Lo realmente difícil
Muchas personas piensan que las matemáticas son difíciles, o la química y la física. Creo que hay cuestiones mucho más complicadas que ésas, que cualquiera puede entender con un pequeño esfuerzo diario (aunque, como en todo, algunos tengan más facilidad que otros). Lo que de verdad es difícil es entender lo que ocurre. Por ejemplo, aprender que otros pueden pensar distinto de nosotros sin ser por ello ni tontos ni malas personas, sino porque han tenido otras experiencias y tienen otras preferencias. O aprender a ir modificando nuestra interpretación del mundo conforme recibimos más información. Eso sí es difícil.

Hay cierta relación entre ambas cosas. Respetar puntos de vista de otros, en el fondo, implica plantearnos la duda de por qué su opinión es diferente de la nuestra, y revisar si no somos nosotros los equivocados. O si ambas opiniones pueden complementarse. Pero es más frecuente caer en el sesgo de confirmación: seleccionar sólo las opiniones que confirman lo que ya creíamos, y desechar las demás como producto, decíamos, de la mala fe o la ignorancia. O como ahora les gusta, achacarlas a una acción concertada, financiada por la mafia del poder, o algo parecido.

Una persona mayor, cuando no ha podido poner en duda sus creencias, suele quedar fuera de lugar paulatinamente. En parte, por eso se dice que los viejos son necios, porque sus puntos de vista van alejándose del resto, y les cuesta hacer lo que nunca antes hicieron. Buena parte de las posturas que tiene una persona se fijan en la juventud, y si no se hace un esfuerzo explícito por actualizarlas, así se quedan.

Lo comento porque me parece que éste es un problema serio del Presidente electo. El fin de semana veía una declaración suya: “Tenemos que heredar a las futuras generaciones petróleo, gas y no derrochar nosotros, nuestra generación, esos recursos”. Esa preocupación creo que era atinada en la década de los setenta, cuando se creía que esos energéticos estaban por terminarse. De hecho, en esa década fue muy frecuente la angustia por el agotamiento de muchas cosas, en parte acelerada por la publicación de Los Límites del Crecimiento, del Club de Roma. No se cumplieron sus profecías, y al revés de lo que pensaban, ahora hay más petróleo y gas disponible que en esa década, porque los recursos no son escasos por sí mismos: depende de cuánto se consume, y de la tecnología con la que se produce.

Precisamente por ello la reforma energética es una buena idea, porque permite que tengamos acceso a tecnologías que amplíen nuestros recursos disponibles. Sin eso, no hay petróleo y gas suficiente, ya no para la siguiente generación, ni siquiera para ésta. Pero si la imagen del mundo que uno tiene se quedó en esa década, lo que puede pensarse está limitado: escasez, soberanía, contaminación, son los conceptos propios de entonces. Abundancia, globalización, intercambio, energías limpias, no caben, y por eso cuesta tanto trabajo incorporarlas en discursos y programas de trabajo.

Donald Trump tiene el mismo problema, sus ideas vienen de la década de los setenta, y son notoriamente anacrónicas. Llama la atención que haya personas que pueden percibirlo en Trump, pero no en López Obrador, o a la inversa, pero creo que eso forma parte de esa necesidad humana de creer (que resulta en la disonancia cognitiva que comentamos en otra ocasión).

Si bien esta necesidad de ir actualizando lo que uno sabe (o cree saber) siempre ha sido relevante, lo es mucho más ahora. No olvide que la cantidad de conocimiento creado en el último cuarto de siglo supera por mucho todo lo que habíamos hecho los humanos en toda nuestra historia. Entiendo que los políticos no tienen mucho tiempo para eso, pero alguien los podría ayudar. Sería muy importante.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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