Voluntad y realidad
“El mundo cambiará el día que nos molesten más los que no piensan que los que piensan distinto a nosotros”.

Siempre la política se mueve entre el deseo del líder por transformar y la realidad que impone límites. En un país con tantos retos y con tan profundas desigualdades sociales como el nuestro, es explicable que desde la oposición se conceda a la voluntad personal y política una desproporcionada posibilidad en la tarea de transformar nuestro entorno. Es común que quienes están en el poder traten de hacer valer que en el servicio público siempre hay un largo tramo entre lo deseable y lo posible. No es que estemos ante dos posiciones incompatibles. Todo lo contrario: gobernar es hoy más que nunca el arte de hacer posible lo que se ofrece para bien del país, enfrentando con responsabilidad y prudencia los límites que a estos anhelos impone la realidad.

La realidad, por naturaleza terca y persistente, es también ineludible. La cuestión es cómo interpretarla. Por ejemplo, el deseo de promover el turismo ha llevado al presidente electo a comprometer una inversión de 150 mil millones de pesos para la construcción de un tren que conectaría Cancún con Palenque vía Bacalar y con Campeche vía Mérida. Un proyecto ambicioso, sin duda, que refleja la voluntad del nuevo presidente de llevar el desarrollo a una de las zonas más rezagadas y con un enorme potencial turístico.

El sector empresarial ha reaccionado con entusiasmo frente a la propuesta. Sin embargo, la realidad dice que, al momento, no existe una demanda suficiente para ese tipo de transporte. La numeralia del aforo vehicular o de la oferta hotelera lo probaría. Un estudio de mercado —que debería preceder a la propuesta— confirmaría que el visitante de Cancún, en buena proporción, no es itinerante. Que la oferta hotelera llamada “todo incluido” es dominante en los mercados turísticos de playa y que eso significa que el turista permanece en el lugar de alojamiento.

Es sensato que el Presidente Electo, de antemano, identifique que la mayor parte de la inversión tendrá como origen capital privado. El problema es que toda inversión privada tiene un esquema de recuperación. Un gasto de tal naturaleza está condicionado por el aforo. Un inversionista privado hace cálculos rigurosos para evaluar la rentabilidad del proyecto. Si se tratara de atender una demanda preexistente, digamos la del aeropuerto de la Ciudad de México o el tren México-Toluca, el riesgo se minimiza. La cuestión es que el proyecto que se está planteando es introducir el tren para generar demanda y no al revés. El éxito de tal implementación no solo está condicionada a promoción, sino también a una cuantiosa inversión de infraestructura hotelera y de entretenimiento.

La realidad siempre se impone. Los proyectos a partir de la voluntad y no de la realidad reflejan buenos propósitos, pero pueden llevar a resultados desastrosos, y de eso hay sobradas experiencias en nuestro país, especialmente cuando las cosas se hacían casi exclusivamente con inversión pública. Afortunadamente los casos que está planteando el futuro gobierno están condicionados por la participación del sector privado y esto impone una racionalidad más allá del buen deseo y las mejores intenciones del gobernante. En estos casos la rentabilidad es la condicionante y, por lo mismo, es posible que las propuestas sufran modificaciones en el camino, y, en tal caso, no habrá nada que reprochar si los proyectos no resultan como se hubiere querido.

Lo mismo puede ocurrir con algunas otras de las propuestas en proceso. Por ejemplo, la desconcentración territorial de las dependencias federales requiere no solo de recursos, sino de un acuerdo con la base laboral y con los gobiernos locales y municipales receptores. Cierto es que la propuesta puede generar beneficios de calidad de vida de los servidores públicos y también potenciar el crecimiento de regiones del país, pero esto debe realizarse de manera programada, consensuada y progresiva, además de acompañarse de una importante inversión tanto pública como privada. Una buena propuesta mal ejecutada puede resultar un fiasco; llevar los proyectos a buen término no solo es cuestión de voluntad, sino también de un entendimiento y comprensión de la realidad para que el cambio tenga una adecuada estrategia de adaptación, particularmente de las personas involucradas, así como de los costos de por medio.

La voluntad del presidente siempre importa. Se trata de la herramienta básica para construir el proyecto de nación que se ofertó en campaña. Voluntad con respaldo popular, como el que tiene el presidente López Obrador, es un gran recurso para transformar, pero no resulta suficiente para ir contra la realidad. Además, el consenso mayoritario no basta para llevar a cabo proyectos de tal magnitud, también es necesario el apoyo de grupos específicos y eso requiere de un esfuerzo mayor, especialmente por parte del equipo de gobierno y colaboradores cercanos. Escuchar es importante, pero también lo es argumentar y razonar las decisiones: un ejercicio complejo para conciliar el interés particular con el general que debe motivar al gobierno.

Postular un proyecto de nación que se sostiene en abstracciones ideales es construir en el error; otro ejemplo de ello es la generosidad a la que alude el próximo presidente, la cual puede asumirse del pueblo en abstracto, no de grupos o personas en particular. Las personas se mueven por ideales, pero también por intereses y ambiciones. Las lealtades son precarias y condicionadas por incentivos colectivos, idealistas, pero también egoístas. No reconocerlo así lleva no solo al desencanto, también al desastre. En este sentido, las remuneraciones de los servidores públicos deben asociarse no solo a la realidad de un país profundamente desigual, también a la realidad del mercado laboral para contar con un perfil de servidor público deseable. No se puede improvisar, tampoco partir de hipótesis falaces o sin apego a la realidad.

Y es que resulta incómodo y también frustrante, pero la realidad es firme en limitar lo que se puede hacer; la realidad nos atraviesa como personas, pero también como grupo o comunidad. Los ideales motivan y activan, no hay razón para desdeñarlos, al igual que las convicciones, los valores y los principios. No podemos caer en el conformismo o en la complacencia. Siempre, invariablemente hay que aspirar a mucho más y si esto es relevante como individuos, cobra una dimensión aún más profunda y compleja cuando se trata de un colectivo o de una comunidad. No obstante, en este escenario, la eficacia de la voluntad tendrá que medirse y analizarse en los resultados.

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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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