Regresa la confusión
En 2007 publiqué un libro titulado Cien años de Confusión. En él, mi planteamiento era que durante el siglo XX vivimos en México bajo un régimen autoritario que construyó su legitimidad alrededor de un mito fundacional: la Revolución Mexicana. Con este nombre, agruparon las diferentes guerras civiles vividas a partir de 1910 y le dieron un sentido que no tenía. Más aún, dotaron de contenido al mito recuperando la esencia de la estructura social del viejo régimen Habsburgo: una sociedad organizada en corporaciones (sindicatos, centrales campesinas), misioneros (maestros rurales), emperador (presidente), santos, iglesia y catecismo (nacionalismo revolucionario). La confusión a la que me refería era pensar que el régimen de la Revolución representaba un avance, cuando era en realidad un retroceso a estructuras propiamente medievales.

Como era de esperarse, este libro no fue del agrado de los defensores del régimen de la Revolución. Unos insisten en que la Revolución fue una transformación total del país, y otros afirman que durante el siglo XX México tuvo grandes avances. Creo que ambos se equivocan.

En 2015, publiqué El fin de la Confusión (ambos libros están disponibles en Paidós, en caso de que le interese). En este, además de revisar lo que sabemos acerca del crecimiento económico de forma teórica, analicé todos los países que han sido exitosos en este rubro, y todos los que, pudiendo serlo, no lo han logrado. Con ello reforzaba la idea de que el fracaso de México en el siglo XX respondía esencialmente a un régimen incompatible con el éxito.

Pero los mexicanos han decidido, de manera abrumadora, regresar a la confusión. De cierta forma, era esperable. El régimen de la Revolución se construyó precisamente cuando en todo el mundo se establecían regímenes corporativos, algunos totalitarios. Ahora, en un entorno de “democracias iliberales”, justo en esa dirección decidimos movernos. En esta ocasión, otra vez, la confusión consiste en creer que lo elegido nos ayudará a ser exitosos, especialmente en materia económica. No será así, por las razones expuestas en El fin de la Confusión: la narrativa y valores hoy vigentes son opuestos a la creación de riqueza, y de ahí se derivan reglas orientadas a extraer rentas.

De hecho, me parece que el proceso de reconstrucción del corporativismo está en marcha. Por un lado, fortaleciendo sindicatos y subordinándolos al poder nacional: revertir la reforma educativa para volver a controlar a los maestros, refinanciar Pemex para lograr lo mismo con los petroleros, incorporar líderes para mineros. Por otro, regresar a programas sociales dirigidos, y con ello corporativizar grupos específicos: tercera edad, ninis, mujeres.

Bajo esa estructura social, el crecimiento realmente no ocurre. Se puede incrementar la producción, como lo hizo México en los años 50 y 60, utilizando recursos hasta entonces ociosos o mal asignados, pero no más que eso. Pronto se alcanza una frontera imposible de cruzar, y la única posibilidad de fingir crecimiento es con deuda o el agotamiento definitivo de los recursos. Nosotros recorrimos esos dos caminos, deuda entre 1965 y 1980, y petróleo desde entonces hasta 2004, cuando Cantarell inició su declive final. No creo que hoy tengamos margen, de forma que toda esa organización política tendrá que financiarse con la producción de otros: captura de rentas, le llaman los economistas.

Pero esa fue la decisión de la mayoría, no hay duda de ello. Es posible que, en el fondo, las tradiciones, costumbres y reglas que aprendimos de los Habsburgo, en esos dos siglos y medio de los que nadie se acuerda, sean las que determinan todavía el comportamiento de buena parte de esa mayoría, que prefiere una sociedad estamentada, orgánica, predecible. Pobres, pero con honra, pues.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


Artículo Anterior Artículo Siguiente