Interminable compás de espera
Esta transición está durando una eternidad, oigan. Enrique Peña protagonizó hace poco la última gran solemnidad de su sexenio —el mentado “informe de Gobierno” (que no es ni lejanamente el debate sobre el estado de la nación que tiene lugar en esas democracias parlamentarias donde el jefe de turno se somete al feroz escrutinio de los congresistas de oposición)— pero quien está todo el tiempo bajo la luz de los reflectores es el presidente electo, como pez en el agua, disfrutando plenamente de este forzoso interregno (si bien no es enteramente adecuado el término, lectores, porque hay un presidente que ocupa constitucionalmente el cargo, quien está ya desempeñando las funciones oficiosamente es Obrador).

Y, sí, para todos efectos el hombre pareciera que está gobernando: se reúne con el rector de la Universidad Nacional a pocos días de la crisis desatada por los “porros”, avisa de que el pueblo sabio decidirá si se cancela la construcción del nuevo aeropuerto, decide las políticas públicas, interviene, da instrucciones, intenta domesticar a los más broncos representantes populares de nuestro Congreso bicameral, en fin, está trabajando de tiempo completo y concentra en su persona la atención de todos los medios.

La circunstancia es totalmente explicable y entendible: en primer lugar, estamos hablando de un personaje que ganó las elecciones oponiéndose frontalmente a los dos partidos que han ocupado el poder en los últimos años. O sea, que no le debe nada a un antecesor que le hubiera podido heredar directamente el cargo, en la más pura tradición del dedazo priista, ni tampoco está obligado a guardar la discreta mesura a la que se someten los ganadores con esos correligionarios suyos que todavía ocupan la casa presidencial, como hubo de hacer Calderón con Fox. No, lo de Obrador ha sido una ruptura radical, un auténtico cambio de régimen (ya veremos, con el pasar del tiempo, si estamos hablando de una transformación verdadera —eso esperamos— o si todo esto no es más que la restauración, con otros colores, del priismo arcaico).

Lo sorprendente, más allá de la frenética actividad del presidente electo, es la tersura con la que están aconteciendo las cosas. De hecho, los más camorristas son unos diputados de Morena que, por lo visto, no se enteran todavía de que ya terminaron las campañas electorales.

Pero, caramba, ¡que ya llegue el 1º de diciembre!

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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