible escenario esperanzador.

Por lo pronto, no hemos advertido en sus discursos y actuaciones elementos que pudieren anunciar el futuro de enfrentamientos, enconos y divisionismos que presagiábamos al observar sus desplantes durante la campaña. Todo lo contrario: Obrador se ha comportado como un auténtico hombre de Estado. Y esto, creo yo, hay que decirlo. Es muy importante, justamente ahora que una de nuestras preocupaciones es esa gran reconciliación nacional a partir de la cual debiéremos construir un mejor futuro para México, otorgar reconocimiento y conceder un voto de confianza a quien llevará las riendas de la nación.

Sus críticos no nos hemos privado, en momento alguno, de señalar yerros, de anticipar catástrofes y de advertir sobre las nefarias consecuencias que resultarían de su triunfo electoral. Pues bien, Obrador ya está allí, ya ganó la presidencia de la República y cuenta, por si fuera poco, con un poder político que ninguno de sus antecesores ha tenido desde que México comenzó su aventura democrática. ¿Qué hacemos, entonces? ¿Nos vamos de este país? ¿Nos dedicamos a seguir denostándolo imparablemente? ¿Le negamos cualquier mérito y toda cualidad?

No creo que tengamos que hacerlo, por más que la pronta adhesión de sus tradicionales adversarios parezca un acto de mero oportunismo y que algo así pudiere exhibir la sempiterna sumisión de los actores sociales al poder político.

Ahora bien, el desempeño que tendrá el líder de Morena como presidente de México no deja de ser un enigma a cinco meses de que asuma el cargo. ¿Qué líneas seguirá? ¿Qué grupos sociales se sentirá obligado a privilegiar, más allá de su primera declaración de que gobernará «para todos los mexicanos, ricos y pobres»? ¿Cederá a las presiones de los más radicales? ¿Cumplirá puntual y escrupulosamente con todas y cada una de sus promesas de campaña, incluidas las más extremas? ¿Dejará de ser ese individuo conciliador que vemos ahora —personificación misma del político profesional— para transformarse en un caudillo intolerante? ¿Se dejará llevar por un pragmatismo tan saludable como beneficioso para todos? ¿Representará a una izquierda moderada o será el emisario directo de los populistas más recalcitrantes? ¿Instaurará un régimen estatista e intervencionista en lo económico?

No lo sabemos todavía. Contamos apenas con algunas pistas. Lo que sí podemos señalar, sin embargo, es que Obrador va a enfrentar unos retos descomunales —estando el país como está— y que, a pesar del apoyo del Congreso, no contará con los recursos necesarios para poder solventar un programa tan ambicioso como el que le ha propuesto a la sociedad mexicana. Esto, a la vez, llevará a que una parte de su electorado comience a manifestar su descontento siendo que las expectativas creadas son realmente muy grandes.

Será, muy seguramente, su primera gran prueba como gobernante de una nación entera. Por el bien de México, esperemos que salga adelante. Pero ahí, en ese entorno adverso, es donde tendrá que demostrar que no es el personaje que ha inspirado temores y promovido enfrentamientos sino el líder que un México moderno necesita.

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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