¿De qué “pueblo sabio” estamos hablando?
Hablemos de la sabiduría del pueblo. O recapacitemos, más bien, sobre la mismísima definición de “pueblo” —o sea, la reducción de una entidad heterogénea y dispareja de origen a un concepto único— y preguntémonos, entonces, cuál de los muchísimos grupos que constituyen la nación mexicana vendría siendo el supremo depositario de la tal sabiduría. ¿La clase media, tal vez? ¿Qué tan sabia es, oigan? O, ¿estamos hablando acaso de las minorías indígenas, de los tzotziles de Chiapas, los nahuas de Guerrero y los huicholes de Nayarit? ¿Qué me dicen de los habitantes de las zonas suburbanas de la capital, los de Ecatepec, Chimalhuacán, Naucalpan, Los Reyes La Paz, Chalco y Cuautitlán? Pero, a ver, ¿no serían los de Mérida los más sabios por gozar de niveles de seguridad comparables a los de Noruega? En lo que toca a las clases acomodadas, ¿son más sabios los de San Pedro Garza García o los de Zapopan les sacan ventaja? ¿Los nueve millones de mexicanos que votaron por el PRI en las pasadas elecciones federales, son sabios o no son sabios? En lo que toca a los votantes del PAN, 12 millones de ciudadanos, ¿son parte del “pueblo sabio” o quedan fuera de la categoría? En Guanajuato, el único estado de la Federación donde ganó Ricardo Anaya, ¿carecen totalmente de sabiduría?

Una cosa me queda clara, hablando de lo sesudos que puedan ser los pueblos de este planeta: los británicos fueron bastante tontos al votar a favor del Brexit. Mejor dicho: obtusos, ignorantes, mal informados y cortos de miras. Y de los alemanes que eligieron a Adolf Hitler mejor no hablemos. El advenimiento de Donald Trump, por su parte, resulta punto menos que asombroso —aparte de incomprensible y esperpéntico— pero no estamos hablando de un golpe de Estado ni de la imposición forzosa de un líder por una potencia invasora sino de un tipo que fue elegido democráticamente por los estadunidenses (aunque, de decir verdad, no ganó las elecciones sino que se las dispensó un Colegio Electoral que desechó, por la propia naturaleza de sus ordenanzas y sus códigos, los tres millones de votos de ventaja obtenidos por Hillary Clinton en las urnas) y, por lo tanto, de que se expresó ahí, de todas maneras, la voluntad del pueblo. Es más, cuando al inquilino de la Casa Blanca no le gusta lo que publican algunos medios de comunicación, dice que son “enemigos del pueblo”.

Qué enigma, para empezar, lo del “pueblo”. Y lo de su “sabiduría” todavía más.

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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