¿Y, ahora, qué?
Los crónicos detractores de Obrador nos sentimos, creo, bastante aliviados luego del discurso que dirigió a la nación al saberse ganador de las elecciones presidenciales.

No exhibió el hombre soberbias ni arrogantes triunfalismos sino que, en un tono serio y mesurado, esbozó las principales líneas de acción de su futuro Gobierno.

Sus primeras palabras fueron para dar confianza a esa mismísima comunidad empresarial contra la cual ha arremetido en el pasado y que ahora necesitaría de las certezas que exigen los inversores y los mercados.

Habló también de las libertades y se comprometió a respetarlas como cualquier otro demócrata convencido.

Al final de su alocución asomó igualmente el político mexicano de los viejos tiempos, aquel que, por ejemplo, propugna unos principios de “no intervención” y “autodeterminación de los pueblos” que, de haber sido seguidos a ciegas por los líderes de las naciones con una mínima capacidad militar, hubieran llevado a que sátrapas sanguinarios como Milosevic o Kadhafi se eternizaran en el poder.

Pero, bueno, Obrador trae en las venas la retórica del antiguo priismo y sabemos también de una visión suya del mundo que no es obligadamente moderna ni determinada por los nuevos paradigmas.

Esto no es lo esencial, sin embargo. Después de todo, Nicolás Maduro puede seguir sojuzgando a sus anchas al sufrido pueblo de Venezuela sin que ello signifique un grave problema interior para nosotros. Y, en lo que toca a la relación más determinante en el apartado de la política exterior, Trump acaba de mostrar una sorprendente aceptación a los resultados electorales.

Lo importante ha sido la moderación exhibida por el presidente electo. Nos tranquiliza. Por el momento…

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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