Votamos por enojo, según parece. Gracias a ese sistema democrático que tanto denostamos, pudimos castigar a los malos gobernantes, lo que no ocurre, con perdón, en los regímenes de partido único. No está de más enfatizar esto último, señoras y señores, porque precisamente aquellos que tanto ensalzan —a estas alturas, todavía— los modelos dictatoriales de izquierda son quienes se beneficiaron, en primerísimo lugar, de sacar al PRI de Los Pinos y de instaurar un nuevo orden político en este país.
Lo repito, la vilipendiada autocracia de los “ricos y poderosos” organizó unas elecciones libres, transparentes y confiables gracias a las cuales el supremo representante de los damnificados de la “mafia del poder” será presidente de la República, ni más ni menos.
¡Qué alegría y qué satisfacción! A los antiguos corruptos les quitamos el mando de las manos y los enviamos a su casa. Es cierto que algunos de ellos, muy previsores, tomaron a tiempo las necesarias medidas para seguir disfrutando sus provechos de siempre y, cambiándose de chaqueta sin mayores problemas, se acomodaron alegremente en Morena, el gran movimiento liderado por Obrador. Pero, eso no importa realmente. Vivimos tiempos nuevos en los que cualquier posible resabio del pasado se diluye de manera instantánea en un océano de alentadoras esperanzas e ilusiones.
Pero, aparte, no tiene precio el placer de la venganza. Durante 18 larguísimos años —a partir de que ocurriera la llamada “transición democrática” en México— tuvimos encima la pata del PRIAN. No hicieron gran cosa, esos gobernantes: por ahí, evitaron alguna de las grandes crisis económicas de antaño, lograron mantener una mínima estabilidad e implementaron ciertas reformas —nada provechosas, por cierto, porque las gasolinas subieron de precio, las calificaciones de los estudiantes apenas mejoraron y lo único que si cambió fue que se abarataron las llamadas de teléfono celular— pero nosotros, los ciudadanos, estábamos de cualquier manera tan supremamente irritados que elegimos a quien pudiere acabar, de un plumazo, con esa camarilla.
Y así estamos ahora, miren ustedes, eufóricos de haber apaleado a los que nos mandaban. Algo así no ocurre todos los días, oigan. Disfrutémoslo.
revueltas@mac.com
Lo repito, la vilipendiada autocracia de los “ricos y poderosos” organizó unas elecciones libres, transparentes y confiables gracias a las cuales el supremo representante de los damnificados de la “mafia del poder” será presidente de la República, ni más ni menos.
¡Qué alegría y qué satisfacción! A los antiguos corruptos les quitamos el mando de las manos y los enviamos a su casa. Es cierto que algunos de ellos, muy previsores, tomaron a tiempo las necesarias medidas para seguir disfrutando sus provechos de siempre y, cambiándose de chaqueta sin mayores problemas, se acomodaron alegremente en Morena, el gran movimiento liderado por Obrador. Pero, eso no importa realmente. Vivimos tiempos nuevos en los que cualquier posible resabio del pasado se diluye de manera instantánea en un océano de alentadoras esperanzas e ilusiones.
Pero, aparte, no tiene precio el placer de la venganza. Durante 18 larguísimos años —a partir de que ocurriera la llamada “transición democrática” en México— tuvimos encima la pata del PRIAN. No hicieron gran cosa, esos gobernantes: por ahí, evitaron alguna de las grandes crisis económicas de antaño, lograron mantener una mínima estabilidad e implementaron ciertas reformas —nada provechosas, por cierto, porque las gasolinas subieron de precio, las calificaciones de los estudiantes apenas mejoraron y lo único que si cambió fue que se abarataron las llamadas de teléfono celular— pero nosotros, los ciudadanos, estábamos de cualquier manera tan supremamente irritados que elegimos a quien pudiere acabar, de un plumazo, con esa camarilla.
Y así estamos ahora, miren ustedes, eufóricos de haber apaleado a los que nos mandaban. Algo así no ocurre todos los días, oigan. Disfrutémoslo.
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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.