Transiciones difíciles
Dice un lugar común, cuyo origen dicen que se remonta a Heráclito, que lo único permanente es el cambio. Sin embargo, hay de cambios a cambios. Todos los días somos diferentes de lo que fuimos, y de lo que seremos, pero esa paulatina transformación nos es casi irrelevante. Hay días, sin embargo, que en realidad marcan una diferencia: dejar a la familia, casarse, tener hijos, sufrir pérdidas cercanas.

En las sociedades ocurre algo parecido. Cada día es diferente, pero en algunas ocasiones la transformación es de verdad significativa. Durante el siglo XX, y lo que llevamos del actual, la cantidad de transformaciones profundas es mayor que en otros tiempos. Guerras, fundación y derrumbe de regímenes e imperios, han ocurrido en innumerables ocasiones. Inventar (descubrir) antibióticos, formas eficientes de producir, sistemas más justos de distribución, es algo que es mucho menos frecuente. Pero en los últimos cien años eso hicimos, y los resultados han sido espectaculares.

En cincuenta años, duplicamos la cantidad de seres humanos en la tierra, más que triplicamos la cantidad de comida disponible, extendimos la esperanza de vida en más de 25 años y desarrollamos sistemas capaces de proveer una vida razonable al mayor número de personas en toda la historia humana. No es poco, aunque haya quien lo menosprecia.

Sin embargo, todos los triunfos tienen costos y muchos de ellos sólo son perceptibles con el tiempo. Aumentar la población, posponer la muerte, otorgar derechos a todos resulta en una presión financiera brutal, cuya magnitud nadie imaginó. Se nos ha ido complicando administrar el éxito. Al principio, cobrar más impuestos, para garantizar un piso mínimo a todos, funcionó muy bien. Conforme la población fue envejeciendo, había más personas que necesitaban apoyo y menos personas produciendo. Los gobiernos decidieron posponer el problema, contratando deuda para sostener las prestaciones. Esta presión, sumada al fin del sistema financiero global de la posguerra (Bretton Woods), implicó un endeudamiento notable.

Los países latinoamericanos, que no producían lo suficiente, pero cuya población crecía muy rápido, corrieron a endeudarse en esos años (setenta), sólo para pagar los excesos en la década siguiente. Los europeos, que ya llevaban rato con su sistema de Estado de Bienestar, también tuvieron que endeudarse a partir de los años setenta, pero lo hicieron con más lentitud, en buena medida porque producían más y mejor que los latinoamericanos. Pero el camino fue el mismo. Suecia pasó de una deuda del 30% del PIB en 1976 a más del 80% hacia 1991, cuando tuvo que enfrentar su crisis financiera. Dinamarca, en ese mismo periodo, pasó de 5 a 70% del PIB. En los países de Europa Occidental, el ritmo fue aún más lento: Francia tenía una deuda de 15% del PIB en 1976, ahora ronda el 100%; Alemania, de 18 a 75%, en esos mismos años; Reino Unido, que tocó su punto más bajo en 1991, con 28% del PIB, ahora está en 88%. Los países del sur de Europa, lo mismo, pero con un ritmo creciente en las últimas décadas: España, de 7% en 1975 a 100% ahora; Italia empezó antes, en 1963 rondaba el 30%, ahora está en 130%. Finalmente, Estados Unidos ha pasado de 33% en 1976 a 105% del PIB, y Japón, 12% en 1970, 250% ahora (todos los datos del FMI).

Ahora, la población se reduce en todos los países mencionados, si no contamos la inmigración. Esto significa que, sin migrantes, no habrá cómo cubrir esas deudas. Por la edad de la población actual, hay menos de 20 años para resolver esto, sea incorporando mejor la migración, o preparando una catástrofe financiera. Unos pocos años más de xenofobia y todo estará perdido. Recuerde, el resto del mundo existe.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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